Soy del Real Madrid desde que un tío con pinta de presidiario, cadena de oro al cuello y perilla inconfundible pisó el césped del Santiago Bernabéu. Se llamaba Predrag Mijatović y, aunque yo no lo sabía entonces, su país había estado en guerra con el de su mejor amigo, Davor Šuker. En una entrevista que me concedió en el confinamiento, el montenegrino recordaba con pesar las imágenes de los bombardeos de la OTAN en Belgrado.
Ser de uno u otro equipo es una decisión moral donde uno siempre cree que está en el bando de los buenos. Los presidentes, entrenadores y futbolistas van tejiendo una leyenda que, al contrario que las viejas mitologías, siempre se basa en los hechos. En tardes de lluvia dejándose la piel y los tacos en el barro, en el gesto de los que ayudan a un rival cuando ha sufrido un golpe, en los milagros que acaecen en noches bíblicas bajo el rugir de la grada, los focos del estadio y ese cielo donde muchos dirigen la mirada tras una gesta.
El Real Madrid ha tejido su leyenda a lo largo de 120 años, se dice pronto. El filósofo Antonio Escohotado, en su libro La forja de la gloria, hace un repaso a los inicios de este club, “noble y bélico adalid, caballero del honor”, fundado por los hermanos Padrós, y desmonta la leyenda, en este caso negra, que se ciñe sobre el supuesto filomadridismo del franquismo. Pero no nos centraremos aquí en eso.
¿Qué significa ser del Real Madrid? A esta pregunta trata de dar respuesta el documental Real Madrid: La leyenda blanca, estrenado recientemente en Amazon Prime Video. Como explica a Zenda su principal ejecutor, Íñigo de Carlos, nieto del presidente Luis de Carlos, el objetivo era explicar que ser del Madrid “es una manera de entender la vida”.
Más allá de las filigranas, los récords o las Copas de Europa, hay gestos humanos que trascienden nuestra nimiedad de insectos galácticos. El Real Madrid ha protagonizado varios, sobre todo en sus primeros tiempos. Una vez más, regresa Jorge Manrique: “A nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor”.
Y es que, con lo que cabe quedarse de esta serie de documentales es con las hazañas protagonizadas por el señor que mejor representa los valores de este club centenario, don Santiago Bernabéu. Es difícil no sentir envidia del comportamiento de un señor cuya honradez compite con la de aquellos personajes del cine de Frank Capra, ese James Stewart de ¡Qué bello es vivir!, tan enternecedor como ajeno a nuestros tiempos.
Según se cuenta, Bernabéu prohibía a su directiva celebrar los goles en presencia de la directiva rival, para no despertar en ellos sentimientos de humillación. Tampoco permitía sus jugadores, incluyendo a la gran estrella Alfredo di Stéfano, comprarse coches caros o hacer ostentación de su dinero. Apostaba por una humildad que ha sido del todo fagocitada por el consumismo y yoísmo de nuestros días.
El documental también relata cómo Bernabéu ofreció a Di Stéfano al Manchester United por una temporada tras el terrible accidente de avión del equipo, que supuso el fallecimiento de 23 personas, entre los que se encontraban siete jugadores titulares. No solo eso, también recaudó dinero para ayudar a los ingleses.
Gestos como este, o como el de Bernabéu ayudando a la estrella del principal rival en la Liga, Ladislao Kubala, jugador del Barcelona, a traer a su madre de una Hungría en las fauces de la Unión Soviética. Kubala no fichó por el Madrid porque puso como condición, aparte de traer a su madre, que su cuñado fuese el entrenador del equipo. Bernabéu le dijo que ya tenían un entrenador y que no podía ser. Aun así, trajo a su madre. Quedó con él en Barajas y, señalando a una mujer, el presidente madridista dijo: “Mira, esa que viene ahí es tu madre”. Kubala siempre dijo que la mayor alegría que le había dado el fútbol se la dio el máximo rival, el Real Madrid, haciendo que se reencontrara con su persona más querida.
En aquellos tiempos, cuando jugar con cinco delanteros no era ninguna locura, año 1959, mis abuelos extremeños se casaron. Lo hicieron en pleno enero, poco después de la Navidad. Cosas de la época. La misma noche de bodas, la prima de mi abuelo, Manoli, que era “artista”, como dice mi abuela para referirse al hecho de que era actriz, les convenció para que se fueran a Madrid.
Por aquel entonces había incluso trenes en Extremadura, hasta de noche. Cogieron uno en Plasencia y viajaron con el sol ya escondido. Mi abuela no pegó ojo, pero mi abuelo durmió apaciblemente con el traqueteo del tren. Llegaron por la mañana a la capital. El 18 de enero de 1959, Manoli convenció a mis abuelos para que fueran al Santiago Bernabéu a ver un partido del Madrid.
Mi abuela recuerda que jugó Di Stéfano, y mi abuelo está seguro de que también jugó Puskas y de que el Madrid ganó. Hoy, gracias a internet, he descubierto que sí que jugaron Di Stefano y Puskas, y que el Madrid ganó tres a cero al Celta de Vigo. Tengo guardado en el móvil la URL de la página que tiene esa información, junto con las alineaciones completas y los minutos en que se marcaron los goles (Mateos, min. 22; Kopa, min. 26; Di Stéfano, min. 54.).
De vez en cuando abro esa página y me fijo en algún detalle nuevo. Es una máquina del tiempo que me permite acompañar a mis abuelos en un momento tan especial. Para ellos ver al Real Madrid representaba el amor, el júbilo, la celebración de algo tan eterno como aquel «sí, quiero». Mi intención cobijando aquella web no es otra que guardar para siempre esa memoria, la de aquellos tiempos pasados donde ellos fueron jóvenes y felices, y en los que había un club que era una forma de entender la vida. Porque con la vida pasa un poco como con la camiseta del Real Madrid, que según Bernabéu “es blanca. Se puede manchar de barro, sudor y hasta sangre, pero jamás de vergüenza”.
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