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La dispersión, de Eugenio Trías

La dispersión, de Eugenio Trías

La dispersión, publicado por Eugenio Trías a principios de los setenta, ofrece un conjunto de aforismos —lúcidos y lúdicos— sobre los principales temas y problemas de la filosofía, del arte, de la escritura misma y también del quehacer humano. Cada uno de esos breves textos constituye una invitación a reflexionar sobre aquellas cuestiones que por su carácter trascendental han sido objeto permanente en nuestras inquietudes. Un Eugenio Trías vitalista, a ratos carnavalesco y hedonista pero siempre profundamente platónico, lanza un guante al lector en cada texto de este sugerente y provocador libro que incita a la reflexión e, incluso, a la polémica también. Y es que, como señalaba el propio Trías, «escribir es inscribir algo en la carne. Es tatuar al que lee».

De esta edición de Galaxia Gutenberg Zenda publica algunos de estos aforismos.

***

Más allá del ser y de su ausencia, más allá, siempre épekeina –‍allí, en ese ningún allí flota, impávida, la dispersión.

¿Un discurso acerca de «la dispersión»? ¿No hay en esa empresa una contradictio in terminis?

Ahí está «la dispersión», ahí queda injustificada y por-qué-sí, sin aval y sin recurso. Quien quiera cogerla al vuelo que lo intente. Pero ¡No pretendáis recogerla! ¡Dejadla, dejadla ahí, dispersa y nómada!

No busquéis la «última razón», de esta «dispersión» que se os ofrece a saltos y por fragmentos. ¡No la organicéis! ¡No le busquéis fundamento!

La pregunta quid juris acerca de una dispersión – ¡Me veo venir esa impertinencia del teólogo… una tesis doctoral quizá o un tratado acerca de algo que no se predica de nada ni se deja predicar, algo que escapa a toda predicación o prédica!

Una vacación lingüística es la dispersión –‍una holganza a través de las palabras y de las cosas.

la dispersión: es una cuestión de gusto, de nervio o víscera. ¡No le busquéis finalidad – que ella la niega, la excede siempre!

Un fundamento sin fondo, sin fundamento es la dispersión.

Carece de sustancia la dispersión. Es insulsa, insustancial e insolvente. No es soporte ni sostén de nada. No se funda en nada. Es por eso insoportable, insostenible e infundada.

No es «lo absoluto» la dispersión sino que brota de su abolición y absolución. Es, pues, lo suelto y lo absuelto.

De ahí su legendaria «soltura». ¡Vedla mediante qué fintas se escabulle! Anda suelta por ahí, sin orientación, sin rumbo.

Errante y planetaria es la dispersión, viajera, vagabunda. Una estrella danzarina, hija del caos.

Nada ni nadie dispersa la dispersión ni se dispersa en ella. Carece de un «desde» o de un «hacia» desde o hacia el cual dispersarse. Es, pues, acción intransitiva, fuerza pura.

Carece de fuerza cohesiva la dispersión: no se reúne consigo ni tampoco se «reconcilia». No tiene identidad o nombre. No posee «ipseidad». Es quizá eso: un «quizá». O una alteridad también –‍sin término de referencia.

Produce la dispersión formas, máscaras que pueden parecemos identidades, nombres…

Los entes son efluvios del divino juego de las fuerzas. Su identidad es el disfraz que enmascara lo que de hecho son: máscaras.

Un dios inocente y previo es la dispersión, un dios todavía infante que aún flota sobre las aguas en la aurora de un «primer día».

La dispersión es la esencia, la verdadera esencia o la quintaesencia siempre buscada, nunca encontrada, al fin reducida en el crisol alquímico del pensamiento. Y al reducirla ha dejado oír al fin su nombre: es ella, la Voluble, la Mágica, la Incandescente. Ella la Irreductible, ella, la que no se deja nunca envolver con etiquetas, nombres…

La dispersión es la regla alquímica, esa regla de oro que transmuta todos los signos del pensamiento: los excede, los prolonga indefinidamente. Y cobran de su fino pálpito una insospechada amplitud de onda.

El suelo en que se «instala» la dispersión es incandescente. O es el estallido del ser concebido como principio o basamento, como suelo…

La dispersión es el óxido que deteriora todo pensamiento sustancial.

Esto que escribo carece de base. Escribo sobre arenas movedizas y a la intemperie…

También la dispersión termina dispersándose: ésa es su última y suprema trampa y su verdad. Su testamento.

La dispersión es un signo que sólo designa otro signo: la dispersión…

Pero esa alteridad inscrita en su mismo corazón no cicatriza. Esos dos signos no se unifican ni se reconcilian jamás. Se multiplican al infinito: describen una ronda que jamás concluye…

No hay clausura de un pensamiento disperso.

Hay siempre un signo flotante que vaga a través del océano de las palabras, cual alma errante o cual fantasma. Y se pliega a los salientes o a las riberas del universo del discurso. Llegan a estar las palabras tan empapadas de él que puede decirse a fin de cuentas que es su alma íntima o su mána protector.

Se pliega también a los vaivenes gramaticales y se disfraza de adverbio y verbo o de adjetivo o interjección.
Es sobre todo una interjección…
Es un signo intercambiable por todos los restantes signos del universo. Se «traduce» en ellos…
Es signo de dispersión, alma errante o sombra que se pasea por el universo de los signos y danza y canta alegremente en ellos…
Se infiltra entre líneas, libera márgenes, mantiene quiebras, fallas.
Hasta diríase que en los silencios se nota a voces su imperio. Diríase que esas zonas en blanco son los «espacios fuertes» en que ese signo divino gusta manifestarse… En ellos se advierte quizá todo el secreto esplendor de su epifanía.
Conviene, pues, de ese signo pedir sus datos y referencias, su edad, su nombre. Dice ser «derrame» de ningún «sí-mismo», sencillo Vertedero o Aluvión. Dice también llamarse Exuberancia.
Podría llamársele «Dios» a ese signo clavado en el firmamento: un dios maligno y marañero, juguetón, sátiro, fantoche… Un dios que danza a través de auroras y noches santas…

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Autor: Eugenio Trías. Título: La dispersión. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todostuslibros, Amazon, FnacCasa del Libro.

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