Palacio de Cnosos, noumenia de Elafebolion, año 40 del reinado de Minos
(Diario secreto de Ariadna)
El mar, esa extensa llanura de agua salada de donde el sol emerge cada mañana y en donde se sumerge al caer la noche. El mar, unas veces tranquilo, pacífico y benéfico, otras agitado, belicoso y destructor. El mar, ese abismo que hay tras el horizonte, cargado de monstruos y esta barrera para mi libertad. Desde que nací soy presa, presa de este lugar rodeado por todas partes de mar, presa de los pecados de mis padres y de la maldición de mi familia. Nada me sacará nunca de aquí, no hay mayor esperanza para mí que envejecer en esta maldita isla, acompañada de algún hombre que mi padre elija para entregarme en matrimonio y dar de comer día tras día a ese monstruo que habita en el interior del laberinto.
Dieciséis años, esos son los que tengo y los que vivo bajo este yugo. Desde pequeña me inocularon el veneno del miedo y el amor por mi hermano Asterio. Él nació hace casi treinta años y es fruto —según he podido saber por los mentideros de palacio, pues mis padres guardan un silencio sepulcral sobre su nacimiento— de los amores ilícitos de mi madre con nada más y nada menos que un toro.
Aún recuerdo la primera vez que lo vi. Tenía nueve años y llovía, era una fría mañana de invierno, sus bufidos habían conquistado al sonido de la lluvia y se extendían por palacio como un canto desesperante, cuando llegaron a los oídos de mi madre, Pasífae, que se encontraba recluida en el gineceo.
—Ariadna—me dijo soltando su labor—he de pedirte un favor. No te asustes, pero creo que ha llegado la hora de que conozcas a tu hermano. Estoy segura de que le pasa algo y tu padre me tiene aquí recluida, sabes que no puedo salir. Quiero que vayas a ver qué le pasa y me informes. No te asustes, no te hará nada, huele tu sangre y sabrá que es igual a la suya.
Las palabras de mi madre me agitaron ¿mi hermano? ¿sangre? ¿no me iba a hacer nada? Cada vez que preguntaba a qué se debían aquellos extraños sonidos que provenían del interior de palacio, me tranquilizaban diciéndome que era mi hermano, que había nacido muy enfermo y que se quejaba de alguna dolencia, que no tuviera miedo, que no podía verlo porque era peligroso para su salud y así durante años, pero aquel día las palabras de urgencia de mi madre y aquel galimatías…
Recorrí la distancia que separaba el gineceo de una extraña puerta que había en medio de palacio, la abrí y descendí por unas escaleras que me llevaron a una pequeña rendija horadada en una pesada puerta de bronce y madera. Lo llamé por su nombre y acudió. Al principio solo pude ver una sombra, iluminada por las crepitantes antorchas encendidas a sus espaldas. Era inquietante su forma proyectada en el suelo delante de mí, larga, esperpéntica, deforme. El miedo me paralizó cuando pude contemplar su cuerpo entero: era un hombre, pero también un toro. Intenté preguntarle qué le ocurría y me contestó entre bufidos y mugidos que tenía hambre, mucha hambre, que se había quedado sin comida y que necesitaba carne… Corrí, azuzada por el miedo, hasta llegar al gineceo, donde informé a mi madre.
—Debes darle de comer, Ariadna. Habla con el cocinero de palacio, él sabe qué tiene que hacer. Desliza la canastilla por la trampilla que hay en su puerta…
Y así he hecho durante siete años, día tras día. Deslizar por esa portezuela la canastilla de la que sobresalen manos, pies, un trozo de esternón, un corazón aún palpitante y caliente, un ojo y otras partes de los reos que permanecen encadenados en la cárcel de palacio.
Cuando llega el nuevo convoy de víctimas se los dejan a todos para que se dé un festín, una vez saciado, los que sobreviven son encarcelados y sacrificados cuando es necesario aplacar su hambre caníbal y yo la encargada de llevárselos. A veces me horroriza contemplar el delicado dedo de una muchacha que bien podría tener mi edad, pero no puedo hacer nada por ellos, ni por mí, éste es mi destino, mi pasado, mi presente y mi futuro…
Pero ahora no quedan víctimas, temo por la vida de mi hermano, aún siendo un monstruo como es, le tengo cariño o miedo, no sé diferenciar cuál es el sentimiento que me genera. Estamos esperando la nueva remesa que vendrá de Atenas.
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Palacio de Cnosos, deutera de Elafebolion, año 40 del reinado de Minos
(Diario secreto de Ariadna)
Atenas, un lugar, que según me han contado es todo tierra firme. Me pregunto cómo será eso de estar rodeado de tierra. Cada nueve años recibimos un contingente de reos atenienses, éste será el tercero.
Cuando era bebé, mi hermano cebó su hambre con ciudadanos cretenses, pero su voracidad casi termina con el reinado de mi padre, así que decidió construir un lugar para encerrarlo, un laberinto, obra de Dédalo y buscar nuevas víctimas en lugares alejados. La ocasión se la propiciaron los mismos dioses.
Uno de mis hermanos, llamado Androgeo, sobresaliente deportista, al que ni siquiera conocí, acudió en Atenas para participar en las competiciones atléticas celebradas por las Panateneas, allí venció a todos sus contrincantes, lo que le valió el desprecio de Egeo, que lo invitó a matar al toro de Maratón, con la mala fortuna que mi hermano pereció en aquella hazaña. Mi padre culpó entonces a Egeo de la muerte de su hijo y decidió invadir a Atenas. Como tributo, la ciudad desde entonces debe ofrendarnos siete chicos y siete chicas cada nueve años.
Hace días que salió la embajada en busca del nuevo contingente, ya queda menos para que lleguen. Es la primera vez que soy completamente consciente, pues la vez anterior era apena una niña y no me dejaron presenciar la ceremonia con la que se agasaja a las víctimas antes de ser sacrificadas o encerradas para siempre.
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Palacio de Cnosos, pempte de Elafebolion, año 40 del reinado de Minos
(Diario secreto de Ariadna)
La mañana de ayer fue clara y luminosa, como de costumbre, yo me senté en la playa a mirar el horizonte y respirar la brisa marina, salada y pesada, cuando una figura se dibujó allá donde el cielo se une con el mar: era un barco de manufactura ateniense, llevaba las velas negras. Estaba segura de que eran las víctimas.
Desembarcaron en el puerto este horas más tarde, fui allí y me agazapé tras un carromato, pues no es decoroso para una princesa como yo merodear por esos lugares y menos a ciertas horas. Me quedé observando cómo descargaban a los que servirían de alimento a mi hermano. Chicas y chicos, aterrados, bajaban, encadenados, de la negra nave. Los ojos de la mayoría destilaban el miedo, excepto los de uno. Él caminaba entre los demás altivo, valiente, gallardo. Ese muchacho sobresalía por encima de todos, la verdad es que me gustó mucho su imagen, pero sobre todo lo que me llama más la atención de él es la actitud con la que afronta su destino.
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Palacio de Cnosos, hekté de Elafebolion, año 40 del reinado de Minos
(Diario secreto de Ariadna)
Desde que lo vi no he podido quitarme la imagen del muchacho del barco. Su rostro da vueltas en mi cabeza, sobre todo, esos ojos carentes de miedo. Así que no me he podido resistir y anoche salí de palacio y fui a la prisión donde los tienen encerrados. Allí estaba él, vestido con una fina túnica de lino blanco que cubría sus duros y trabajados músculos y que hacía resaltar el moreno de su cuerpo, de su pelo y de sus ojos. Me turbó su sola visión, quedé paralizada ante ese semidios, que se percató de mi presencia y me dijo con un extraño acento:
—Bella muchacha, ¿qué hacéis aquí? Las jóvenes como vos no deberían acudir libremente a lugares como éste.
Mi lengua enmudeció y no pude decir nada, todo en mí me invitaba a huir.
—¿Acaso, sois hija del carcelero? —continuó.
—No —dije tímidamente—. Soy hija de Minos.
—¿A qué viene aquí la hija de Minos? ¿A contemplar a sus enemigos?¿a verlos sucumbir bajo el yugo de la futura muerte? Sois cruel, pues si venís a eso.
—No —exclamé.
—Entonces, ¿qué os trae aquí?
—Vos
—¿Yo? ¿Por qué?
—Me intrigáis
—¿Cómo?
—Sí, no sé quién sois vos, pero está claro que no sois como los demás. Hay algo diferente y me gustaría saber qué es. ¿Me decís vuestro nombre?
—Soy Teseo, hijo de Egeo, príncipe de Atenas y estoy aquí porque lo he decidido yo, acabaré con la peste que asola mi tierra y escaparé de aquí, os lo aseguro—me dijo con insolencia.
Ante esta revelación hui. Ahora no sé qué debo hacer: informar de todo ello a mi padre, tal vez. Aunque, por otro lado, pienso que lo mejor para todos sería que el monstruo muriera, eso nos liberaría y me liberaría del yugo que me aprisiona. Quizá lo mejor sea guardar silencio y pensar …
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Palacio de Cnosos, dodekate de Elafebolion, año 40 del reinado de Minos
(Diario secreto de Ariadna)
Desde hace días acudo cada noche a ver al extranjero, sé que es peligroso —podrían descubrirme y caería sobre mí todo el peso de la justicia de mi padre—, pero se ha convertido en una necesidad. Necesito oler su cuerpo, mirar sus ojos, oír sus palabras de miel. Conmigo es atento, me dice cosas que nunca nadie me ha dicho antes. Habla de mi talle, de mi porte, de mi rostro, de mi dulzura, alaba mi valor. También me ha contado que él no ha llegado aquí por sorteo, sino que fue el mismo el que se ofreció a venir con la esperanza de terminar con mi hermano…
Ayer ocurrió, por primera vez me habló de amor, fabuló con la posibilidad de estar juntos los dos para siempre, de escapar lejos de aquí. Tal vez, él sea mi salvación y, en definitiva, la de todos. Me ha pedido mi ayuda, que le cuente cómo puede salir indemne del laberinto, cuál es el punto débil de mi hermano… Realmente yo no lo sé. El lugar donde habita mi hermano fue construido por un gran ingeniero y está lleno de pasadizos intrincados, muchos de ellos sin salida. Yo nunca he traspasado la puerta y solo he podido verlo a través de la rendija. Debería hablar con Dédalo, pero él está también preso.
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Palacio de Cnosos, tetareskaidekate de Elafebolion, año 40 del reinado de Minos
(Diario secreto de Ariadna)
Mañana es el día y esta noche se celebrará el banquete ceremonial en palacio. Las víctimas podrán salir de su cárcel y cenar junto a la familia real. Ésta es la ocasión en la que podremos estar juntos, rozarnos y quizá… besarnos.
Esta mañana lo he hecho por fin, he ido a ver a Dédalo. No ha sido fácil burlar a su guardia, pero un soborno adecuado me ha abierto las puertas de su cárcel. Dédalo me ha dado una solución, esta noche se la contaré a Teseo, cuando nadie nos vea, y le daré las prendas de mi amor y de nuestra salvación.
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Palacio de Cnosos, pentekaidekate de Elafebolion, año 40 del reinado de Minos
(Diario secreto de Ariadna)
Me siento azorada, sentimientos encontrados me azotan. Por un lado, la felicidad que el amor y la esperanza proporciona, por otro el miedo de que la empresa fracase, nunca pueda salir de esta isla y Teseo muera.
Anoche me besó y sentí como mi cuerpo me abrasaba. Aprovechamos un descuido en medio del banquete. Nos escondimos tras unos grandes y pesados cortinajes y allí ocurrió la magia. Sentí su aliento caliente y dulce, su pecho fuerte y sus ganas penetrantes. Me deshice ante aquella bocanada de pasión, ¿será esto el amor?
Gracias a Dédalo, le he podido decir cómo salir del laberinto, también le he proporcionado las armas necesarias: un ovillo de lana y una espada. Y aquí estoy, esperando, hace horas que las víctimas cruzaron la puerta de bronce para encontrarse con su verdugo.
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Barco de Teseo, heptekaidekate de Elafebolion, segundo día de libertad
(Diario secreto de Ariadna)
La espera fue angustiosa. La comitiva ceremonial se había marchado y me quedé sola ante las puertas de madera y bronce que daban al laberinto. Me consumía el miedo y la ansiedad, cuando por fin escuché su voz. Abrí la puerta y lo vi bañado en sudor, tierra y sangre. Llegaba exhausto pero triunfante, seguido por algunos de los supervivientes. Me cogió por la cintura y me besó.
—¡Huyamos! —me dijo.
Y huimos, corrimos a puerto en medio de la noche, abrigados por la oscuridad de la luna ausente. Allí tomamos el mismo barco en el que había venido, que permanecía aún fondeado en la bahía. El piloto puso rumbo a Atenas y algo detonó las alarmas en la ciudad. Se escucharon perros, hombres, armas, carros y una nave comenzó a perseguirnos, pero fuimos más rápidos…
Volamos, volamos, arrastrados por los vientos y por el amor. Consumamos nuestra pasión una vez que nos creímos a salvo. Fue maravilloso, creía morir cuando él puso sus labios en mi cuello y recorrió mi cuerpo desnudo, creía morir cuando comenzó a rozar mis muslos con sus manos, creía morir cuando me penetró con sus dedos y morí cuando lo hizo finalmente. Seguro, esto debe ser lo que llaman amor, no quiero desprenderme de él, jamás. Quiero que estemos juntos en esta nueva libertad.
Me ha contado cómo mató a mi hermano, cómo anudó el ovillo de lana a la puerta y fue desenrollándolo, para, una vez muerto, volverlo a enrollar, encontrando sus pasados pasos.
Soy tan feliz, nunca imaginé que una muerte podría traerme la mayor dicha de mi vida. Viviremos juntos en Atenas y algún día seré reina.
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Isla de Naxos, ene kai nea de Elafebolion
(Diario secreto de Ariadna)
Hace dos horas que me he despertado aquí sola. La desesperación me está consumiendo. Lo último que recuerdo fue cómo el sopor se apoderaba de mis huesos y caía plácidamente dormida y ahora esto. Todos han desaparecido, Teseo, el barco. No puedo creer que haya sido burlada, que se haya reído de mí. Que yo haya traicionado a mi familia y a mi pueblo por culpa de un falso amor. He entregado mi vida sin reservas a un hombre cruel, malvado, mentiroso, que no ha sido capaz de apiadarse de quien le salvó la vida y le dio la llave de su libertad y la de su pueblo. Y ahora ¿qué será de mí? Sola, abandonada, sin patria ni familia a la que volver. Quiero morir, esto no me puede estar pasando a mí…
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20 años después, el Olimpo
(Diario secreto de Ariadna)
Los años te dan perspectiva de la vida y ahora que han pasado tantos la tengo. Hace veinte años, abandonada en la isla de Naxos, creí morir, pero entonces no era consciente, como lo soy ahora de que, en definitiva, todo aquello formaba parte de un plan magistral, un plan al que los humanos llamamos destino.
Hoy vivo feliz, no soy mujer de un héroe, ni reina de una ciudad, sino esposa de un dios y elevada a la categoría de diosa. Pues sí, cuando creía que estaba a punto de fenecer en aquella isla solitaria los ruidos una corte extraña y festiva me sacaron de mis pensamientos suicidas. Ménades y sátiros cantaban y bailaban al son de la flauta, los crótalos y los tambores y en medio de toda aquella algarabía estaba él, Dioniso.
Al verme sola se acercó a mí, me preguntó cuál era mi historia, qué me había llevado a aquella isla solitaria y mis respuestas fueron la llave que abrió el candado de su corazón. Se apiadó de mí, se enamoró de mí y decidió en aquel mismo instante que yo sería su esposa. Nos casamos aquel mismo día, me entregó una preciosa corona que se ilumina en la oscuridad como regalo de bodas y me ha dado veinte felices años y tres hijos a los que amo con locura.
Seguramente mi vida al lado de Teseo no hubiera sido la misma, ahora me doy cuenta. Los hados me hicieron un favor, ése era el plan divino, mandar a Teseo, liberarme, abandonarme y encontrar el verdadero amor en forma de un dios.
Oigo continuamente la palabra ‘destilar’ aplicada a sentimientos o ideas: «destila odio por los poros». Qué espanto de estilo.