En El Impostor, último de los títulos publicados por DC Black Label sobre el hombre murciélago, éste legitima su misión asegurando que la última noche en Gotham fue la primera sin un solo crimen en años. The Batman, la última iteración de Warner sobre su propiedad más preciada, el caballero oscuro, el ya apodado “Battinson” hace lo mismo, solo que no llega a una conclusión clara hasta el final de las tres horas de metraje de la película de Matt Reeves. Un largo trayecto que va de la venganza a la inspiración, del pasado al futuro de Gotham, de lo profundo a lo común, que la película recorre con texturas bien distintas a las de Nolan en su ya clásica trilogía.
El nuevo Batman interpretado por Robert Pattinson, quien por fin justifica aquí sus ensimismados andares gracias a una peculiar argucia de guión (el hombre murciélago surge de la oscuridad como Bela Lugosi y lleva unas lentillas muy prácticas) es cine negro pero del de antes, alejándose de la vía Nolan, una vertiente totalmente canónica y legítima para un personaje que surgió en un mensual llamado Detective Comics. La aproximación enfermiza y noir a Gotham realizada por Matt Reeves, responsable de las dos últimas y celebradas entregas de El Planeta de los Simios, bebe de David Fincher, Seven y también del cine de trampas de la saga Saw, convirtiendo al Acertijo en un vengador moral como lo fue Jigsaw. Hay un procedimental policial, un asesino invencible y un descenso a las alcantarillas de la corrupción gothamita. El criminal somete a sus víctimas a violentas torturas que le dan al film un contexto de cine de terror evidente.
Pero estamos ante una película grande, muy grande, y eso hay que demostrarlo. La naturaleza épica que Reeves trata a toda costa de impregnar a su largometraje de cine negro, quizá para justificarlo más allá de la argucia del estudio para distanciarse de Ben Affleck, ensucia un poco el trayecto personal de un personaje al que conocemos pidiendo venganza y que al final comprende que puede contar otra historia… aunque la película no lo hace del toro. La trama va por detrás de un espectador que sabe desde pronto que las cosas no son lo que parece, asumiendo la condición de mirón de una Gotham City que, eso sí, luce de fábula. Olvídense del impersonal simulacro de Nolan, del gótico flamígero de hadas de Burton (todas ellas versiones icónicas y absolutamente intencionales): la de The Batman es una urbe alargada y medieval, sucia y húmeda, deliciosamente infernal, perfectamente alineada con las exigencias de un thriller que aspira a novela gráfica de tapa dura y no a cómic de grapa y colorín, que tiene de referencia a la lluviosa ciudad de Seven y sus brutales peligros. En este sentido, los instantes finales de catarsis colectiva de The Batman son excelentes y la atmósfera sostiene el tinglado incluso en algunos momentos prescindibles.
Reeves ubica el relato, una suerte de “Año Dos” de un caballero oscuro que todavía tiene miedo a las alturas, en unas coordenadas ideológicas un tanto análogas a las nuestras, en los albores de un cambio social simbolizado en las elecciones a la alcaldía de Gotham. Eso sirve al autor para dar por hecho elementos ya contados, diseminando por el camino las sorpresas tecnológicas un tanto amateur de un Batman más a pie de calle que nunca. Un Batmovil por aquí, un inesperado recurso del “batcinturón” por allá, las inapelables cualidades de Sherlock de un hombre consumido no tanto por el recuerdo de sus padres, sino por la inmutabilidad de las estructuras que le circundan… Todo más real, más a pie de calle. La influencia de Seven es constante, pero Reeves trata de articularla más allá de la frase hecha: la importante química de Batsy con Gordon remite a una buddy movie procedimental clásica y la revelación del Acertijo en una cafetería una llamada atención al análogo instante de Kevin Spacey apareciendo en la comisaría, pero bien hecha.
Pero la película de Reeves, al menos en una primera pasada, funciona mejor en lo íntimo, demostrando que estamos ante un director más virtuoso que los anteriores a la hora de reflejar el dolor emocional de los personajes. Un romántico, si se quiere, pese a que Gotham y sus criminales son aquí más crueles y reales que nunca, y pese a que la emotividad nunca acaba de asomar por la naturaleza severa de los personajes (fundamental aquí la música de Giacchino: ver, o mejor escuchar, el tema dedicado a Batwoman, tomando por bandera al mismísimo John Barry). En un recurso quizá tomado de El caballero blanco de Sean Murphy (otra de las Black Label mencionada arriba), Bruce Wayne aprende su particular lección solo cuando descubre la naturaleza falible del ser humano, y solo cuando los símbolos se desmoronan y el árbol genealógico se viene abajo llega la hora de reconstruirse a sí mismo, tomar el control del discurso no como murciélago ni como vengador sino, quizá, como inspiración. Un camino diferente hacia algo parecido a lo emprendido por Nolan en El Caballero Oscuro, donde se priorizaba lo utilitario por encima del estado de ánimo, pero perjudicado también por una intriga un tanto dilatada (pesa aquí la naturaleza de evento del filme, o quizá la necesidad de que la película se vea y se sienta distinta a las apisonadoras de Nolan y Snyder). Afortunadamente, y para obtener nuestra propia retribución emocional, la película es absolutamente clara y diáfana en su desenlace: ese instante en el que Batman decide inspirar esperanza a las personas y no pánico a los criminales debería figurar en los anales cinematográficos del héroe.
Está claro que The Batman es una aportación entre buena y brillante a la mitología del personaje, perjudicada solo por la indefinición de su estudio matriz y la confusión a la hora de ubicar su proyecto, así como cierta saturación derivada de eso mismo. La película no se atreve a descolgarse del relato originario, a contar una historia genuinamente distinta por el riesgo de perder su impacto emocional, pero todo en ella desprende oficio y dedicación, por lo que (no me cabe duda) el tiempo la dejará en su lugar, y ese lugar no será malo precisamente. Escuchar la partitura de Michael Giacchino (mejor una vez conjuntada con las imágenes) y contemplar la labor de secundarios como John Turturro y un disfrazado Colin Farrell (imitando como loco a Robert De Niro, y el único aquí tomándose su oficio un poco a cachondeo), así como el extraordinario atractivo de su mitología, elevan a la película por encima de sus defectos.
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