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El Castillo de Montecristo. La celebración de la vida de Alejandro Dumas (III)

El Castillo de Montecristo. La celebración de la vida de Alejandro Dumas (III)

Foto: Plantas baja y primera del Castillo de Montecristo..

Tercera de las cuatro entregas de esta serie sobre la historia del monumental Castillo de Montecristo que mandó construir Alejandro Dumas.

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ARQUITECTURA Y LITERATURA

Redefiniendo límites

La historia del castillo de Montecristo nos enseña la importancia de mantener una convicción que, por muy extravagante que pueda parecer, tiene sentido en la mente de quien la concibe. Visitar este paraíso terrenal nos muestra que los únicos límites que existen son los que nos imponemos a nosotros mismos. Dumas no los tenía, y tal vez hubiera necesitado alguno para que el sueño de Montecristo hubiese durado más tiempo. En todo caso, la existencia de unos límites alejados de los habituales crea el terreno de juego en el que aparece toda folie. La libertad de poder elegir cualquier camino, sin hacer caso a imposiciones externas, es el necesario punto de partida.

Folie como placerPodríamos denominar la actitud de Dumas como “locura” (folie), así como su perseverancia en conseguir algo que parece imposible. Incluso cuando las condiciones externas estaban en su contra, siguió adelante con su extravagante sueño, que consistía en crear un jardín y dos edificios concebidos para complacerle. El placer que emana de la interacción social y de cualquier tipo de diversión es el punto de partida del castillo de Montecristo, pero también el pilar de la definición de folie. Encontramos en esta mansión un optimismo tangible que podemos utilizar para fomentar el desarrollo de cualquier tipo de arquitectura sustentada en el mismo principio. Si Montecristo se basaba en el placer colectivo, entendido como la manera en que Dumas complacía a los demás gracias a sus extravagantes fiestas, el pabellón del Château d’If se basaba en el placer individual, entendido como la manera en que Dumas disfrutaba escribiendo. Él concibió este pequeño edificio como un homenaje a sí mismo, con los nombres de sus obras grabados en la fachada de piedra y un gabinete proyectado exclusivamente para él. El resultado es un lugar indefinible y atemporal. Ambos edificios son interdependientes y representan las dos caras de una misma moneda: una definición de folie basada en el placer. Y esta dicotomía nos muestra cuál era la arquitectura ideal para Dumas.

Un condensador de experiencias

Cuando la idea que nace en nuestra cabeza llega a convertirse en una realidad física, es porque obtenemos la fuerza material para hacerlo. A pesar de que Alejandro Dumas fue uno de los escritores más prolíficos de todos los tiempos, no poseía el dinero necesario para hacer realidad una gran locura, así que recurrió a algo más importante: su exacerbada confianza en conseguir todo lo que se propusiera. Pero, ¿qué es exactamente lo que se propuso Dumas?

"El objetivo es densificar el espacio para densificar la vida que se desarrolla en él: vivir más en menos tiempo, para extraer de esa experiencia la materia con la que escribir todo tipo de historias"

La principal función del castillo de Montecristo, más allá de cumplir con las exigencias de una confortable vivienda para él, su familia y sus amantes, era crear el escenario ideal para todo tipo de fiestas. Recibir a incontables invitados en las mejores condiciones posibles, para ofrecer un recuerdo imborrable a cada uno de los asistentes, anfitrión incluido. Y ése era el verdadero origen de tan excesiva locura: el edificio era un creador y condensador de experiencias.

Para concebir su ilimitado universo literario, Dumas necesitaba apoyarse en la realidad física, en una arquitectura que pudiera condicionar el mundo real según sus designios. Si bien podríamos pensar que el edificio se compone de enormes salas en las que recibir al mayor número de invitados, en realidad nos encontramos ante una sucesión de pequeños salones que compartimentan cada piso (imagen de portada). El objetivo es densificar el espacio para densificar la vida que se desarrolla en él: vivir más (y, por tanto, aprender más) en menos tiempo, para extraer de esa experiencia la materia con la que escribir todo tipo de historias.

Un soporte para la literatura

Para crear miles de personajes, Dumas necesitaba rodearse de una multitud de la que vampirizar sus nombres y rostros. Además, necesitaba la calma necesaria para trasladar sus impresiones al papel. De ahí la creación de un pequeño pabellón en donde refugiarse en cualquier momento, cuando la inspiración lo requiriera, mientras la fiesta continuaba en el castillo. Un lugar en donde separarse del mundo real para crear el ficticio. Pero más que buscar la inspiración, que siempre le acompañaba, Dumas necesitaba alimentar una imaginación desbordante, un continuo torrente que salía de su cabeza y fluía como los arroyos que recorren la parcela. Y que era el sustento económico de su idílico mundo, que Dumas creía imbatible, pero que se revelaría insuficiente para su excesiva ambición. El castillo acabó siendo tan excesivo que llegó a ahogar a su propio creador.

"El contacto con algo que no podía controlar, situado en los límites de la consciencia y asociado a la reciente muerte de varios amigos, le motivó a revisar su propia existencia"

Dumas utilizó la realidad para completar su propia imaginación. Las personas que conocía, las conversaciones y las situaciones que se producían en sus fiestas podían compararse con las investigaciones históricas que realizaba para crear las escenas de sus novelas. Todo se transformaba en literatura, en función de su personal sensibilidad. Quería dejarse sorprender por todo lo que no podía prever, como, por ejemplo, las sesiones de hipnotismo, que cambiaron significativamente la mente del autor. Fue precisamente tras esas experiencias cuando decidió empezar a escribir sus memorias. El contacto con algo que no podía controlar, situado en los límites de la consciencia y asociado a la reciente muerte de varios amigos, le motivó a revisar su propia existencia.

Además, a Dumas le gustaba invitar a cocineros de renombre para sublimar sus fiestas y procurarse nuevas recetas y secretos culinarios (no hay que olvidar que su última publicación fue un libro de cocina [1]). Los detalles de bebidas y comidas aparecen con frecuencia en las páginas de sus novelas. Si analizamos la obra de Dumas, vemos que su producción literaria aumentó durante su estancia en el castillo, especialmente en 1849, cuando se encontraba asediado por las deudas y necesitaba escribir febrilmente para mantener su estilo de vida [2].

Un reflejo de la literatura

Los textos de Dumas son ágiles y cargados de información. No solo la historia principal se ramifica en incontables ocasiones, se prolonga y se acorta según el deseo de su autor, sino que, además, está acompañada por un gran número de historias secundarias, que podrían dar lugar a varios libros independientes. Los diálogos se alargan para meternos en la historia, los cambios de escena son rápidos y la acción nos deja siempre con ganas de saber lo que sucede en el capítulo siguiente. Recordemos que a Dumas le pagaban literalmente por cada palabra escrita, por cada página publicada semanalmente en el periódico de turno, según el formato del folletín, del que se convirtió en el gran maestro.

"Las pequeñas estancias que componen el castillo son, en parte, fruto de un espacio concebido a partir de escenas, como toda novela"

Y eso es lo que encontramos en la arquitectura que sale de su imaginación, en esa folie que relata a su arquitecto como si fuera un folletín más. Las fachadas son recargadas y en ellas suceden tantas cosas como en sus novelas. Por mucho que su arquitecto intente crear varios cuerpos y aligerar el conjunto, las proporciones no ayudan. El estilo renacentista muestra el interés de Dumas por el pasado (en la época en que concibe el castillo, ya solo escribe novela histórica). Una vez traspasado el umbral, transitamos de sorpresa en sorpresa, preguntándonos qué estancia nos espera tras abrir la siguiente puerta, como si de una novela más se tratara. Porque Dumas concibió este palacio pensando, en gran medida, en los demás (recordemos que hasta el nombre de la casa fue dado por un invitado), para envolver a los visitantes con ese exceso que tanto le gustaba, como el mismo conde de Montecristo hacía. Para maravillarlos y provocar en ellos reacciones inesperadas, esas que crean anécdotas que sirven para escribir novelas.

También hay que tener en cuenta el bagaje literario a la hora de analizar el edificio. El cliente era un escritor, que aportaba una visión de la realidad transformada por la literatura. Así, las pequeñas estancias que componen el castillo son, en parte, fruto de un espacio concebido a partir de escenas, como toda novela. Esa división le permitió crear varios ambientes, capaces de aportar, incluso de forma simultánea, algo distinto: la música, la animación, los invitados, las conversaciones, cambiaban en cada uno de ellos, como una metáfora de la diversidad del mundo, que tan bien conocía Dumas gracias a sus viajes. Y, aunque imposible de confirmar, es inevitable pensar que el autor quería dar forma a los espacios imaginados en sus textos, ponerse en la piel de sus personajes, vivir lo que ellos han vivido, o van a vivir. Así, cuando vemos el salón árabe, imaginamos fácilmente allí al conde de Montecristo, acostumbrado a decorar con estilo oriental todas sus viviendas, tendido en uno de sus divanes y fumando opio.

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[1] DUMAS, Alexandre. Le Grand Dictionnaire de cuisine. Henri Veyrier, 1873.

[2] Escritos de Dumas publicados durante su estancia en el castillo de Montecristo: en 1947: De Paris à Cadix, Les Quarante-cinq, Le Vicomte de Bragelonne; en 1948: Le Véloce, Le Collier de la reine; en 1949: Le Comte Hermann, Les Mariages du père Olifus, Les Gentilshommes de la sierra Morena, Un dîner chez Rossini, La femme au collier de velours, Le Testament de M. de Chauvelin, Les Mille et Un fantômes; en 1950: La Tulipe noire, Le Trou de l’Enfer, Dieu dispose, Ange Pitou; y finalmente, en 1951: Le Drame de quatre-vingt-treize, Jacques Bonhomme, Olympe de Clèves, Mes mémoires.

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El texto ha sido publicado anteriormente, en inglés, en la revista UOU Scientific Journal.

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Bixen
2 años hace

Me recuerda a «El Gran Gatsby», guardando las distancias. Alejandro Magno en inglés se dice ‘Alexander The Great’… el macedonio (griego) y no galo.