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15 aforismos de Juan Domingo Argüelles

Foto: Rosy Hernández.

Juan Domingo Argüelles es un poeta, ensayista, crítico literario, lexicógrafo, editor y periodista nacido en Chetumal Quintana Roo, México, en 1958. Estudió lengua y literatura hispánicas en la UNAM. Es columnista de temas culturales en diversas publicaciones periódicas, entre ellas los suplementos El Cultural, del diario La Razón, y Campus, del diario Milenio, así como de la revista Quehacer Editorial. Es autor de una veintena de libros sobre cultura escrita, entre ellos, ¿Qué leen los que no leen?, Antimanual para lectores y promotores del libro y la lectura, Ustedes que leen, La letra muerta, Escribir y leer con los niños, los adolescentes y los jóvenes, Historias de lecturas y lectores, Leer bajo su propio riesgo, La lectura: elogio del libro y alabanza del placer de leer, Escribir y leer en la universidad, Por una universidad lectora, Un instante en el paraíso: antimanual para leer, comprender y apreciar poesía y El vicio de leer. En el género aforístico es autor de los volúmenes Fragmentario parcial (2010) y Pero no odas (2011). Ha recibido premios y reconocimientos nacionales por su obra poética y ensayística y, en 2019, mereció el Reconocimiento Universitario de Fomento a la Lectura que otorga la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.

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Serviles es ser viles. Su misión: sumisión.

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Ernst Jünger escribió con entera verdad: “Uno no puede evitar que lo escupan, pero sí puede evitar que lo abracen”. Con cierta gente, son preferibles los escupitajos que los abrazos.

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“El pueblo”, esa abstracción que es el penúltimo reducto de los canallas, pues ya sabemos, por Samuel Johnson, que su último refugio es “la Patria”.

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No recuerdo quién lo dijo ni a propósito de quien, pero sí sé que fue un escritor acerca de otro escritor, este último un portento de vanidad enfermiza. Parafraseo: Vi a Fulano el otro día; iba caminando, orondo, en compañía de su más grande admirador: él mismo.

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Que la gente sea capaz de idolatrar a los políticos, habla muy mal de la gente más que de los políticos, pues de estos ya sabemos que no tienen nada digno de admiración.

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La vejez me da derecho a ser pendejo o, en su defecto, a hacerme pendejo. Pero a mis 63 años, en pleno uso de mis facultades mentales, he decidido renunciar a ese derecho. A los fundamentalistas les digo: no me van a convencer jamás de sus pendejadas.

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Para disimular la imperfección de su obra, Dios inventó al Diablo, al cual le echa la culpa de todo lo malo que ocurre en el mundo. Absurdamente, pues la lógica nos dice que Dios, omnipotente, es quien determina todos los destinos: los del bien y los del mal. Así, el Diablo es el chivo expiatorio, el pagapedos en el que Dios descarga todas las culpas del mal que él mismo ha determinado.

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No hay forma de comprender ni de disfrutar el arte, y ni siquiera la vida, a partir de la ideología del resentimiento. Un resentido, por principio de cuentas, es un infeliz sin otra razón de ser que rascarse, hasta hacerlas sangrar, las llagas de su infelicidad.

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No hay nada más desagradable que tener que tolerar en los demás los vicios que nosotros ya hemos abandonado.

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En tierra de puercos, el cerdo es rey.

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A tu peor enemigo, si lo tienes, consiéntelo: deséale el poder.

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Doctor en psicología y especialista en terapia cognitiva, cultiva la filosofía del onanismo y les da coba a sus millones de lectores con la divisa “enamórate de ti”. A veces me dan ganas de ser autor de éxito, un superventas, pero luego leo a Walter Rizo y se me quitan.

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Mientras más de cerca conozco a los escritores, más admiro sus libros, pues hasta me parece un milagro que algunos de ellos puedan siquiera escribir.

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Si verdaderamente amas el arte, no lo destruyas. Si amas la música, si amas la narrativa, la poesía, no las destruyas. Escucha música, lee novelas, cuentos, poesía, pero no deteriores sus poderes ni su dignidad con tus incapacidades, a menos, por supuesto, que odies a Mozart, a Balzac, a Pessoa. Puede entenderse que publiques cursilerías y ñoñeces y que interpretes horriblemente la gran música, pero ello sólo es perdonable si nunca has leído a Balzac ni a Pessoa, si jamás has escuchado a Mozart.

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El despotismo ilustrado del siglo XVIII era un lujo frente a los déspotas ignorantes de hoy, los autócratas de una sola idea, los demagogos enfermos de poder: los que en lugar de la filosofía y la razón, obedecen al resentimiento y, no conformes con ello, están seguros de ser la reencarnación de Dios.

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