“La razón está siendo sustituida por los sentimientos, sobre todo en redes sociales. Escuchar con ecuanimidad. Ese es el sello de estas jornadas”, afirmaba Arturo Pérez-Reverte quien, junto al periodista Jesús Vigorra y el soporte de la Fundación Cajasol con Antonio Pulido en su presidencia, regresaron tras la larga pandemia para orquestar una nueva edición de Letras en Sevilla.
Nadie podría afirmar con certeza que este éxito presencial, unido a la apabullante audiencia de las jornadas retransmitidas por streaming, tenía que ver con los sentimientos o por el contrario con la razón, pero sea por lo que sea, la respuesta masiva del público ha dejado claro una vez más que, a la altura de su sexta edición, Letras en Sevilla es ya una marca de calidad periodística y de referencia cultural. Hubo incluso quienes afirmaron en redes sociales que el ambiente de exigencia, respeto y reflexión de estos encuentros había traído a la memoria aquellos míticos debates de La clave, que hicieron historia en TVE.
Reina el respeto
Y efectivamente, como en un plató de televisión dinámico y cambiante, los moderadores Vigorra y Pérez-Reverte, veteranos periodistas, hacían que pareciese fácil la difícil tarea de plantear el tema de Monarquía o República en un crispado ambiente político y social que, fuera de este hermoso patio renacentista, atraviesa momentos complejos de crisis y nerviosismo.
Historiadores, periodistas, juristas, escritores y políticos de ideologías encontradas han pasado por estas jornadas exponiendo abiertamente sus ideas en el marco del más atento de los silencios. Cada uno de ellos desde el escenario que eligieron para conversar (atril, mesa o sillón), contestaron a un público crítico y exigente que ejerció su derecho de interpelar al ponente sin más trabas que el respeto y el tiempo, llamando especialmente la atención la presencia de un numeroso y esperanzador número de estudiantes y gente joven entre el público de la sala.
Las jornadas las cerró Alfonso Guerra, cuya presencia multiplicó la expectación al plantear lo siguiente: “Imaginemos que se muere el rey (Juan Carlos I) en Abu Dabi. ¿Se lo entierra en el desierto o aquí?”. La pregunta levantó un revuelo tuitero que extendió la polémica entre los miles de seguidores virtuales de Letras en Sevilla.
Rey, Dama, Valet
Sentado tras una mesa de conferencia tipo Aula Magna de la Universidad, con la facilidad de un político de tradición, liderazgo y lecturas, veterano de libros y masas en los mejores momentos del PSOE (y en algunos de los peores también), Alfonso Guerra, a modo de broche de oro de las jornadas, leyó sus papeles, perdiendo un poco de frescura, pero ganando en peso académico. En las preguntas finales no dejó lugar a dudas: “El marco idóneo es el que tenemos, porque garantiza la democracia”.
El día anterior, sin embargo, sorprendió al público entrevistando sin guion y con soltura a la escritora francesa Laurence Debray, autora del libro Hija de revolucionarios, donde la parisina explica al lector y también a sí misma cómo se puede ser hija de dos leyendas (el intelectual y filósofo francés Régis Debray y la antropóloga venezolana Elizabeth Burgos) y no morir en el intento. En su caso, niña criada en un campamento cubano y ciudadana de la República Francesa, sorprendentemente alcanzó su madurez en la admiración del modelo monárquico encarnado en don Juan Carlos I, a cuya figura y análisis ha dedicado sus últimos libros. Con Alfonso Guerra le une una prolongada amistad, lo que hizo que su encuentro en estas jornadas tuviese un ameno carácter coloquial de admiración y respeto por el rey emérito.
La otra dama, experta en la Monarquía y el reinado de don Juan Carlos I, es la periodista Ana Romero. Autora de dos libros muy polémicos e imprescindibles para entender este periodo y sus complejos vericuetos, titulados Final de partida y El rey ante el espejo, desgranó en su entrevista con Jesús Vigorra la situación compleja y única que vivió España en aquel periodo de diarquía (de 2014 a 2019) en el que, según esta experta, se conformó el peligroso ojo del huracán de las crisis y escándalos que han salpicado a la corona española.
La tarde del último día se iniciaba con la presencia de Ana Pastor, expresidenta del Congreso de los Diputados. Esta “dama de la política”, como la llamó Pérez-Reverte, leyó su discurso, monocorde e impecable, tras el atril de Cajasol, respondiendo a las preguntas con la seguridad precisa de un cirujano. Tras su exposición, la encuesta de Cajasol en YouTube marcaba un récord: 70% a favor de la Monarquía.
Tal vez la intervención anterior a doña Ana había contribuido a este éxito, pues la exvicepresidenta del Gobierno de España, Carmen Calvo, en su charla con el periodista Ignacio Camacho mostró una magnífica talla política que a muchos dejó gratamente sorprendidos, por lo inesperado de su posición honesta, clara y resolutiva. Tranquila y segura, expuso con sencillez las complejas razones de Estado, ahorrando al auditorio las pesadas consignas partidarias. “Si el rey Felipe VI juridifica la Monarquía con altos estándares de austeridad y servicio, la princesa Leonor llegará a ser reina”, afirmó convencida.
Juan Carlos Monedero, que asistía a estas jornadas en calidad de profesor de la Universidad Complutense y autor de La Transición contada a nuestros padres, agradeció en primer lugar a Pérez-Reverte, “una persona libertaria”, la organización, junto a Vigorra y Cajasol, de estas jornadas “por ser actos plurales y libres”. Luego se alzó en el estrado tras el atril con un monólogo político bien hilado de desprecio hacia la monarquía y los monarcas corruptos que en la Historia de España han sido. Había un eco de mitin y una cierta melancolía por el discurso de partido, tratando siempre de dejar claro el título de su conferencia: “A la tercera (República, se entiende) va la vencida”.
Cayetana Álvarez de Toledo y Teresa Rodríguez, cada una en un extremo ideológico, fueron entrevistadas por Pérez-Reverte y Jesús Vigorra, respectivamente. La primera, diputada y autora del reciente libro Políticamente indeseable, un superventas de no ficción, afirmaba: «Luché contra lo indeseable en la política hasta que me convirtieron en políticamente indeseable». Estudiante modelo de exquisita educación, con un dulce aire porteño en la oratoria, su costumbre de decir en política las verdades, por mucho que duelan, le ha granjeado fama y enemigos, pero ante las preguntas del veterano reportero, directas como disparos, la diputada del PP optó por una inesperada anfibología. Ante esto, en Twitter surgió la teoría de que los “nuevos políticos” están muy mal acostumbrados y se achican ante los embates del “viejo periodismo”. Pudiera ser.
Por su parte Teresa Rodríguez, portavoz de Adelante Andalucía, estuvo elocuente, vibrante, persuasiva, insistiendo en la expresión “apertura de los candados”, referida, entre otras aperturas, a la exigencia de la desclasificación de los papeles del 23-F. Un discurso identitario emanando al mismo tiempo de la filóloga que es y de la joven indignada de aquel lejano 15-M que en sus albores políticos fue y ya nunca más será.
Palabra de escritor
Para no perder el norte en la deriva política, la presencia de historiadores, juristas y escritores ha actuado como una brújula más que necesaria. Por eso la apertura de las jornadas estuvo a cargo de Juan Pablo Fusi, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense, a quien debemos todos los españoles el imprescindible y hoy ya clásico Franco: Autoritarismo y poder personal (Taurus, 1995). Recorriendo los horizontes de errores y aciertos de nuestra Historia, expresados en el marco de las Monarquías europeas primero y luego en el de la política española, el historiador se detuvo para sentenciar: “No se puede ni se debe estar en la vida pública sin haber leído a Cánovas, Ortega y Azaña”.
En esta línea de análisis y lucidez se desarrolló el diálogo con los historiadores José Enrique Ruiz Domènec y Manuel Álvarez Tardío, brillantemente coordinado por el periodista Jesús Calero, director de ABC Cultural diario, que es de justicia señalar, ha realizado una impecable cobertura de estas jornadas, en sorprendente contraste con otros medios, que ni siquiera han comparecido a las mismas. Domènec, eminente medievalista, así como editor de National Geographic Historia, donde realiza una importante labor de divulgación, fue definido acertadamente por Calero como “un historiador de guardia”, haciendo referencia en su intervención a un término para la reflexión, “Estado Dinástico”, recordando que “hacemos Historia del presente con ayuda del pasado. La diferencia es que los historiadores tratamos de acercarnos a la verdad con la Historia, mientras que los políticos hacen partidismo con ella”.
En cuanto al catedrático en Historia del Pensamiento Político del Siglo XX, Álvarez Tardío, su presencia en estas jornadas ha sido imprescindible para situar con ecuanimidad la verdad histórica de las Repúblicas. No olvidemos que sus estudios sobre la Segunda República española han contribuido a una profunda renovación de la historia de ese período y que su libro 1936: Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, escrito en colaboración con Roberto Villa, “ha roto algunos cristales de la ventana cerrada a través de la cual todavía mirábamos la Guerra Civil”, como afirmó, rotundo, Jesús Calero.
Como el conocimiento de la Historia nunca puede estar completo sin las nociones del Derecho, la ponencia de Santiago Muñoz Machado, director de la RAE y especialista en derecho constitucional, se hacía más que necesaria. Resultó erudita y muy académica en la forma, pero en el fondo la idea era clara y precisa, y así lo expuso sin reparos:
“Los belgas tienen una Monarquía Federal. Aquí nos falta el fetichismo del nombre, pero en sustancia en España tenemos un Estado Federal”.
En contestación a esto, algún tuitero lúcido (que los hay) se lamentaba: “Qué lástima que no pueda hacerse de iure lo que, según el académico, ya tenemos de facto”.
En estas jornadas se habló inevitablemente de nuestros vecinos europeos, poniendo como ejemplo a Suiza, Alemania, Francia o Portugal como sistemas ejemplares no monárquicos, pero se hacía imprescindible la mirada analítica a una de las monarquías más prestigiosas, longevas y cinematográficas: la corona británica. Para ello se sentaron a charlar el periodista Sergio Vila-Sanjuán, jefe del suplemento de cultura de La Vanguardia, y el escritor Ignacio Peyró, actual director del Instituto Cervantes de Londres. Con su charla erudita y divertida, llenaron la sala de un inevitable aire inglés donde se recordó la necesidad de lo intangible, de las ceremonias y sus simbologías en la evolución civilizada y culta de los pueblos. “Y eso, qué duda cabe, solo lo sabe aportar con solvencia milenaria el aparato de la monarquía”.
Clausura y misterio
En la clausura, llena de agradecimientos al respetuoso público, los participantes y la impecable organización, hubo una excepción, pues a diferencia de otras jornadas en las que siempre se anunciaba el título de la siguiente, esta vez se ha decidido mantener en secreto el tema de la séptima edición hasta la próxima primavera “para que no nos la revienten tomándonos la delantera”, admitió Pérez-Reverte.
Aunque, eso sí, en el mes de noviembre de este año va a tener lugar una jornada corta de Letras en Sevilla que Jesús Vigorra ha calificado de “sorprendente”.
Prepárense pues para una nueva, interminable fila de oyentes con sed de cultura, serpenteando por delante del busto de Cervantes hasta casi rozar la barroca plaza del Salvador, donde la figura de Martínez Montañés se pierde cada tarde entre la muchedumbre que tapea aprovechando una tregua de sol.
En cuanto a la encuesta informal organizada por Cajasol, los votos a favor de la Monarquía presentaron una innegable mayoría en YouTube (nada menos que un 64%) frente a la República apoyada por el 55% de los participantes de Twitter. Sin embargo, como diría Arturo Pérez-Reverte: “Aquí no hemos venido a ser más monárquicos o más republicanos, sino más abiertos a escuchar”.
Tener un Rey decano en una Nación de Europa, es una plusvalía digna de prestigio y a la vez envidia, vista por el resto del Mundo. Como en ajedrez: si el rey cae, se pierde la partida.
Es una pena, porque no he visto que las ideas en defensa de la República estén bien representadas en esta crónica, lo que me sugiere que tampoco lo están en la tribuna de ‘Letras en Sevilla’. Tampoco veo por ningún lado el diálogo en este texto que busca resumir las sesiones. Nada sobre las razones que pudieran justificar el mantenimiento del anacronismo monárquico en Democracia. Nada sobre si asumir esta contradicción vale la pena y hasta qué punto. Nada que despeje mis dudas sobre si en la actual defensa de la Monarquía puede habitar algo más que una nostalgia del pasado propia de tiempos turbulentos. Nada sobre si la añeja estructura real tiene la propiedad de contener el caos y la polarización política o, en cambio, la arraiga, e infantiliza al pueblo español. He de suponer que a la fuerza se ha debido hablar de estas cuestiones en este aparentemente loable intento de racionalidad, si no, ¿qué objetivo tendría de ser?
Pero nada de ello se retrata en este resumen. Solo, una vez más, lo bien que han quedado unos y no otros. De manera que la esperanza desprendida del prometido eslogan revertiano se pervierte, que nunca un palíndromo imperfecto engarzó tan perfecto. Nunca sangró tanto. Se diluye mi expectativa al ir leyendo un texto que, se sabe ya al llegar a los últimos párrafos, no deja de ser un panfleto monárquico mejor proyectado que otros. Un simple intento táctico de contener un ideal de cambio, que igual consigue suavizar el clima social de cara a ofrecer un trato humanitario a un rey en el destierro, pero de nada servirá a largo plazo.
Lo firma una que desea sinceramente un diálogo al respecto y sabe que en estas letras no se encuentra. Ni hay respeto por el contrincante ni ‘Clave’ que valga. Si acaso un clavo. Para sacar otro clavo.
Como bien dice Alfonso Guerra (alguien que creo que no se le pude tachar de monárqico), pero con otras palabras, y como es el lema no escrito de las ingenierías: «si algo funciona, no lo cambies».
¡Viva la Pepa! Que no es de Sevilla ni de las Cortes de Cádiz, pero las chácharas son muy de siempre éste, nuestro País o más bien Nación. Es una arma aparentemente inofensiva, pero que puede hacer mucho daño en manos de ignorantes.
El problema de un debate es debatir sobre ideales, sobre teorías, no sobre realidades. Por que, ¿de qué tipo de república estamos hablando? ¿De la ideal que no existe? Las cosas se ponen más claras si hablamos de repúblicas bananeras, de repúblicas coletas, etc. Por que, ¿es mejor una monarquía representativa en la que los poderes ejecutivos no los ejerce un rey o una república en la que el que manda siempre es el mismo y no se le puede echar ni con aceite hirviendo? ¿Es mejor la monarquía inglesa, por ejemplo, o la república de Kinjonun, o la madurista o lo república islamista de Irán, o la de…? Elijamos. Pero elijamos entre cosas reales y existentes no entre utopías. Y teniendo en cuenta el «material» del suelo patrio. Por que los que aquí quieren la república, los que denostan la monarquía, una vez en el poder, se perpetuarían. Y, por favor, pensemos. ¿Quién de presidente? ¿Hay donde elegir?