José Luis Garci, que ha escrito muchos libros, sacó uno nuevo el año pasado. Se titula Las Siete Maravillas del Cine, y es un repaso a siete películas clásicas. Un repaso más que minucioso a las mejores, a su juicio y a día de hoy (sabe Dios a día de mañana). No diré cuáles ni, mucho menos, que coincido con su criterio, pero sí que nos encontramos ante uno de los mejores críticos cinematográficos que pueden leerse hoy en España. Un tío armado con un criterio sólidamente fundamentado, con miles de películas y lecturas a la espalda y al que vale la pena leer con atención. Garci es un cinéfilo de cuando no había V.O. ni VHS ni mucho menos DVD ni, por supuesto, un San Google dispuesto a echar una mano. Un bravo de cuando las películas se perseguían de sala en sala y de proyección en proyección, un pirado de la quinta de gigantes como Miguel Marías, Pedro Miguel Lamet o Fernando Méndez-Leite. Gente con más moral que el Alcoyano, que no iba al cine, sino que acampaba en las salas. Y que sacaba, si había presupuesto, dos butacas, una para sí y otra para la compaña: el bocata, libros de consulta, bloc, boli, una minúscula linterna, cantimplora, etc. Gente que se metía de todo, desde la última joya de Hollywood en las mullidas salas de estreno de antes hasta una copia indecente de un documental armenio sobre los puertos del Mar Negro en V.O. sin subtítulos que se había rodado con película 16 mm de fabricación soviética y se proyectaba en el heroico Club de Amigos de la UNESCO que animaba Rafael Taibo en la plaza de Tirso de Molina.
Gente que cuando dice que le gusta el Cine sabe de qué habla.
José Luis Garci ya era un crítico célebre en el árido panorama español de los primeros setenta. Servidor puede recordarlo dictando lecciones impagables desde la revista Cinestudio, que en santa gloria esté. Una vez, antes de que se hiciera Director de Cine, me lo presentaron. Entonces era ya el reputado autor de un libro que tuvo cierta trascendencia —Ray Bradbury, humanista del futuro— y el guionista de la audaz y multipremiada La Cabina. Nada más impensable, en todo caso, que aquel fulano de mirar inquieto y cerrado acento madrileño pudiera acabar ganando un Óscar. Nuestro encuentro, social y fugaz, tuvo lugar en el vestíbulo de “club” del cine Conde Duque de la capital de España con ocasión del estreno del documental Canciones para después de una guerra. Comprometido con su carrera de cineasta, apenas iniciada, sólo tenía ojos para el vestíbulo del patio de butacas, donde se saludaban los VIPs, que si él todavía no era, se le veía en la mirada que estaba dispuesto a serlo: era la mirada de un halcón sobre una manada de ñús y calibraba sus posibilidades de entreverarse con aquellos poderosos sultanes de la cultura, la política y, sobre todo, el Negocio del Cine. Ya saben, there’s no business like show-business.
Ahora, cuarenta años después, todo ha quedado atrás. Garci ha cumplido sus sueños con creces, tiene un Oscar en la estantería, una severa filmografía con apabullantes éxitos de taquilla, algún severo batacazo también y, desde luego, un sitio destacado en la Historia del Cine Español al lado de nombres míticos como Cesáreo González, Sarita Montiel y Las Tres Bés (Bardem, Buñuel y Berlanga). Cuarenta años después, Garci es un feliz jubilado que contempla el mundo con distancia y el pasado, con esa nostalgia idealizada y un poco impostada, marca de fábrica, a la que tanto partido ha sacado en su Cine. Y tirado en el mejor butacón de su casa, en zapatillas y con bata, escribe sin parar sobre lo que sabe. El resultado, este libro apabullante en el que derrama su sabiduría sin contención ni, sobre todo, otra intención que un amor limpio, entregado y puro al Cinematógrafo. Garci está de vuelta y no pretende convencer ni vender nada ni, por supuesto, erigirse tampoco un monumento. Simplemente dialoga consigo mismo sobre Cine con la excusa de explorar siete películas magnas, unas más que otras, a las que rinde personalmente veneración. Este libro es la explicación de por qué esas Siete y no otras. Debe haber pocas personas ahora mismo que aúnen, por un lado, la capacidad de escribir como él y, por otro, su dominio de la Historia, la Técnica y el Lenguaje del Cine.
Las Siete Maravillas del Cine incluye varios apéndices. Para empezar, una encuesta a setenta cinéfilos declarados, amigachos del autor y tan populares algunos de ellos como los escritores Juan Marsé o Arturo Pérez-Reverte; cada uno de los setenta declara sus treinta películas favoritas, lo que permite a Garci elaborar un ranking con las siete más valoradas en conjunto y que, por supuesto, es distinto al suyo personal. Amigo de hacer listas, como todo cinéfilo de pro, elabora otro a partir de éste con los siete directores con más películas mencionadas en la encuesta, todos ya fallecidos: tres norteamericanos, dos centroeuropeos, un británico y un español, el único de los siete que ejerciera su arte lejos de Hollywood. En este punto, José Luis Garci no se puede aguantar, toma el boli y, como buen aficionado a las quinielas, se arranca y elabora su propia lista de treinta películas favoritas, que incluye las siete comentadas por extenso en la parte troncal del libro. Pero no abandona las veintitrés restantes, que se entretiene en comentar brevemente con apuntes tan jugosos como que “Woody Allen es el nuevo Balzac”, que las películas de Buñuel son “bombas envueltas en papel de estraza” o que prefiere Raíces profundas “a los cientos de westerns que he visto”, afirmación sorprendente si se tiene en cuenta que entre sus Siete Maravillas del Cine hay un conocido y popular western que unas páginas antes ha destripado con la lenta minucia de un entomólogo y ha venerado con la fe entusiasmada de un converso. Pero es igual, el libro, lleno de contradicciones como ésta, es un prodigio de espontánea honestidad hasta el punto de que el prodigioso almacén de datos que Garci atesora en la memoria le juegue alguna que otra mala pasada. Por ejemplo, dar por sentado que la celebérrima meditación de Bertolucci sobre Roberto Rosellini aparece en un diálogo de la película La estrategia de la araña cuando en realidad aparece en un diálogo de otra película anterior titulada Antes de la revolución. Pero da lo mismo, insisto. Aseguraba Javier Marías en alguno de sus artículos que es un placer escuchar, o leer, a gente que sabe de lo que sea y que habla sobre ello, aunque sea un saber que a uno no le aporte nada, al menos en apariencia: lo que aporta, en realidad, es la consoladora certeza de que hay pasiones capaces de llenar una vida. Pues eso es Las Siete Maravillas del Cine. Un homenaje al Cine como medium para entender la Vida y un libro, en conclusión, absolutamente imprescindible. Para leer, subrayar, anotar, releer, discrepar ruidosamente en ocasiones y, aún así, tener siempre cerca y a mano para consultar mil veces el enorme manantial de sabiduría que encierra y que el autor derrocha con generosidad y, lo que es mejor, sin ostentación. Porque sí, con un par. Una Joya del Cine. Un libro para leer Cine. Y que ningún aficionado se puede perder: en Las Siete Maravillas del Cine todo es chicha.
¡Viva nuestro Garci!
Título: Las Siete Maravillas del Cine Autor: José Luis Garci. Editorial: Notorius Ediciones. Venta: Amazon y FNAC
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