Una semana antes de que la Academia Sueca concediera su prestigioso Premio Nobel de literatura, ya andaba yo a la expectativa, con la curiosidad de saber a quién se lo iban a otorgar este año. ¿Sería alguien a quien no solo no había leído sino de quien no había oído ni mencionar el nombre jamás, como me había pasado otras veces? A menudo el premio ha ido a parar a escritores a los que se ha penalizado, encarcelado o exiliado por luchar a favor de los derechos civiles, dándolos así a conocer internacionalmente. Me disponía a irme a la cama —aquí en Australia vamos adelantados en el tiempo y ya hacía rato que había anochecido— cuando estalló la noticia de que el premiado era Bob Dylan. El asombro me robó dos horas de sueño, hasta que decidí no pensar más en el asunto hasta el día siguiente. Hace pocos días recibí otra sorpresa parecida: la revista Glamour ha concedido su premio anual de Mujer del Año a Bono, el cantante de U2.
Mi primer pensamiento fue: lo conozco (¿quién no?), y además, si no hubiera leído ni un solo libro en mi vida, también lo conocería. Aun así, el talentoso músico es el ganador del Premio Nobel de literatura de este año. Entonces me hice preguntas. ¿Qué es la literatura? La RAE da una primera definición muy general: «Arte de la expresión verbal». Y según Wikipedia: «La literatura, en su sentido más amplio, es cualquier trabajo escrito; aunque algunas definiciones incluyen textos hablados o cantados. […] En términos artísticos, la literatura es el arte de la palabra, ya sea palabra oral o escrita».
Cualquiera con un mínimo de cultura sabe que durante milenios la literatura pasó de generación en generación a través de la expresión oral. En mi país de adopción, la cultura aborigen solo ha empezado a transmitirse de manera escrita desde que los invasores europeos impusieran sus maneras. Así pues, la literatura no es exclusiva de la palabra escrita, aunque al menos desde el siglo XIX nos hayamos acostumbrado tanto a percibirla así que algunos no seamos capaces de concebirla de otra forma que no sea la escrita. También hay que puntualizar que no todo lo que está escrito es literatura.
Eso es la teoría. A algunos de los que nos dedicamos a leer y escribir, sin embargo, no solo nos sorprendió la noticia sino que nos molestó. Yo, como soy cauta, me abstuve de opinar y preferí dejar pasar los días y las semanas para comprobar si mi reacción inicial se mantendría igual con el paso del tiempo. Pero vi infinidad de comentarios y opiniones de otros escritores, algunos no muy conocidos y otros sí, mucho. Entre los últimos, a Stephen King le pareció merecido y maravilloso, y también a Salman Rushdie. El novelista libanés asentado en Estados Unidos Rabih Alameddine tuiteó que darle el Nobel de literatura a Bob Dylan era como darle tres estrellas Michelin a Mrs. Fields, una cadena americana de productores de galletas artesanales. El autor de un artículo en la BBC —que ahora, pasadas las semanas, no logro recuperar— se quejaba de que la Academia Sueca había sucumbido a lo popular, a lo que las masas conocen porque queda ya muy poca gente que sepa apreciar la literatura de verdad. De las varias opiniones leídas, tiendo a estar de acuerdo con la del escritor noruego Karl Ove Knausgaard, que dijo: «Me siento dividido. Me encanta que la comisión de la novela se abra a otros tipos de literatura —letras de canciones y eso. Pero sabiendo que Dylan es de la misma generación que Thomas Pynchon, Philip Roth y Cormac McCarthy hace que sea muy difícil para mí aceptarlo». Y la de Leonard Cohen, que opinó que era como ponerle una medalla al Monte Everest por ser la montaña más grande.
A un amigo músico con quien hablé del tema le pareció que el premio era merecido y me pidió que leyera la letra de Desolation Row. De entrada le contesté que no. «A no ser que tú leas una novela, o la obra completa, de cualquiera de otros tantos escritores que merecen el premio. Claro, no es tan fácil: tardarás más y además tendrás que leer, mientras que a Dylan puedo escucharlo». Entonces leí la letra de la canción. Pero no es lo mismo leer que escuchar: a la canción le falta la guitarra acústica y su voz.
Y ya llego a la cuestión que me interesa: ¿es lo mismo leer literatura que escucharla? Yo creo que no, aunque puedo estar equivocada y ojalá alguien me demuestre que lo estoy. Sin embargo, mi opinión —basada en la experiencia propia— está respaldada por la neurociencia más reciente. Mi amigo y yo seguimos hablando sobre el tema durante días. Le dije que lo que no me cuadraba, ahora sí que lo tenía claro, era el medio en el que Dylan nos ha hecho llegar su literatura. Pues no es lo mismo, y el medio es tan importante como el mensaje.
En los últimos años ha habido un resurgimiento importante de los audiolibros. Hay gente a quien le gustan tanto que ha dejado de leer «de la manera tradicional». Yo también pensé que estaría bien aficionarse, pues llevo, como todo el mundo, una vida ajetreada como resultado de pretender abarcar demasiadas tareas al mismo tiempo. Los libros hablados podían ahorrarme mucho tiempo, pues podría escucharlos mientras conducía o hacía otras cosas. Después de varios años, no me acaban de convencer, aunque entiendo por qué van bien a tantas personas. Mi opinión personal es que la información no se retiene de la misma manera, y el tipo de libro que me interesa a mí no permite leerse —o escucharse— a la ligera. Además, varios estudios aseguran que al realizar varias tareas a la vez no se lleva a cabo ninguna de manera eficiente.
Investigando sobre el medio, he llegado hasta Marshall McLuhan, un filósofo canadiense que en los años cincuenta del siglo pasado argumentó que el medio afecta a la manera en que absorbemos información. En mi caso, reitero que retengo más la información si la leo que si la escucho, y me siento más activa leyendo que escuchando —algo que en numerosas ocasiones y según quien hable, me conduce al aburrimiento. McLuhan declaró que la manera en que recibimos la información tiene un impacto tan grande en el cerebro que es incluso más importante que el contenido del mensaje. Según él mismo acuñó: «El medio es el mensaje».
Los investigadores Marcel Just y Erica Michael de la Universidad Carnegie Mellon realizaron un estudio del cerebro escaneándolo con IRMf para poner a prueba la hipótesis de McLuhan y descubrieron que tenía razón: resulta que el cerebro reconstruye el mensaje de manera diferente si se lee que si se escucha. Según ellos: «Escuchar un audiolibro deja recuerdos diferentes que leer un libro» y «una noticia que se escucha en la radio se procesa de manera diferente a si se leen las mismas palabras en un periódico».
Así pues, que un cantautor sea el ganador de un premio que hasta ahora se había otorgado solo a creadores de la palabra escrita no me parece acertado, porque el medio que utiliza es otro y por tanto su creación es distinta y no se percibe de la misma manera en que los amantes de la lectura percibimos la literatura. De manera similar, que a Bono lo hayan premiado con ser la mujer del año, por muy buen trabajo que esté haciendo para conseguir la igualdad de oportunidades para ambos géneros, se me antoja inapropiado y absurdo. Sin ir más lejos, porque ¡es un hombre! Más conveniente sería crear otro premio y que se lo dieran al hombre del año. De esa manera este año la revista no se habría quedado sin mujer del año y el Nobel no se habría quedado sin premio de literatura. Aunque mejor sería cambiarlo por «el» feminista o «la» feminista del año —en inglés no habría conflicto, pues para ambos géneros se usa el mismo artículo the.
Mi amigo el músico terminó por darme la razón, aunque no porque yo lo convenciera sino porque leyó otros artículos que apoyaban mi opinión. «Aun así, Bob Dylan es un poeta y continúo pensando que se merece todo el reconocimiento del mundo, pero dentro del ámbito musical», me dijo, y añadió que había leído las directrices del premio, que eran muy generales y que en ningún caso excluían a la poesía cantada, «además de que se han escrito numerosas antologías con la poesía de Dylan». Bien, pero el medio… insisto yo. Bono también está haciendo grandes cosas por el feminismo, pero el medio… Es un hombre, no una mujer, por tanto no puede ser la mujer del año. Y es popularísimo, igual que Dylan. Ambos —sin querer— les han robado la oportunidad a otros escritores y otras mujeres de dar a conocer su valiosa labor.
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