Si por algo estuvo marcado el 2021 fue por la recuperación de los efectos y las consecuencias causadas tanto por el confinamiento como por la pandemia que todavía hoy sigue haciendo estragos en el alma humana. Sin embargo, no fue casual que en los meses más duros la cultura nos salvara, ni que el número de lectores aumentara exponencialmente ni que, una vez más, fueran los libros con sus historias los que tendieran esa mano que simbolizaba la esperanza, el consuelo, el tacto o los abrazos que tanto necesitábamos. Todavía hoy hay silencios y recuerdos que erizan la piel. Momentos que es preferible olvidar. No volver a ellos. Catapultarlos en algún rincón o caja de pandora y no volver a abrirlos nunca. Por si acaso. Por si el caos vuelve a apoderarse de nosotros. Pero aun ni con esas, aprendemos. Seguimos tropezando en la misma piedra y la curiosidad, pese a ser una gran aliada que juega a nuestro favor como verdadero as en la manga, acaba siendo la peor enemiga en los momentos de debilidad. Precisamente, cuando nos acercarnos de nuevo a esa caja y, al levantar la tapa, salen enfurecidos, con mayor rabia y oscuridad, los titanes que tanto habíamos temido. A lo mejor por eso la primera edición de El pecado de leer se centró en los pecados capitales. En la soberbia, la ira, la envidia, la pereza, la avaricia, la gula y la lujuria. Pecados que todos, sin excepción, cometemos. En ocasiones, la mejor manera de enfrentarse a ellos y redimirse, es leyendo y conversando al respecto. Prestando atención al espejo. Observándonos, estudiándonos detenidamente, haciendo autocrítica de los actos cometidos y, dando un paso al frente, preguntarnos qué está fallando, dónde quedó el honor, la moral y la verdad, cuáles son nuestras virtudes, cuáles los defectos… Palabras huecas que, en estos tiempos, da la impresión de que se las lleva el viento porque para la mayoría, desgraciadamente, no valen nada. Ni pesan, ni influyen, ni son consideradas. Por ello, son más necesarias que nunca iniciativas tan nobles como la que promueve la editorial que hace gala de su nombre renovando, por segundo año consecutivo, la alianza inquebrantable que existe entre los libros, los autores y, por supuesto, los lectores. Por lo que es conveniente acudir sin demora y lo más despierto posible a la serie de conferencias que Alianza Editorial está celebrando (desde el 24 de febrero y hasta el próximo 11 de mayo) bajo el título Desvelos contemporáneos y Un secreto, que tiene como objetivo profundizar en la perplejidad, la soledad, la nostalgia, el amor y el goce, e intentar explicar por qué razón los desvelos, al igual que los pecados, nos revelan.
Perplejidad
Perpleja se quedó Marta Rebón —así lo reconoció— cuando escuchó por la radio la noticia de última hora. Aunque perpleja a su vez se quedó la audiencia al escuchar la primera recomendación literaria que traía: El jugador de Dostoyevski. Uno de los autores que “escribió y reflexionó sobre las carencias del mundo occidental y de Europa”, reconoció. Así lo demuestra el autor en El jugador, donde los personajes rusos siempre se mueven por el amor, mientras los franceses lo hacen guiados por el interés o el dinero aunque el protagonista de la obra, Alekséi Ivánovich, acabe vendiendo su alma y empeñando su vida, paradójicamente, en el juego. Tal y como le pasaría al propio Dostoyevski cuya vida estuvo marcada por la ludopatía y por su amor hacia Anna, “la joven estenógrafa de veintipocos que se convertiría en su albacea literaria”, comentó Rebón; como si la novela hubiese sido la bola de cristal que mostrara y vaticinara el porvenir de su autor.
Y con premoniciones y profecías le llegó el turno a Jordi Soler, que había escogido para la ocasión La interpretación de los sueños, el ensayo escrito por el filósofo Artemidoro de Daldis. El mismo que inspiró a Freud para el desarrollo de sus célebres teorías oníricas y a quien el mismo Freud olvidó mencionar, menos aún citar, en el momento de revelar sus fuentes de información. Lo cierto es que Artemidoro se le adelantó varios siglos cuando afirmó que los sueños poseían un valor tanto profético como premonitorio, y que “servían como guía y manual a la hora de explicar las ambiciones, pulsiones y repulsiones de los miedos y deseos de la gente del siglo II, ya que una sociedad es lo que sueñan sus individuos”, concluyó Soler. Sin embargo, este primer desvelo no le dejó tan perplejo como el segundo libro del que habló: El amor loco de André Breton, una obra en la que el escritor surrealista ahonda en el proceso de enamoramiento y lo descodifica guiado por el esoterismo, la magia, la sincronicidad, la poesía y la mitología, determinando finalmente que la única manera de reconocer si un amor es el verdadero o el definitivo, es porque reúne todas las cualidades que te gustaron en las anteriores parejas. Una deducción que explicaría la actitud o, mejor dicho, el ‘comportamiento lírico’ que Breton tenía ante el mundo considerándolo como “un bosque de indicios donde predomina el azar objetivo: la coincidencia entre lo que la persona desea y lo que el mundo —ese bosque de indicios— le ofrece”. Así deambulaba Breton por las calles de Francia. Despierto, observador, curioso, dispuesto a encontrar el hallazgo, a revelar el verdadero misterio de las cosas y asombrarnos. Por ello Soler instó a la audiencia a ser más pacientes: “en el siglo XXI todo lo queremos ya, y eso nos impide reconsiderar la espera desde el punto de vista del poeta; como remanso en el que estamos mejor predispuestos para el hallazgo, para el acontecimiento inesperado que puede enriquecernos la vida”. A lo que Marta Rebón añadió que el crítico y escritor ruso Víktor Shklovski definió ese proceder como ostranénie: que consiste en mirar lo que nos rodea con “extrañamiento”, como si contemplásemos el mundo por primera vez. Y quizá por eso Rebón quiso cerrar el coloquio con la segunda recomendación que tanto le había “extrañado”: Los pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán, “una novela naturalista, que describe detalles sórdidos y cuyos personajes están muy bien dibujados. Una novela que no había leído antes y cuando empecé a leerla me recordó a las novelas rusas, como las Almas muertas de Gógol”, dijo. Aun así, lo que más le gustó fue la manera en la que Pardo Bazán desarrolla y presenta los personajes femeninos. “Personajes con carácter, lejos de convencionalismos. Y esto se debe a la influencia de la educación que había recibido”, concluyó. De hecho, fue el padre de Emilia quien le dijo en una ocasión: “si te dicen que tú no puedes hacer algo que hace un hombre, no lo creas. Porque no puede haber moral diferente para el hombre y la mujer”, recordó Rebón.
Soledad
Trasladados los desvelos de Alianza el pasado 17 de marzo a la capital de España, en esta ocasión la cita tuvo lugar en la pequeña e íntima librería Altamarea, donde Beatriz Nogal presentó al guionista, director de cine y escritor Ray Loriga y a la periodista Margaryta Yakovenko para hablar de la Soledad.
Loriga se decantó por el Ensayo sobre el Lugar Silencioso de Handke y Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley, pero debido al tiempo limitado para su exposición optó por centrarse en la obra de la escritora inglesa, a la que definió como una especie de rara avis. “Una mujer extraña” dijo. Una mujer incomprendida a la que no quedaba más remedio que alabar, reconociéndole la gran obra que creó pues, del resto de compañeros con los que se reunió (Lord Byron, John W. Polidori, Percy Shelley y la hermanastra de Mary, Claire Clairmont) en aquella mansión de los Alpes donde superaron la soledad e incluso el miedo a la tormenta que hacía temblar los cristales tanto como algunas zonas de su cuerpo, la suya fue la única obra que pasó a la historia. Recurriendo a la imaginación y a la fantasía como remedio frente al vendaval y la soledad. La gran aliada a la hora de leer y crear, “dos actividades que siempre se realizan en soledad”, afirmó Loriga. Aunque respecto a Frankenstein comentó que “muchos conocen la leyenda pero pocos han leído el libro. Una obra en la que destaca el estilo de falsa novela epistolar y la narración en primera persona, lo que lleva al lector a ponerse en la piel del monstruo. Un ser lleno de miedos, un reflejo del ser humano”. Porque solitario y sufridor, Frankenstein intenta encontrar su lugar en el mundo, procura hacer el bien, pero el rechazo de los demás le lleva a tomar el camino contrario. A actuar acorde a su verdadera naturaleza o, si acaso, a su supuesta naturaleza. Una naturaleza que ni siquiera le pertenece sino que, más bien, le ha sido impuesta. Por lo que llegados a este punto cabe preguntarse, ¿la soledad se elige o se impone? “Yo creo que hay tantos tipos de soledad como personas”, reconoció Yakovenko, explicando que, en el caso de El gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald, su protagonista “elige la soledad porque aspira a recuperar su amor perdido”, dijo. Un amor tan lejano e inalcanzable como la luz verde del horizonte que contempla cada noche sin perder la esperanza; escudándose en la impostura de una vida ostentosa y rodeado de falsos amigos que llenan su casa cada noche para ocultar su mayor temor, su mayor pesar: vivir y morir en soledad. “Gatsby es un impostor que cambia todo —incluida su identidad— por Daisy”, dijo Yakovenko. Mientras que en Yerma de Federico García Lorca (la segunda recomendación que trajo la periodista), soledad es lo que Juan le impone a su mujer; lo que siente ella al no poder corresponder a su marido como debiera, o debería; y es, en definitiva, lo que la convierte en su peor enemiga.
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Después de todo, la sensación que acaba teniendo tanto el espectador como el lector es que la perplejidad, al igual que la soledad, son desvelos peligrosos a los que hay que tratar con cuidado. Tal vez porque ambos poseen un magnetismo tan atrayente que resulta difícil, y hasta imposible, rechazar. En su justa medida pueden actuar como bálsamos, pero una cantidad desproporcionada puede consumirnos el alma. De ahí la importancia de saber equilibrar la balanza…
(Continuará)
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