Huyeron a Inglaterra cuando Málaga estaba en llamas. Desde su casa de Churriana se divisaban las nubes de ceniza de la ciudad. Gamel Woolsey lo contó en un libro (El otro reino de la muerte, Londres, 1939) que se merecería más reconocimiento, y su marido, Gerald Brenan, no podía imaginar que cuando se despidieron de su país elegido —pensaron que de manera momentánea— tardarían años en volver.
El recuerdo de ese jardín, de cañas de bambú, nísperos y naranjos, se cuela entre imperecederos recuerdos de Carmen López, hija de la cocinera y del jardinero de los Brenan. Carmen rememora, con gracia, memoria de ensueño y silencios que hablan, la vida con “don Geraldo” (don Gerardo en Churriana) y “la señora” (Gamel).
Como se fueron tan rápido, dirección Gibraltar, el matrimonio Brenan no había previsto que la casa, que mantuvieron entre 1935 y 1969, había que seguir pagándola. Antonio López y Rosario Martín, los padres de Carmen, y guardeses de la vivienda, buscaron el dinero que hacía falta para la contribución urbana. Vendieron una cabra y “un guarro [cerdo] gordo”.
—¿Puedo cortar una rosa?
—Señora, todo esto es suyo.
Este diálogo real de Gamel con Antonio refleja hasta qué punto los Brenan se sentían en deuda con Antonio y Rosario. Y cuando esa señora, siempre “la señora”, viajaba a Londres y renovaba vestuario en sus compras en Harrods, les daba vestidos a las hijas de los guardeses.
Eran las niñas mejores vestidas de Churriana, en un tiempo donde no había rebecas ni jerséis. Uno de los abrigos que le regaló Gamel una de las vecinas de Churriana le llegaba hasta el suelo. “Era tan buena persona”, repite en letanía la hija de Antonio sobre la escritora, cuya figura de excelsa poeta, una escritora nada convencional y con una innata vocación de independiente, está potenciando la Casa Gerald Brenan que pilota Alfredo Taján.
Y Brenan, ¿qué hacía don Geraldo? En esta última planta de la calle Torremolinos escribía a mano toda la mañana, siempre con el cigarro sujetado entre sus dedos de color marrón nicotina. Y cuando paraba de escribir sus ensayos, cartas o artículos, disfrutaba de la compañía de los Carrington, los Davis, o de aquel verano peligroso con Hemingway de 1959 en la cercana finca de La Cónsula.
—Rosario, he visto en la playa una chica extranjera… ¡con un bikini!
Y el hispanista se ponía rojo. Estaba encantado, a la par que sorprendido, de la llegada de aquellos excéntricos a la Costa del Sol que él conoció sin turismo, con muy pocos compatriotas. Otra vez, años más tarde, ya en los sesenta, le dijo el inglés a Antonio o a Rosario, ahora no recuerda su hija a quién, que había visto el bikini más chico de su vida.
En ese momento “el dandi de la calle Mármoles”, como le definió Antonio Soler (se llama Alfredo Taján, es escritor de alta cultura y posee una memoria vívida) interviene en la conversación dirigida por Cristóbal Salazar, el historiador local. “Brenan era un voyeur”. “Las mujeres eran su locura. Le gustaban todas”, aporta Carmen.
Ahí está recordando, hablando con discreción y sumamente atenta, Remedios Montenegro, que recuerda al Brenan de Churriana, al viejecito que estaba deprimido en una residencia de Londres y que quería volver a Málaga. La hija de Remedios es Margot Molina y trabaja como periodista cultural de El País. Cuando Brenan supo que Molina quería estudiar periodismo se quedó entusiasmado y le dio buenos consejos, recuerda su madre.
La última vez que lo vio Carmen fue en su casa de Alhaurín El Grande. Estaba sentado en una butaca y una manta le tapaba las piernas. Le cogió las manos y se las apretó tanto que no se las quería soltar. No sabía muy bien quién era ella, pero percibía que era alguien cercano a su vida. Quizá, como a su padre, les olían sus dedos a alhelíes. Hace unos días, la novia del nieto de Carmen le ha regalado alhelíes. Se emociona sin llegar a romperse. Y ella quiere seguir contando cosas de “don Gerardo” y “la señora”.
En la planta baja de la casa varios retratos de Brenan y la cámara de escribir del autor británico recrean su proceso creativo en este centro cultural convertido en peregrinación. El muro que da acceso al añorado jardín sigue tapiado. Está a punto de ser pasto de la especulación si no lo remedia la inversión municipal. Atrás quedó el esplendor de sus infinitas, felices e imborrables noches de verano.
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