Entregar un documento con un cuento, un texto, un artículo, un capítulo de un libro o una propuesta literaria siempre conlleva el riesgo de que la persona que lo recibe, acabe haciendo un mal uso de él, lo reenvíe, lo publique, aparezca de forma anónima en la red, etcétera. Ya sabéis esa máxima de que un secreto compartido por dos nunca es un secreto de verdad.
La solución a este problema es poner marcas de trazabilidad a los documentos. Ponerles algo que permita saber, en caso de que salga publicado, cuál es el origen de ese documento. Es el capítulo que compartí con la editorial, con el periodista al que pedí opinión, o con el compañero de profesión con el que tuve la confidencia de compartirlo. Esa es la gran pregunta cuando un documento sale publicado.
Pero hay soluciones para eso que se conocen desde tiempos remotos. Marcar los documentos. Hacer que cada documento que se entrega sea único. Sea diferente. Que tenga algo característico que permita saber cuál de todos es el documento filtrado. El que ha sufrido el maltrato de aquel que tuvo tu confianza en algún momento. Una marca de algún tipo que la persona que recibe el documento no sepa que existía y que delate al infractor cuando el documento salga publicado.
Esto, en la industria de la informática, ha sido también un problema recurrente, y hay casos muy curiosos, con marcas ocultas hasta en las memorias de los juegos de las máquinas recreativas, como el caso del juego CENTIPEDE, donde los creadores de ATARI metieron codificado en morse, dentro de los bits de la memoria de los chips que ponían en sus máquinas recreativas, el mensaje: COPYRIGHT1980ATARI.
Cuando le piratearon el juego volcando la memoria, para hacer uno “muy similar” llamado Magic Worn, se encontraron en los tribunales con la marca oculta que ellos habían metido en la memoria de su juego pirata también. Ya veis, un plagio en toda regla pillado con una marca oculta en bits en forma de código Morse. Mola todo.
Pues bien, esto de meter marcas ocultas en los documentos es una práctica habitual hoy en día para saber, en el futuro, quién no cuidó uno de tus documentos. Y para ello se usan técnicas muy hacker, como es el uso de técnicas de esteganografía, que solo son accesibles para los expertos en una disciplina apasionante dentro del mundo de la seguridad de la información y que para nosotros es como un campo de recreo. Poder incrustar mensajes ocultos a la vista de todos.
Bueno, tampoco esto es nuevo para los escritores, que han tenido siempre un universo de letras para poder jugar con ellas, escondiendo mensajes con el cifrado de César, o para firmar sus obras anónimas escondiendo su nombre por ahí, por algún sitio formado por la primera letra de cada frase, o de cada frase impar. Criptografía y esteganografía en el mundo de los escritores.
Me juego el cuello y no lo pierdo a que muchos de los lectores que estáis por aquí habéis jugado con esto en vuestros cuentos, relatos, novelas, o textos. Lo tengo claro. A mí me la vais a dar.
Pero de lo que yo os quería hablar era de otra cosa. De meter la esteganografía usando las técnicas de los grandes tipógrafos. Ya sabéis, estos que se dedicaban a jugar con el interlineado y el interletrado —y el interpalabrado— para poder meter un punto más o un punto menos de espacio. Para conseguir que la armonía visual de un texto fuera mayor, evitando la ruptura de palabras o frases, conseguir un justificado del párrafo que dé tranquilidad a los ojos de las víctimas de TOC, o para evitar el salto de página y, al mismo tiempo, una maquetación para encuadernación no deseada.
Maestros de la armonía y el encuadre cuya misión es no ser detectados, como esos que metían morcillas para poner los párrafos al servicio de la estética de la maquetación de un libro. Profesionales del punto, del píxel y del detalle.
Pues bien, utilizando esas mismas técnicas, la tecnología de Shaadow.io mete mensajes ocultos a los ojos de los lectores, haciendo que cada documento que se genera tenga una marca única. Diferente. Haciendo que, a partir de un documento maestro, salgan cinco, seis, diferentes. Cada uno con una marca oculta diferente. Con una marca que no puede ser detectada al ojo. Porque, como los maestros tipógrafos, han movido un píxel a un lado, un píxel al otro, arriba y abajo. Magia. Está la marca, pero no se ve.
De esta forma, si mañana sale una página, una captura o el documento entero publicado, no importa si sale si sale en formato Word, o en PDF, o una imagen capturada por una fotografía, con subirlo de nuevo a Shaadow se podrá extraer la marca en ese documento y saber cuál fue el que nos “traicionó”. Y una vez que pase esto, batirnos en duelo, sea con hierro, con guantes de boxeo o con letrados de por medio. Y sí, cagarnos en todo lo que se menea en las redes sociales, como hacen muchos.
El funcionamiento es muy sencillo. Vas a Shaadow.io, te sacas una cuenta, y subes el documento que vas a compartir con varias personas para marcarlo. Eliges las marcas que vas a poner a cada uno de los ficheros que vas a compartir.
Una vez que le des al botón de marcar, se hace la magia. El maestro tipógrafo esteganográfico que hay en Shaadow.io va a meter, tocando los píxeles, cada marca en cada documento. Y ya los tenemos listos para descargar y compartir.
Y vaya donde vaya ese documento, siempre llevará su marca. No importa si es una fotografía, si esta fotografía se envía por WhatsApp y si luego sale publicada. Se podrá saber qué marca está allí, como se ve en este vídeo.
Y así de sencillo.
¿Cuántas veces te hubiera venido bien algo así? ¿Has tenido alguna historia “fea” en la que un texto tuyo ha sido publicado, compartido o entregado a un tercero sin tu conocimiento y no has podido demostrar quién fue el traidor? Bueno, pues con Shaadow.io tienes un hacker y tipógrafo para ayudarte.
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