La escritora y profesora Carme Riera conoció a la agente literaria Carmen Balcells en 1979. Ya sólidamente establecida en su profesión al contar entre sus mejores clientes con un mirlo blanco, Gabriel García Márquez, Balcells le ofreció a Riera gestionar los derechos de sus libros, inexistentes por los sofismas ideológico-comerciales del editor de la barcelonesa Laia, Alfonso Carlos Comín (así lo recuerda con simpatía benevolente la también académica de la RAE). Fruto de aquel primer contacto fue que la agente “le cambió la vida” a la autora. No mucho después, en 1982, Balcells le concedió a Riera una entrevista de referencia en la revista Quimera, en una época en que la agente rehuía a los medios. Se había establecido ya entre ambas una relación estrecha que andando el tiempo se haría íntima. Riera ha estado en el círculo más cerrado de Balcells, profesional y privado. Su relato muestra unos vínculos amistosos que penetran en el territorio de lo familiar. Durante cuatro decenios lo ha sabido todo de su benefactora y amiga, la ha acompañado en las circunstancias más especiales, le ha dado su parecer acerca de asuntos particulares y ha recibido múltiples atenciones y delicadezas.
En ningún momento disimula la biógrafa su admiración por su personaje. Sin embargo, no se ciega a los perfiles más desfavorables, algunos detestables, de la biografiada. El reto lo resuelve Riera bien, o suficientemente bien, al compaginar sus noticias y percepciones de primera mano con una labor documental amplísima, un trabajo esforzado y minucioso cual si fuera una investigación académica, campo en el que la profesora mallorquina tiene una larga y fértil experiencia. Riera maneja una base informativa abrumadora, que cita, y es de agradecer, con puntillosos rigor y detalle. En las páginas de la biografía proliferan las referencias hemerográficas y consta la sufrida investigación de primera mano en los hasta ahora desconocidos archivos de la Agencia literaria y en los inaccesibles papeles privados y notas personales de la agente. Por si fuera poco, Riera ha utilizado los fecundos recursos de la historia oral con numerosas entrevistas personales a una amplia gavilla de personas relacionadas con Balcells: escritores, empleados de la Agencia, editores y otros diversos informantes. No ha querido caer Riera en el ensayismo biográfico ni en la bella prosa que tanto distraen del objetivo principal de una biografía.
La meta documental de Riera prevalece sobre cualquier otra tentación. Gracias a ella abarcamos dos aspectos de Balcells que invitan a diferenciarlos, aunque vayan de la mano. Uno es el retrato del personaje. Múltiples datos y apuntes señalan un ser humano de fortísimos caracteres. Tanto en lo bueno como en lo malo. A un lado anda su infatigable actividad de emprendedora osada e intuitiva, su carácter enérgico. Al otro su temperamento despótico y arbitrario, su megalomanía, su suficiencia avasalladora. El trato displicente y humillante hacia aquellos a quienes sojuzgaba sin piedad. Su vida dispendiosa con la que homenajeaba a los autores de su escudería deja un margen de duda amplio: si era generosidad u ostentación de manirrota, si la soberbia de la poderosa no nublaba el aparente afecto, si no era una forma de chantaje o de someter voluntades. El cinismo con que ella misma se refirió a sus comportamientos alienta las sospechas.
De todas maneras, esta trama del libro de Carmen Riera tiene importancia menor, pues al fin y al cabo poco interesa la personalidad de Balcells al lado de su papel en la historia de la edición y, por consiguiente, del que los teóricos llaman el campo literario de nuestras letras recientes. Daría sí, para una buena novela sobre un ser de ambición descomedida; ya la ha tenido pero con magros frutos porque se ha priorizado la vertiente caricatural del personaje sobre su complejo fondo psicológico. Pero ciñámonos al los hechos. Balcells, según es sabido y su biógrafa documenta, dio un giro radical a las relaciones entre autores y editores. Hizo saltar por los aires los contratos leoninos que los editores imponían. Exigió el cumplimiento de los compromisos contractuales. Defendió el abono de sustanciosos adelantos sobre los derechos, algo que beneficiaba a la agente y se extendió como práctica habitual no siempre con resultados positivos. Con estas prácticas dignificó el trabajo de los escritores y consiguió que muchos consiguieran profesionalizarse y vivir de esta ocupación.
Hubo luces y sombras en esta firme y hasta agresiva actitud de la agente que no es cuestión de detallar aquí y que la biógrafa constata con copiosos datos. Vertiente particular de la preocupación de Balcells por la situación económica de los autores fue si intervención para un cambio legislativo que modificó la fiscalidad de los derechos. Los premios y otros ingresos excepcionales dejaron de pagar a Hacienda por la ocasión en que se lograban y pasaron a hacerlo de acuerdo con las liquidaciones periódicas reales. Este trascendental cambio para las finanzas de los escritores lo consiguió Balcells por sus relaciones personales con los gobernantes.
Un aspecto importante del libro de Riera reside en la trascendencia de Balcells en el desarrollo y asentamiento del boom hispanoamericano. Otra cosa habría sido, seguramente, y de dimensiones menos internacionales, si la agente no hubiera intervenido para propiciar múltiples ediciones de los libros de aquella prodigiosa generación de narradores en países hispanos como, sobre todo, traducciones a multitud de lenguas. No fue Balcells la inventora del boom, pero si el hada madrina que convirtió intereses económicos —suyos y de los autores— en un acontecimiento literario de trascendencia planetaria. Habría redondeado esta valoración el que Riera nos hubiera proporcionado cifras concretas, de tiradas y de ventas, de aquel fenómeno.
Balcells completó su trabajo como agente literaria con otras actividades, y Riera aporta una información al respecto menos o nada conocida. Así, da cuenta de empeños empresariales en la hostelería en los que la dinámica Balcells fracasó. También se relatan ocasiones en que la agente pasó al otro lado del espejo y se convirtió, con desigual fortuna, en editora. Y se habla en detalle de otras iniciativas, alguna enormemente ambiciosa, en pro de la difusión de la literatura y la cultura. Son muchas las noticias que aporta Riera y asombra en su crónica la personalidad infatigable de una persona que no podía parar quieta.
La mayor parte de los materiales aportados por Carme Riera es de una novedad absoluta, y difícilmente superable a corto plazo. En busca de la perseguida objetividad de su biografía señalada recoge entre dichos materiales perspectivas contrapuestas acerca de Balcells. Las hay muy admirativas, complacientes y genuflexas. Pero también se encuentran muy furibundos detractores de actitudes personales censurables y de estrategias empresariales polémicas. Si Riera hubiera querido dar una visión edulcorada de su personaje, le habría bastado con no dar audiencia a las voces hostiles. Resulta, así, una biografía equilibrada, aunque claramente inclinada a favor del personaje. En todo caso, deja margen suficiente para que el lector saque sus propias conclusiones. Las mías me inclinan a pensar, como persona, en un ser aborrecible. Pero poco importa: lo notable es el papel decisivo que aquella “administradora de fincas literarias”, como recuerda Riera que solía referirse a sí misma, desempeñó en la transformación y modernización del mercado editorial español.
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Autora: Carme Riera. Título: Carmen Balcells, traficante de palabras. Editorial: Debate. Venta: Todostuslibros.
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