La mediopatía causa ansiedad en el escritor de hoy. Yo espero quitarme de la mía, que no sé si ha sido grande o chica —habría que ver en comparación con la de quién—, así que escribo esto, entre otras cosas, para recordármelo.
El mediópata quiere salir cada vez más, cada vez más y cada vez mejor. El mediópata, además, es un celoso de cómo salen los otros. Y, en cuanto que celoso, por supuesto, también, el mediópata es un mediocre. El espejismo que proyectamos y permitimos que nos configure e identifique es el mejor ejemplo de disgregación contemporánea. Ya no vivimos en nosotros. Estamos, como diría Josep María Esquirol, “disgregados”, afuera de nosotros, volcados hacia ese espejismo sin valor: publicidad, es decir, nada. El escritor de hoy no es por ser leído, no es por lo que ha escrito, sino porque aparece, o al menos eso han creído muchos de los que aparecen continuamente, y los hay que aparecen incluso sin haber escrito nada. Aparecer en vez de ser. Esto es perverso. A menudo, la imaginación del escritor está sirviendo más a la tarea de conseguir aparecer bien y más que a la de escribir. Pero es perverso, sobre todo, porque cualquiera puede atesorar un talento inusitado en el arte de aparecer, sin que ese talento se compadezca con haber escrito una obra. Conferimos valor al espejismo y el espejismo, aunque ficción, no es la literatura.
Los eventos del libro, errados en los valores, potencian el vender en vez del conocimiento: el espejismo de la venta en vez de la palabra de los que escriben obras de arte. Para el fomento del comercio de libros no hacen falta autores (para eso nunca han hecho falta autores, pero menos ahora), así que los eventos de libros se llenan de frikis, de estrafalarios autóctonos, de “personajes”. ¡Ah, la mala educación del friki, no sabe de los valores del escritor! Leemos poco, valoramos al que aparece, lo valoramos porque aparece y lo juzgamos por cómo aparece, y hasta ahí llegamos. Desconocemos al que no, y, por supuesto, desconocemos lo escrito por los unos y por los otros. Es fácil dar gato por liebre.
Un día de estos, alguien, aun imbuido del espejismo, seguidor de los dioses que espejean, se pondrá a leer en serio y descubrirá que los dioses, a los que creía conocer sin lecturas, eran sólo los más frikis del lugar (sin nada decente que se les pudiera leer), mientras los escritores apreciables eran otros, que, posiblemente, a esas alturas, ya no aparecerán —ni se querrá que aparezcan ni querrán aparecer— por ningún lado.
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