Continúa la crónica que narra el nacimiento de España en 1837 como una pequeña nación, constituida por los viejos reinos de la Península Ibérica —menos Portugal— y las islas adyacentes de Baleares y Canarias. Nace superando su adscripción a un espacio geográfico, en medio de un profundo conflicto ideológico y con graves problemas heredados de una gestión imperial que había sido devastadora para sus recursos y estructura social, pero con una serie de territorios dependientes en Ultramar (Cuba, Filipinas, Puerto Rico…), que, por primera vez, son considerados colonias. Las siguientes escenas reflejan el principio del colapso de la Monarquía Católica, ese enorme poder supranacional asombrosamente estable durante casi trescientos años del que España formaba parte, cuya crisis y hundimiento se inició en 1808 con la invasión napoleónica.
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1808 (2 de Mayo)
«¡Oh! ¡Es el pueblo! ¡Es el pueblo!»
La capital es una olla al fuego. Sesenta mil franceses pisan fuerte por las calles y el pueblo tolera mal su displicencia. El viaje de los reyes ha provocado mil habladurías. Se dice que el emperador retiene prisionera a toda la familia real, y tan solo quedan en Madrid la reina de Etruria, el infante don Antonio y el pequeño Francisco de Paula. Un gentío se congrega desde la madrugada ante el palacio Real, y cuando se adivinan preparativos de viaje una mujer grita «¡que nos lo llevan!» y se desencadena el tumulto. La tropa francesa abre fuego, y el pueblo, enloquecido, da rienda suelta a su rabia. La chispa corre en todas direcciones y prende en los barrios populares, en las tahonas, en los bodegones y hasta en la cárcel. Sin embargo, el ejército no se mueve. Solo el parque de artillería de Monteleón, en el barrio de Maravillas, se suma a la algarada, y allí sucumben los oficiales Daoiz, Velarde y Ruiz. El teniente Arango, nacido en La Habana, escapará para seguir la lucha. A las tres de la tarde los muertos se cuentan por miles y las cárceles se llenan de detenidos. Empieza la represión. Nadie duerme en la madrugada del 3 de mayo. Se suceden las ejecuciones en el patio del Buen Suceso, bajo el Puente de Segovia, en los muros de San Ginés, en el Prado, en la ribera del Manzanares… Goya dará luz a los caídos en la montaña de Príncipe Pío, y Quintana voz a los vivos: «Guerra, nombre tremendo, ahora sublime… Guerra, guerra, españoles (…), ¡antes la muerte que consentir jamás ningún tirano…».
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1808 (6 de mayo)
A las cinco de la tarde
Carlos IV, María Luisa y Napoleón toman café sentados en torno a una mesa cuando Fernando entra y se queda de pie en actitud desafiante. Había decidido no ceder ni un paso y trasladar las discusiones a Madrid, pero el emperador no le permite ni abrir la boca. «Sepa su Alteza», dice Napoleón, «que el pasado 2 de mayo el partido que os ha proclamado jefe ha ordenado en Madrid el asesinato de soldados franceses, rompiendo la alianza de nuestras naciones. Príncipe, eres responsable de esta carnicería, y se acabó el tiempo de discutir y negociar. Los intereses de mi Imperio exigen que la Casa de Borbón, a la que debo mirar como mi enemiga, no reine en adelante en España, de modo que exijo la total e inmediata renuncia a todos vuestros derechos a la Corona so pena de muerte».
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Próxima publicación: 1808 (9 de Mayo) La tertulia de Jovellanos 1808 (14 de mayo) y «¡Guerra!, gritó ante el altar el sacerdote con ira».
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Autor: Alfonso Mateo-Sagasta. Título: Nación: La caída de la Monarquía Católica. Crónica de 1808-1837. Ilustraciones: Emilia. Editorial: Reino de Cordelia. Venta: a partir del 4 de abril de 2022.
Parece que Madrid, pobre, pueblerino y sucio como lo definías, tiene espíritu, garra y valor. Ya era entonces acogedor, hospitalario y crisol de gentes. En contraste, la familia esperpento, cobardes y canallas, rindiéndose ante Napi. Dan verguenza ajena.
Una cosa no quita la otra, aunque lo de «acogedor, hospitalario y crisol de gentes» suena a demasiado moderno. En cualquier caso, no lo sintieron así los franceses. Pero la historia continúa…