Sorprende que haya tenido que transcurrir más de medio siglo desde su aparición para que una de las obras más importantes de John Burningham —por lo demás bien conocido en nuestro país (Harquin, el zorro que bajó al valle; Trubloff, el ratón que quería tocar la balalaica; ¿Qué prefieres…?; La cama mágica…)— vea la luz por vez primera en España. El viaje del señor Gumpy es reconocido por la crítica como un clásico entre los álbumes de la segunda mitad del siglo XX y hay razones suficientes para ello.
En lo verbal, la historia del señor Gumpy adopta la forma clásica de las retahílas, como habrá podido comprobarse. La retahíla es una figura literaria muy frecuente en el universo infantil, por su carácter lúdico y didáctico: muestra objetos de una forma divertida. Pero en el álbum de John Burningham (donde la retahíla encuentra su paralelo visual en el progresivo llenado de la barca, hasta su colapso) cumple otra función más importante: es la expresión de la abundancia, la cara alegre del exceso y la plenitud. El álbum, en su dimensión plástica, enfrenta dos tipos de dibujos: mientras que el de la página par aparece trazado en tinta negra, sin colorear, y muestra la progresión de la barca por el río, cada vez más llena (el lector puede seguir el instante del viaje en función del número de viajeros, rastrear su evolución), en la página impar se muestra un vivaz y colorido retrato en primer plano de cada uno de los animales que pide su incorporación a la barca.
Esta disposición sólo se romperá en dos momentos concretos, los puntos climáticos del álbum: la caída al río y la merienda comunitaria en casa del señor Gumpy. En ambos casos, Burningham dispone una doble página unificada, a todo color. No parece difícil aventurar por qué: son dos momentos de apoteosis colectiva y en ambos, aunque el primero pueda parecer violento, aflora la sonrisa. Si la caída no resulta dramática es porque en ningún momento, ni antes ni después del suceso, se ha dispuesto una tensión que induzca a la zozobra. El lector del álbum de Burningham sabe a ciencia cierta que no hay peligro, pues tanto el discurso visual como el verbal han apuntado siempre hacia la risa, hacia el regocijo (en muchos otros álbumes, como la propia continuación de este —Mr. Gumpy Motor Car—, donde una tormenta sorprende al grupo de animales subidos al coche del señor Gumpy y este encalla en el barro, ensuciando completamente a sus rescatadores; o el más dramático Harquin, donde un pequeño zorro trata de ahuyentar a una partida de cazadores a caballo de las proximidades de su familia, arrastrándolos en su persecución hacia un lodazal, Burningham se complace en la creación de imágenes de inmersión y chapoteo. No son imágenes incómodas. Al contrario: arrastran al lector a una completa complacencia corporal, a una inmersión untuosa en los dibujos. Burningham demuestra un particular talento para la risa acumulativa, la risa de la comunidad, la risa de lo abundante (donde lo que es, lo es plenamente). En su particular arca de Noé se celebra que cada ser persevera en su naturaleza, que lo normativo no acaba con la fuerza alegre que mueve la vida. Juntos, una vez secos, los animales y el bienhumorado señor Gumpy se dan un banquete sentados a la mesa, como dicta la humana ceremonia del té.
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Autor: John Burningham. Traductora: Ellen Duthie. Título: La excursión del señor Gumpy. Editorial: Galimatazo. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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