Se acaba de reestrenar el documental Francisco Umbral: Anatomía de un dandy, en la Cineteca del Matadero y en la pantalla televisiva de Los imprescindibles, como un espejo de la vida/obra del escritor y periodista, desde la perspectiva de su propio libro Larra: Anatomía de un dandy.
Aunque la figura de Francisco Umbral no sólo es volver a las raíces de su clan matriarcal y a los ambientes de su infancia y niñez en su provincia de «tedio y plateresco», es retornar a su adolescencia en el río Pisuerga y en los cines de barrio que frecuentó. Es volver a la tierra de Miguel Delibes, su amigo, mentor y padre literario-periodístico, que le abrió las puertas de El Norte de Castilla. La ciudad que lo vio crecer fue una suerte de madre-madrastra, con quien tuvo una relación de amor-odio: “Todo el dolor y todo el amor que esta ciudad me dio os lo devuelvo a vosotros […]. Valladolid es la ciudad de la infancia cruel y de la adolescencia atroz. Es mi autobiografía […]. Valladolid, madre madrastra, me enseñó a hablar bien y a escribir regular”.
Es también reconocer que el cine jugó un rol importante en su vida y en el universo literario femenino que admiró. Las niñas-mujeres vallisoletanas son la suma de las artistas del cine con las que soñó: “Saltábamos de la noviecita párvula del barrio a los mitos dorados de Hollywood. […] Nuestro sexo imaginativo, mitómano, freudiano, pedía levitar en la butaca del cine o en los altos del gallinero con la boca inmensa de Rita o el escote andino de Lana Turner”. Mujeres con sus luces y sombras, cruces y coronas, penas y glorias, risas y llantos, brillos y opacidades convertidas en “metáforas femeninas” que se vestían de arte.
Un singular Partenón de divas del siglo XX, mimetizadas con su vida escurridiza, como Francesillo, Paquito o Jonás. Así como Totó, de Cinema Paradiso, el cine reforzó su pasión y devoción por las mujeres “olímpicas de cabeza estatuaria”, a las que dedicó páginas enteras: a Greta Garbo en El hijo de Greta Garbo; a Ingrid Bergman, Rita Hayworth (Gilda), Katherine Hepburn en La forja de un ladrón; en Mis mujeres aparecen todas, desde Shirley Temple hasta Catherine Deneuve, Marylin Monroe, Jane Fonda, Sophia Loren. Siempre ha confesado que aquellas mujeres míticas de los años cuarenta configuraron su sexualidad y fijaron “para siempre mi erotismo”.
Como cronista/testigo vivió atento a la vida artística y cultural de España y no se cansó de publicar crónicas, reportajes y entrevistas, en las que retrató todos los arquetipos femeninos, en armonioso diálogo con el cine, la pintura e incluso con la música. Una suerte de Picasso que pintó todos los ángulos y matices de la mujer plural, en permanente transformación. Mujeres de la alfombra roja del éxito y la fama que han brillado en el escenario: Sarita Montiel, Lola Flores, Carmen Sevilla, Rocío Dúrcal, Rocío Jurado, Isabel Pantoja, Ana Belén, Massiel, Victoria Abril, entre otras estrellas.
En suma, igual que los personajes que retrató, él es un arquetipo de hombre híbrido que fusiona al ángel y al diablo, al romántico y maldito, al seductor y rebelde que aprendió de sus maestros escritores y actores como Bogart, a subirse el cuello del abrigo y “a estar enfadado con el mundo, con la gente, con la vida, cabreado con el tiempo y el espacio”. Un hombre-niño que llevó la bufanda a lo Principito y convirtió las palabras en su mayor tablero de juego.
Es justo y necesario que el cine, como arte que le inspiró y que tanto amó, recupere los espacios de su niñez-adolescencia. Ahora, la figura de Umbral se incorpora “a nuestra vida y circulará por nuestra sangre”, como el escritor dandy, cuya voz se mezcla con el eco de sus libros.
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