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Se pierde usted en una carretera secundaria y no tiene ni idea de dónde están el Norte y el Sur, ¿qué prefiere tener a mano, un esquema de carreteras o un mapa de carreteras? Yo se lo digo: si usted es una persona que se mueve por objetivos y maneja datos seguros, preferirá un mapa. Pero si usted es una persona que tiende a sospechar de los datos que el mundo le proporciona, si desconfía de las evidencias de modo sistemático, y si, en definitiva, es portador en menor o mayor medida de algún grado de paranoia, usted preferirá un esquema porque creerá que incluso el propio Mapa de Carreteras del Estado le miente. El motivo de tal diferencia es simple: el mapa mide, es exacto, así que su verdad puede ser incómoda. El diagrama no mide, es inexacto, pero resulta más locuaz e interpretativo.
Fíjense: entre los conspiranoicos, es común tomar papel y lápiz y comenzar a dibujar toda clase de esquemas, diagramas, círculos sobre círculos, flechas que van y vienen, relaciones entre partes supuestamente sospechosas, y probablemente ese mismo dibujo sirva tanto para demostrar que las Torres Gemelas fueron derribabas por el propio Gobierno de los Estados Unidos como para evidenciar que el presentador de Saber y Ganar en realidad no existe y La 2 de Televisión Española nos engaña con programas pregrabados. Y es que el diagrama, el esquema, carece de lo fundamental para poder demostrar cosa alguna: la medida. Paranoico es aquel que posee todos los datos pero ninguna herramienta que pueda medirlos, cuantificar sus relaciones; para el paranoico, el esquema es lo cómodo.
Los planos de la línea de metro no son mapas, sino diagramas, esquemas, no respetan las distancias relativas entre estaciones, y ni siquiera tendrían por qué respetar los puntos cardinales para cumplir bien su función, simplemente son dibujos abstractos que orientan pero no demuestran nada, tan solo muestran relaciones abstractas entre partes sin una referencia exterior que las valide y cuantifique. Dicho sea de paso, ésa ha sido una de la críticas que, en el campo de las artes, clásicamente los realistas han esgrimido contra la pintura abstracta, ¿cómo saber si un cuadro abstracto es bueno o malo si carece de referente real, de objeto externo con el cual compararlo, medirlo? No hace falta decir que Internet es el escenario natural del conspiranoico. Pero esa carencia de referente real, esa delectación en lo “paranoico”, que en el arte es de celebrar, no lo es tanto la ciencia; por ejemplo, acertadamente la ciencia rechaza la homeopatía porque ésta dice tener los datos con los que trazar toda clase de diagramas y esquemas, sí, pero es incapaz de cuantificarlos, es incapaz de construir un mapa coherente con todo ello.
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Y es que los mapas, por definición, tienen una escala, están “hechos a escala”. Un conspiranoico ante un mapa está perdido, difícilmente podrá evaluar cada una de sus afirmaciones. Y es ahí cuando se ve si el sujeto realmente padece el mal de la endémica sospecha o es un visionario. Porque visionario es aquel que tras trazar un diagrama inicial es capaz de dar el salto y pasar a dibujar el mapa. Cristóbal Colón iba totalmente confundido, el diagrama que él tenía en su cabeza de cómo era el mundo se reveló totalmente errado, pero con ese error consiguió trazar finalmente un plano que cambió la idea de Mundo que entonces se tenía; Colón pasó de paranoico a visionario. El 23 de diciembre de 1973, Johan Cruyff, entonces en el Fútbol Club Barcelona, le mete el así llamado “gol imposible” al Atlético de Madrid. Hay un balón que vuela perdido, nadie sabe dónde va ese balón, y entre los miles de espectadores y entre los 22 jugadores sólo hay uno que ve que hay una jugada posible, la ve claramente, y lo que era un mero esquema en su cabeza, un trazo más o menos vago, una mera visión (apenas una “conspiración de gol”), se convierte al instante en una certeza medible, en un mapa por derecho propio: el gol que lo eleva a visionario.
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Es la diferencia que existe entre la Topografía (ciencia que se ocupa de medir distancias entre las partes de un mismo territorio), y la Topología (rama de las matemáticas que no se ocupa de las distancias entre objetos y sus medidas, sino de sus transformaciones y deformaciones). En 1933 el diseñador Harry Beck crea el plano del metro de Londres que hoy conocemos. Hasta entonces ese plano era realmente un mapa, conservaba las distancias, como los mapas de carreteras.
La novela es, por definición, campo para los esquemas y las transformaciones, para las cosas que no se miden, para la topología. Y me parece muy lógico. Por fortuna, ninguna novela podría trazar un mapa a escala de cada uno de los hechos que relata y cada una de sus afirmaciones. De ahí, que eso que se llama “documentación” suela ser un lastre para el novelista y balas de plomo para su novela. Mientras más datos medibles se introducen en la novela más se va embarrando la narración. En mi opinión, el camino es justamente el opuesto: conseguir que el lector pacte contigo que el mundo de los esquemas y diagramas, el mundo de las cosas que no se pueden medir, resulte aparentemente medible, narrativamente creíble. Toda novela es, en suma, una gran sospecha, una paranoia pactada con apariencia de mapa.
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Agustín Fernández Mallo participa este miércoles, 9 de noviembre, en la mesa redonda El fútbol desde la cultura, con Juan Soto Ivars, Miguel Ángel Hernández y Pablo Moiño Sánchez. Es uno de los actos de Fútbol y Letras 2016, que se celebra esta semana en San Mamés, el estadio del Athletic de Bilbao.
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