Finaliza aquí la crónica que narra el nacimiento de España en 1837 como una pequeña nación, constituida por los viejos reinos de la Península Ibérica -menos Portugal- y las islas adyacentes de Baleares y Canarias. Nace superando su adscripción a un espacio geográfico, en medio de un profundo conflicto ideológico y con graves problemas heredados de una gestión imperial que había sido devastadora para sus recursos y estructura social, pero con una serie de territorios dependientes en Ultramar (Cuba, Filipinas, Puerto Rico…), que, por primera vez, son considerados colonias. Las siguientes escenas reflejan el principio del colapso de la Monarquía Católica, ese enorme poder supranacional asombrosamente estable durante casi trescientos años del que España formaba parte, cuya crisis y hundimiento se inició en 1808 con la invasión napoleónica.
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1808 (29 de mayo)
Sueños de un libertador
«¡Qué jeringa!», exclama don Francisco de Miranda al enterarse de que el ejército acantonado en Cork, el que iba a partir con destino a Venezuela para cumplir su sueño de desgajar América de la Monarquía Católica, va a ser enviado a la Península para combatir a Napoleón. La expresión suena infantil en boca del fundador de la Logia Americana en Londres, un hombre que ha tratado a Washington, a Jefferson, a Adams, a Gibbons, a Raynal, a Potemkin, a Catalina la Grande y hasta al mismo Napoleón, pero ni en los peores momentos el general descontrola su lenguaje.
Sin perder un segundo, el libertador corre al Almirantazgo para hablar con el general al mando, con el encargado de relaciones extranjeras, con el primer ministro, pero de Arthur Wellesley, George Canning y William Cavendish solo recibe tibias disculpas y vagas promesas. Agua de borrajas. Por el momento, su sueño se diluye como un azucarillo en un vaso de agua.
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1808 (30 de mayo)
Póker de virreyes
Don José de Iturrigaray, don Fernando de Abascal, don Antonio Amar y Borbón y don Santiago de Liniers, virreyes de México, Perú, Nueva Granada y Río de la Plata, nombrados en su día por Godoy, no saben a qué atenerse. Después de trescientos años de sorprendente estabilidad política en los que la monarquía sostenía todo el edificio como un atlante, las noticias que llegan de la Península son desconcertantes. Hasta hace unos días decían que el Príncipe de la Paz, su benefactor, había caído, que Carlos IV había abdicado y que reinaba Fernando VII, pero ahora dicen que Fernando también ha abdicado antes de nombrar sustitutos para sus puestos y que la corona la ostenta José Bonaparte, el hermano mayor de Napoleón. También ha llegado la noticia de que el pueblo de los territorios europeos de la Monarquía Católica se ha negado a obedecer, se ha organizado en juntas y ha tomado las armas.
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Autor: Alfonso Mateo-Sagasta. Título: Nación: La caída de la Monarquía Católica. Crónica de 1808-1837. Ilustraciones: Emilia. Editorial: Reino de Cordelia. Venta: a partir del 4 de abril de 2022.
Dentro de la más rancia tradición española. Nombrar a mis amiguetes para los puestos clave o para todos los puestos. Sirvan o no, cuanto más inútiles mejor para que no me hagan sombra. Y todos a «detraer» emolumentos. Rancia tradición conservada hasta ahora y que impregna hasta a lo más granado de la posmodernidad y del bien-pensar pseudo-izquierdista. Y mientras el pueblo a luchar y a morir por su «rey». Godoy, nunca dió de sí tanto una verga. Este señor debería haber pasado a la posteridad como «La Verga».