La penúltima polémica que ha protagonizado la actividad de las redes sociales ha girado en torno a un video en el que la cantante Rosalía adelantaba un fragmento de lo que parecía ser su próximo sencillo, «Hentai», el cual formaría parte de su esperado tercer álbum, que llevará el nombre de Motomami. Son apenas 28 segundos en los que podemos ver a la autora (letrista y compositora, aunque no en solitario) de El mal querer y de tantos otros éxitos, ataviada con ropa de ski cantando el tema (el sonido del vídeo en realidad es de estudio, sobrepuesto a las imágenes mudas). Este medio minuto ha bastado para despertar reacciones encendidas por parte de muchos aficionados, algunos expertos musicales y, como ocurre siempre, de gente que simplemente pasaba por allí con ganas de decir algo. El motivo del escándalo no parece ser la música de este tema, sino su letra:
Te quiero ride
como a mi bike.
Hazme un tape
modo spike.
Yo la batí
hasta que se montó.
Segundo es chingarte,
lo primero es Dios.
Estos ocho versos han desconcertado e irritado a muchos de los seguidores de la cantante catalana, a la que acusan de haberse alejado mucho del estilo lírico de sus anteriores composiciones, así como de haber rebajado drásticamente la calidad poética a la que nos tenía acostumbrados. Cierto es que parece demasiado osado juzgar una deriva artística solamente por un pequeño fragmento de una canción, y que se corre el riesgo más que probable de caer en valoraciones precipitadas e injustas. Aun así, a muchos de estos decepcionados seguidores parecen haberles bastado estos 28 segundos para decidir que, definitivamente, esta nueva Rosalía no les gusta nada.
Quizá este rechazo se explique en parte por el hecho de que mucha de la base de fans de Rosalía estaba conformada por aquellos que se maravillaron con la fusión entre los sonidos urbanos y la tradición flamenca que brillaron en El mal querer y, sobre todo, en su disco anterior, de corte más tradicional, Los Ángeles. En lo que se ha podido conocer de «Hentai» parece haber un cambio de registro radical en donde las referencias se enmarcan ahora en un paradigma muy diferente, en el que las referencias ya no aluden a San Juan de la Cruz, Lorca o Camarón, sino a elementos de cultura popular mucho más presente en la música urbana contemporánea, en donde se entremezclan el sexo y la religión, expresadas además en un lenguaje intencionadamente popular que se atreve incluso a hibridar el español con palabras (¡y rimas!) en inglés.
¿Es esta controversia sobre la letra (o más bien un fragmento) de una canción reflejo de unos prejuicios generacionales (quizá somos demasiado mayores), elitistas (el estilo puede resultar demasiado “barriobajero” para ciertos oídos) o, incluso, racistas (este tipo de composición se relaciona habitualmente, aunque no solo, con creadores de otras culturas)? Es posible, pero, aunque se pudiera afirmar que así sea, hay una pregunta que aún quedaría por responder y que resulta especialmente interesante para quienes, como nosotros, nos dedicamos al análisis literario: ¿qué factores intervienen a la hora de juzgar la canción? ¿Es relevante la calidad de su letra?
Estrictamente, no parece adecuado analizar de la misma manera la obra de Rosalía Vila, la cantante, que la de, por ejemplo, Rosalía de Castro, la poeta. Ambas Rosalías componen y sus letras tienen pretensión y sentido estético. No obstante, es importante establecer cuáles son las analogías y diferencias, los puentes y las fronteras, entre poesía y canción.
Resulta claro que estamos ante dos manifestaciones artísticas distintas con particularidades propias que exigen un tratamiento diferenciado. Las herramientas conceptuales para el análisis de los textos literarios han sido ampliamente desarrolladas por expertos en teoría de la literatura. Hay una gran diversidad de marcos teóricos que permiten estudiar y valorar muy detalladamente los poemas. Sin embargo, ¿con qué herramientas contamos para analizar las letras de canciones? Las creaciones musicales han sido también un objeto de estudio frecuente para los estudios literarios. Abundan los análisis y reflexiones sobre las imágenes poéticas, metáforas, rimas o incluso métrica de canciones de rap (véase aquí), heavy metal, o cualquier otro género de música popular actual. Son mucho más extraños, sin embargo, los análisis en clave narrativa de estas letras (historia, focalización, espacios y demás categorías narratológicas intrincadas). ¿Por qué asimilamos de manera automática las letras de canciones con la lírica? ¿Es correcta esta asimilación? Y… ¿es completa?
La cuestión es intrincada y, como suele pasar con los asuntos cuya respuesta no te da Google de un plumazo, tiene muchas dobleces, límites imprecisos y caminos sinuosos que explorar. Por una parte, el hecho de que existan tantas musicalizaciones, es decir, poemas utilizados como texto de una canción, hace que reforcemos la identificación de letra con poema. Hay, además, una serie de rasgos que los estudiosos han ido destacando de la lírica y que, como podemos ver, podemos encontrar fácilmente en una letra de canción: brevedad del texto, uso frecuente de la primera persona, prioridad de lo subjetivo, fuerza reveladora, distanciamiento del lenguaje común, opacidad, plurisignificación, expresividad, ritmo, repeticiones… y un largo etcétera. Quizás podríamos simplemente agruparlas en dos: subjetividad del discurso y expresividad acentuada del texto por medio del lenguaje.
Sí, visto así, podemos asimilar canciones y poemas. Podemos entonces analizar como poemas las letras de canciones. ¿Sí? ¿También las letras de reggaetón? ¿También el trap? ¿Bom Bom Chip? ¿David Bisbal? ¿C. Tangana? ¿Rosalía? Si no resisten este tipo de análisis o se muestran muy simples, ¿serían ejemplos, simplemente, de mala poesía? Como poemas líricos seguramente no ganarían muchos premios, pero, ¿son malas letras de canción? Parece que funcionan bastante bien y han cosechado notable éxito (aunque esto no siempre sea la mejor manera de juzgar la calidad artística). Quizás el quid de la cuestión se encuentre, precisamente, en que se trata de manifestaciones artísticas distintas o, si se quiere, de medios distintos. El serlo tiene bastantes implicaciones: por una parte, las propias restricciones y posibilidades que impone el medio, de las que ahora hablaremos. Por otra parte, el diálogo que se mantiene dentro de ese medio, las referencias, las influencias de las que se bebe.
Así, la canción popular conlleva una materia o soporte de creación que ahora mismo suele ser una pista de audio digital, muchas veces también acompañada de vídeo. Además, una serie de códigos semióticos que incluyen la música, los instrumentos utilizados, las letras y, si hay vídeo o concierto, otros cuantos códigos ligados al espectáculo y a lo visual. Pero es que además cada medio implica una tradición, un canon y unas instituciones que están detrás de estas creaciones (discográficas, radio, productoras, etc.). Así, cabe dar por seguro que antes de lanzar los 28 segundos de «Hentai» se ha pensado mucho en el contenido y la forma en la que se presentaba este breve adelanto teniendo en cuenta el medio en el que se contextualiza este tipo de obra.
Para publicar un libro de poemas el medio es diferente; si bien también se usa el lenguaje, normalmente se publicará en forma de libro y se inscribirá dentro de una tradición lírica bien distinta, aunque pueda haber también guiños a la cultura popular. La promoción y las instituciones que lo juzgarán no serán tampoco las mismas.
Los discursos artísticos (y los no artísticos) se fundan sobre otros enunciados, textos, referencias, influencias… Es la famosa intertextualidad, de la que nada se escapa, porque la originalidad es como un unicornio, que a todos nos gustan, pero no hemos visto ninguno. La originalidad consiste, precisamente, en saber transgredir las barreras del medio, mezclar lenguajes de diferentes artes, de diferentes géneros, etc. Pero todo discurso se suele integrar dentro de una tradición. Así, si un cantautor musicaliza un poema, no nos resulta extraño. Sí lo es más si se musicaliza desde un grupo punk.
Teniendo esto en cuenta veremos que este diálogo con la tradición es mucho más intenso dentro de un mismo medio (un libro tiene más características comunes con otros libros que con el cine), y mucho más dentro de un mismo género artístico. Así, las referencias e influencias (musicales y textuales) de un tema de heavy metal serán comúnmente a otros artistas de su mismo género. Luego hay géneros más o menos híbridos, claro está. Y autores más innovadores que mezclan discursos de otros géneros, otros medios artísticos, etc.
Desde este punto de vista, Rosalía, que había deslumbrado con sus referencias a la alta literatura (recordemos que El mal querer se basaba en un libro occitano medieval) y a la tradición flamenca, va cambiando su estilo y con él su diálogo con la tradición. Desde los discos anteriores la mezcla con el trap y otros estilos urbanos era evidente. «Hentai», desde su propio título, declara sus intenciones de inscribirse en una cultura urbana con referentes bien distintos. La letra de este tema (lo poco que se ha podido escuchar hasta ahora) dialoga y recoge otros tipos de discurso, que inciden en lo sexual, lo religioso, la valía personal, la violencia, etc. La música del tema, no obstante, es un simple piano a modo de balada romántica. Vamos, que si Rosalía cantara una letrilla amorosa en vez de esta sarta de provocaciones no identificaríamos nada de lo que quiere hacer.
La religión y el sexo se cuelan en el trap de modo habitual, tanto en las letras como en la estética (tatuajes de cruces, santos, gestos etc.), como ya analizaba Irene Domínguez en «El trap como nueva religión«.
Visto así, la elección estética de Rosalía no solo permite, sino que exige este tipo de letras para mantener ese diálogo con la tradición que ahora reivindica. El uso de anglicismos, así como la rima ripiosa y repetitiva, enlazan perfectamente con el trabajo que se ha hecho desde el rap o el trap. Quede para otros el juzgar la calidad y la originalidad del tema de Rosalía. Aquí solo hemos querido insistir en que para hacerlo hay que partir del reconocimiento de su medio (una canción, no un poema) y su género artístico, que supone unas elecciones estilísticas y de contenido que apelan a unos códigos y tradiciones particulares.
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