El 20 de febrero de 1987 Theodore Kaczynski, Unabomber, atentó contra una tienda de ordenadores en Salt Lake City. Esta fue una de las pocas ocasiones en las cuales puso él mismo la bomba —en otros ataques había remitido los artefactos explosivos por correo—. Las declaraciones de un testigo permitieron elaborar el retrato robot que empapeló las comisarías de Estados Unidos durante los años siguientes.
¿Quién fue Unabomber?
Esta es la historia de un anarquista superdotado decidido a acabar con el sistema con sus bombas caseras. Theodore J. Kaczynski dejó su brillante carrera como matemático —fue el profesor asistente más joven de la Universidad de Berkeley— para refugiarse en una cabaña aislada en Montana. En mayo de 1978 cometió su primer atentado. Un guardia de seguridad sufrió heridas en una mano. Un año más tarde repitió la misma fórmula, un tubo relleno de pólvora, que explotó también en el campus de la Universidad Northwestern. Su tercer intento fue mucho más ambicioso: intentar hacer explotar el vuelo 444 de American Airlines. Afortunadamente su propósito fracasó y solo causó problemas por intoxicación de gases a varios pasajeros. Durante los años siguientes, Kaczynski fue perfeccionando sus artefactos, añadiendo metralla y una detonación más sofisticada. En 1985 consiguió hacer explosionar cuatro bombas. El FBI comprendió que se enfrentaba a uno de los casos más difíciles y costosos de toda su historia. La investigación estaba estancada —primero pensaron en el ataque de un neoludita contrario a la tecnología y luego en un técnico aeronáutico—, pero dos años más tarde Unabomber vuelve a actuar, y esta vez, en lugar de hacer un envío postal como en ocasiones anteriores, él se encargó de colocar la bomba. Las declaraciones de un testigo permitieron elaborar un retrato robot que se convertiría en todo un icono en la América de los años siguientes. En este atentado de Salt Lake City el empleado de una tienda de informática sufrió heridas graves. Ese mismo año se produjo la primera víctima mortal, Hugh Scrutton. Luego llegó un parón de seis años durante los cuales Unabomber desapareció. En 1993, volvió actuar: dos muertos más y una larga lista de heridos graves hasta que Theodore J. Kaczynski fue detenido el 3 de abril de 1996.
¿Qué es el Manifiesto de Unabomber?
En 1995 Theodore J. Kaczynski planteó un desafío a los medios de comunicación: si publicaban el Manifiesto Unabomber cesaría en su actividad criminal. También planteó la misma disyuntiva a varias de las víctimas de sus atentados. La polémica surgió entre los investigadores del caso y los periodistas sobre la conveniencia o no de sacar a la luz el texto de Unabomber. Finalmente, The New York Times y The Washington Post tomaron la decisión, consensuada con el Departamento de Justicia y el FBI —que llegaron a ofrecer un millón de dólares a quienes contribuyeran a su captura—, un ensayo que abogaba por acabar con la tecnología para recuperar la libertad del ser humano. La difusión de este texto provocó un aluvión de llamadas. Una de ellas fue la que permitió cazar al terrorista. Dave Kaczynski creía haber reconocido en el panfleto las ideas revolucionarias de su hermano mayor Ted, el hombre que había puesto en jaque a todo un país con sus bombas de fabricación casera.
Otras efemérides históricas del día 20 de febrero
El día 20 de febrero de 1790 Leopoldo II fue elegido nuevo monarca del Sacro Imperio Romano Germánico.
El día 20 de febrero de 1813 las tropas del general Manuel Belgrano derrotaron a las realistas en la Batalla de Salta.
El día 20 de febrero de 1928 Japón celebró las primeras elecciones por sufragio universal de su historia.
El día 20 de febrero de 1991 más de 100.000 personas se manifestaron en Tirana, la capital de Albania, para reclamar reformas democráticas. En el transcurso de las protestas derribaron una estatua del dictador Enver Hoxha.
Una historia interesante. Comparemos dos situaciones: en la primera, un padre o madre leen un libro a sus hijos (son tan retrógrados que lo hacen junto al fuego); en la segunda, cuatro parejas y un único niño miran sus móviles en la terraza de un bar de moda, en una ciudad también de moda. Si hubiera que adjudicar a una de las dos el adjetivo de ‘moderno’, todos se la daríamos a la segunda. Si hubiera que decir qué situación es más conveniente o más feliz, posiblemente todos elegiríamos la primera. Si hubiera que decir quiénes parecen más libres, digamos que los conservadores se inclinarían por la primera situación y los progresistas por la segunda. Habría que pensar el porqué, pero para reflexionar habría que dejar de distraerse y aturdirse. Ya sabemos que eso es imposible hoy.