Siete años después de Noche fiel y virtuosa y uno después de la concesión del Premio Nobel de Literatura, Louise Glück (Nueva York, 1943) regresa una vez más en su nuevo libro a una meditación sobre la vejez, la muerte y la poesía: una exploración sobre qué escribir cuando el viaje se acerca a su inevitable final y la única posibilidad es el silencio que ya anunciaba el lienzo en blanco del pintor de su libro anterior. Los poemas de Recetas invernales de la comunidad —música de cámara para un coro de voces espectrales, sobrias y elegíacas— nos hablan de la vulnerabilidad y la fragilidad de un sujeto que en el invierno de la vida, en un paisaje desolado donde no existen más que los bosques, el frío, el viento y un sol del que solo sabemos por la sombra que arroja, sigue rememorando con lucidez el pasado y con inquietud un futuro que parece desprovisto de toda esperanza de renovación, cuando «todo regresa, pero lo que regresa no es lo mismo que se fue». Louise Glück siempre ha sido una poeta de la pérdida, el silencio y el vacío, pero nunca como ahora lo había hecho con tanta verdad, con tanta serenidad, ni de una manera tan frontal y despojada.
DÍA DEL PRESIDENTE
Un sol amable por todos lados
hacía brillar la nieve: casi como si
estuviera vivo, pensé, qué agradable
volver a ver algo así; tenía las manos
casi calientes. Algún
principio rige aquí, pensé:
loable, mostrar cierto interés
por la vida humana, pero por si acaso
lancé algo de nieve por encima del hombro,
ya que no tenía sal. Y como era de esperar
regresaron las nubes, y como era de esperar
el cielo se puso oscuro y amenazador,
igual que antes, salvo
que las pérdidas se acumulaban…
Y sin embargo, hace un instante
brillaba el sol. Qué alegre estaba mi cabeza,
disfrutándolo, siendo la primera en sentirlo
mientras las extremidades esperaban. Como una colmena
abandonada.
Alegre: esa es una palabra
que no usábamos desde hace tiempo.
UN RECUERDO
Se apoderó de mí una enfermedad
cuya causa nunca llegó a determinarse,
aunque se fue haciendo más y más difícil
mantener una apariencia de normalidad,
de buena salud o de alegría existencial…
Poco a poco me fue apeteciendo estar solamente
con los que se me parecían; los busqué como pude,
algo que no era precisamente un asunto sencillo
puesto que estaban todos disfrazados o escondidos.
Pero al final encontré algunos compañeros
y en aquella época a veces salía a caminar
con uno u otro por el margen del río,
hablando otra vez con una franqueza que casi había
olvidado…
Y sin embargo, casi siempre guardábamos silencio.
Preferíamos
el río antes que cualquier cosa que pudiéramos decir…
En ambas orillas la alta maleza ondeaba
en calma, sin cesar, bajo el viento del otoño.
Y me pareció recordar este lugar
de mi infancia, aunque
en mi infancia no hubiera ningún río,
solo casas y jardines. Así que tal vez
estuviera regresando a aquel tiempo
anterior a mi infancia, al olvido, quizás
fuera ese río el que recordaba.
TARDES Y ANOCHECERES
Aquellos días dorados cuando tu muerte estaba cerca
pero aún podías entablar conversaciones casuales con
desconocidos,
casuales pero también premeditadas, de modo que las
impresiones del mundo
aún seguían tomando forma y cambiándote,
y la ciudad estaba en todo su esplendor, casi vacía en
verano,
aunque entonces todo sucediera más despacio:
comercios, restaurantes, una pequeña vinoteca con un
toldo a rayas,
donde una vez un gato estaba dormido en el umbral;
hacía fresco allí, en las sombras, y pensé
que me gustaría dormir así otra vez, no tener en la
cabeza
ni un solo pensamiento. Y después comimos pulpo y
saganaki,
mientras el cocinero cortaba hojas de orégano sobre un
platito de aceite…
¿Qué serían? ¿Las seis en punto? Así que cuando nos
fuimos aún había luz
y todo podía verse tal y como realmente era,
y luego te subiste al coche…
¿A dónde te fuiste luego, después de aquellos días
en los que aunque no podías hablar aún no te había
perdido?
CANCIÓN
Leo Cruz hace unos cuencos blancos preciosos;
creo que debería conseguirte alguno
pero ¿cómo? Esa es la pregunta
en estos tiempos
Me enseña
los nombres de las hierbas del desierto;
me ha dado un libro
ya que es imposible ver las hierbas
Leo cree que las cosas que hace el hombre
son más hermosas
que lo que existe en la naturaleza
y yo digo que no.
Y Leo dice
espera y verás.
Planeamos
recorrer juntos los senderos.
¿Cuándo?, le pregunto,
¿cuándo? Jamás:
eso es lo que no decimos.
Me enseña
a vivir en la imaginación:
sopla un viento frío
mientras cruzo el desierto;
alcanzo a ver su casa a lo lejos;
sale humo de la chimenea
Será el horno, me digo;
solo Leo hace porcelana en el desierto
Ah, dice, otra vez estás soñando
Y entonces digo: me alegro de estar soñando
el fuego aún sigue vivo
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Autor: Louise Glück. Título: Recetas invernales de la comunidad. Editorial: Visor. Venta: Todostuslibros
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