Ellas cuentan la guerra es la primera antología de poetas españolas sobre sus desgarradoras experiencias de la guerra y las dramáticas consecuencias del exilio y la posguerra.
Zenda adelanta cinco de estos poemas.
***
Ana María Martínez Sagi
LA GUERRA
El viento del odio
se anuda a las torres.
Una luna inerte
se columpia insomne
sobre las madrigueras
malditas de los hombres
los cerros vomitan
pesados cañones
tinieblas de espanto
pérfidos rumores
alumbradas negras
sangre y explosiones.
Una selva hostil de triturados cuerpos
cierra el horizonte.
Ya se están enfriando los ojos de los niños
bajo un horrendo palio de cabezas cortadas
los pueblos esconden
sus flancos llagados
sus mieses segadas
su terror de pobres
de los vientres preñados escapan
ángeles sin alas
gritos alocados
y fetos deformes.
Los buitres devoran
el corazón podrido de los hombres
(De Laberinto de presencias)
***
Aurora de Albornoz
[ YA TENGO TREINTA AÑOS… ]
Ya tengo treinta años
Y es difícil
a veces
encontrar a la niña de los ojos azules
con sus piernas anémicas
que siempre se enroscaban
como en el sueño
Es difícil
encontrar a la niña asustada
que se cayó en el río
cuando quiso correr y saltar sola
como las otras niñas
A veces
en la noche
una sirena
o un avión
o la angustia rodada de alguna camioneta
A veces
en la noche
vuelvo al refugio aquel donde dormía:
la habitación oscura y cerrada
a la guerra y al viento
O al otro
que tenía
las escaleras
duras como peñascos
más fuertes que los días
Mi primer ataque de nervios
ese que se repite tantas veces
estuvo allí
Mi primer ataque de miedo
Y crecí
Y estoy sola
Y ya tengo treinta años
y no sé dónde estoy
aunque todos me dicen que es París
esta ciudad del río compañero
y el metro loco y triste
A veces
casi siempre que encuentro una campánula
o un gatito pequeño
o una vieja iglesina…
me sale un poco de la pequeña yo encerrada
de la pequeña
que se dejó en las cosas
En todas las cosas
Que ha muerto muchas veces,
Cada vez
Quizá lo dijo Proust
y lo sabemos todos
sin decirlo
Pero a los treinta años
hay que quitarse de la muerte
Hay que vivirse del todo
aunque no lo podamos jamás
Tal vez
por eso
tantas veces
intentó recobrar a la niñita aquella
de los ojos azules
llenos de prados y de campánulas
Porque ya tengo treinta años
Noviembre de 1956
(De Poemas para alcanzar un segundo)
***
Ángela Figuera
ÉXODO
Una mujer corría.
Jadeaba y corría.
Tropezaba y corría.
Con un miedo macizo debajo de las cejas
y un niño entre los brazos.
Corría por la tierra que olía a recién muerto.
Corría por el aire con sabor a trilita.
Corría por los hombres erizados de encono.
Miraba a todos lados.
Quería detenerse.
Sentarse en un ribazo y con su hijo menudo.
Sentarse en un ribazo y amamantar en paz.
Pero no hallaba sitio.
No encontraba reposo.
No lograba la pausa sosegada y segura
que las madres precisan.
Ese viento apacible que jamás se interpone
entre el pecho y el labio.
Buscaba cerca y lejos.
Buscaba por las calles,
por los jardines y bajo los tejados,
en los atrios de las iglesias,
por los caminos desnudos y carreteras arboladas.
Buscaba un rincón sin espantos,
un lugar aseado para colocar una cuna.
Y corría y corría.
Dio la vuelta a la tierra.
Buscando.
Huyendo.
Buscando.
Y no encontraba sitio.
Y seguía corriendo.
Y el niño sollozaba débilmente.
Crecía débilmente
colgado de su carne fatigada.
(De El grito inútil)
***
Gloria Fuertes
DESPUÉS DE LA BATALLA
Después de la guerra,
cuando acabó el ruido,
salí al campo sin flores
y miré
esas posturas que solo los muertos ponen,
aquellas sus miradas
mirando tanto a todo
los hoyos de su herida
cubiertos de metralla
las piernas en el lodo.
Del otro continente
las madres les llamaban
y yo grité a las madres
que estaban allí solos: quietos.
En la gris retaguardia
luchaban por los puestos,
por los muertos del campo
luchaban los cuervos.
Aquello era un cementerio
con muertos al aire libre.
Un cementerio sin tumbas, sin cruces…
(De Es difícil ser feliz una tarde)
***
María Beneyto
DÍPTICO DE LA PAZ
II
(Después)
Enterraba los muertos de la guerra
sin dejar de llorar sobre sus rostros.
Todos tenían una carne, un sueño
descuartizados, a sus pies oscuros.
Los soldados deshechos, separados
de la luz, bajo cruces de madera,
no conocieron la sencilla muerte
que le cierra los ojos a la vida.
El héroe y la víctima, tendidos
sobre la misma tierra lacerada,
eran error, y lágrima, y recuerdo
bajo un cielo candente todavía.
De ciudades caídas fue extrayendo
cadáver tras cadáver. Las ruinas
le detallaban sus verdades muertas,
sus corazones violados, rotos.
Les daba a los heridos su palabra
tan buena como el campo recién verde,
pero no pudo recobrar sus trozos
hundidos bajo un mar de sangre humana.
(¡Tantos ojos perdidos, tantas manos,
tantos pedazos de la vida, ausentes,
tanto paisaje destrozado dentro
para mirarlo siempre, sin olvido…!)
Sacaba niños muertos de la hoguera.
Abría toda puerta, todo campo
de prisioneros, con sus mil espectros.
Alojaba al horror en la mirada.
Y lloraba, ¿la veis? ¿Veis cómo llora
aún, sobre infinitas cicatrices?
¿La veis llorar mirando al horizonte
con las lágrimas dulces de la vida…?
(«Índice literario», El Universal, Caracas,
6 de noviembre de 1962)
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VV.AA. Edición: Reyes Vila-Belda. Título: Ellas cuentan la guerra. Las poetas españolas y la Guerra Civil. Editorial: Renacimiento. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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