Jorge Pérez Cebrián nació en Requena en 1996. Actualmente cursa el grado de Filosofía en la UNED, disciplina que impregna la temática de sus poemas. Su primer libro publicado fue La voz sobre las aguas (Valparaíso, 2019). Más adelante publica La lumbre del barquero (Olé-Libros, 2021), obra nominada al Premio de la Crítica de la Comunidad Valenciana en 2021. En ese mismo año es galardonado con el premio Arcipreste de Hita 2021 con la obra De cuánta noche cabe en un espejo, que verá la luz en la editorial Pre-Textos en 2022. Además, en este tiempo, ha coordinado los eventos poéticos «Las noches de Eleusis» en Madrid, imparte un ciclo de conferencias en La Casa del Libro acerca de la historia de la poesía universal en Valencia, participa en antologías como Para decir amor sencillamente (Diputación Provincial de Granada, 2021) y publica poemas en revistas como 21veintiúnversos o Estación Poesía. Su escritura, fundamentada en la filosofía, busca redescubrir los temas esenciales del ser humano, que han venido atravesando una tradición a la que se rinde reverencia. Poemas que desde la fragilidad buscan el destello que une lo humano con lo eterno, con el terror sagrado que ese encuentro implica. Zenda publica dos poemas de La lumbre del barquero, otros dos de De cuánta noche cabe un espejo y un inédito.
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BARANDILLA DE METAL OSCURA Y FRÍA
Pero incluso los ángeles –dijiste–
están anclados por la sombra al suelo;
porque toda raíz se da a la tierra,
mientras la vaga lengua de las ramas
pronuncia entre sus hojas
despedidas.
Y de entre todos los jardines
–¿recuerdas?–
solo este crece y
bebe y
no respira.
El pasado
aún no era patria de las rosas,
pero sobrevolaban ya
los ruiseñores
la eterna primavera de los cementerios.
Pero tú todo el resto ya lo sabes.
Y cómo –me dijiste–
desde tan alto, ver el cielo.
Entonces un farol
bastaba para sostener la noche
cuando te hiciste silueta
de un susurro entre las paredes blancas
igual que una paloma
que no encontrara el aire.
–Moisés abrió bajo el fulgor los ojos
y vio en sus párpados cansados
diamantes dentro de la arena blanca–.
Allí un velo de luz te recubría,
como oculta la mano ajada del pintor las flores
del vago acontecer de los ciruelos.
Y nuestros pasos
eran jóvenes,
como sin duda deberían serlo
los pasos jóvenes de los mortales.
Nuestras manos demasiado grandes para el vacío.
Desnudos,
el mundo nos cubría de los pies abajo,
tan solos,
tan recónditos
e inadvertidos.
Será por eso que no aprendimos a caminar de espaldas,
como nunca aprendimos
a ver la luz a solas.
Mañana no saldrá el sol, amor, pero tú eso ya lo sabes.
Y tú aún sostienes
mi mano
como un pájaro
y las palomas sueñan con volar sin aire.
De La lumbre del barquero (Olé-Libros, 2021)
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EL TRIUNFO DEL LENGUAJE
Coge mi mano, amor,
con el valor que da saber que es tarde.
Ya se acercan.
¿No lo sientes,
cómo se nos desangra en tiempo el mundo,
en lúcidas teselas, la
sintaxis soñolienta de tus pasos?
Ya vienen:
empezará esta calle en un entonces
y esta secreta novedad del mundo
será un rumor de ecos ya de nadie.
Dame tu mano, amor,
quizá sea tu mano quien nos libre
de toda esa gramática de ayeres:
las frases sin nostalgia que seremos,
los verbos que se mezclan a la carne.
De La lumbre del barquero (Olé-Libros, 2021)
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HIC SUNT DRACONES
«Así le hablé, y me respondió acto seguido:
–¡Atrida! ¿Por qué me preguntas tales cosas?
No te compete a ti saberlas,
y no estarás mucho sin llorar
tan luego como las sepas todas».La Odisea, IV, 491 y ss.
Qué importa que el mañana sea uno:
aún puede una promesa ser la vida.
Mira a lo lejos.
Y allí, sobre las aguas, detenido,
su huella se parece a cada humano
que alguna vez dará su rastro al viento.
Algunas veces teme
la abisal conjetura de la sombra
porque tan sólo allí,
donde claudica el ojo,
lo que la luz oculta hunde la hierba.
Se agacha a recoger las redes
a solas en un mar que nadie ha visto.
Y tiende
su cuerpo entre las bestias,
como un pastor en medio del rebaño,
jugando a deshilar cada futuro.
Aún no sabe
que fue por su mirada la ardua historia,
qué palabras pronuncian los silencios
que a un tiempo son un no y un todavía.
Sin darse cuenta,
todo pasa,
y en sólo un cuerpo yerra el infinito.
El leve cuarto se diluye.
La luna lo contempla con dulzura,
y vuelve a ser un niño que se sueña.
De De cuánta noche cabe en un espejo (Pre-Textos, 2022)
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ALIQUIS ME FECIT
(ALGUIEN ME HIZO)
«Did he who made the lamb make thee?»
WILLIAM BLAKE
En las orillas
de algún remoto río ya sin nombre
alguien ha hundido el rostro y
sólo llora.
Y lo sé:
habita todavía el tiempo,
sobre la suave sumisión del mármol,
la mano blanca
y el sudor perdido.
El suspiro, el dolor encadenado
debajo de una sombra de certeza,
el triste amor por el cobijo irguiéndose,
tensándose en los hombros de los Atlas,
el grito y el fragor que llamo historia.
Existe un rastro invicto, existe
un hálito en el barro, una prisión,
la firma de quien ya no tiene nombre
y sabe que aún la muerte se arrodilla
si un hombre dice al mundo «yo he vivido».
Un alma, una vida, un pasado
que habitan más las cosas que los cuerpos.
Y lo sé:
no existe una belleza tan desnuda,
que no diga en silencio «alguien me hizo»,
que no esconda en su piel algún temblor
clamando su otra sangre ya callada.
Y esta noche sin dueño sólo callo.
Acerco a ti mi cuerpo,
Y en este gesto exacto y temeroso,
profundo como la respiración
de un tigre,
como un cordero,
me pregunto.
Y es algo que me acerca al polvo alzándose
al vivo olor de la madera fresca.
Lo más cercano acaso
al misterio y la luz de una plegaria.
Cierro los ojos.
Y quizá alguien aún siga llorando
sentado junto a un río
ya sin nombre.
De De cuánta noche cabe en un espejo (Pre-Textos, 2022)
***
ALGUIEN
Se sientan a la mesa.
Lo tenue de la luz. La llama lenta.
El peso acostumbrado de la carne.
Está cansado.
Sobre sus manos duras,
sin víctima, verdugo y sin memoria,
el barro y el aliento de los dioses,
las ascuas que aún gobiernan su ventana.
Cansado
fatigó el alba, aprendió del frío.
Cansado del sigilo de su cuerpo,
como una llama nunca mengua al darse,
así esparció su sombra por el mundo.
Aprendió a dar los nombres.
Aprendió
de las más altas leyes su lugar,
robó el fuego, afiló la roca,
besó a su madre y emprendió el desierto.
Caminó.
Se resguardó en la tierra de la muerte
con sólo sangre y con su mano anónima.
Fue solo una canción que se ha perdido.
Venció los mares,
sometió al horizonte hasta ser mapa.
Fue la Voz, fue los hombros
llevando el peso invicto de la Roca
al fin de algún Imperio o de un rey muerto.
Y dio su alma
dispensando porqués contra el horror
deshilando, hebra a hebra, el arcoíris,
calculando Una Ausencia en sus silencios.
Amó
hasta encontrar sentido
blandiendo insomne el arma enamorada.
Cantó el origen y cantó el destino
enmudeció de dicha,
en un espejo negro sin destino.
Robó y mató, fue muerto y fue los clavos.
Fue cobarde o no fue, o fue valiente.
Murió a millares cada día.
Estuvo vivo.
Pero ahora,
desde hace mucho tiempo, está cansado.
Se sienta con demora.
Lo tenue de la luz. La llama lenta.
El peso acostumbrado de la carne.
Los mismos astros velan las ventanas.
“Es de noche” se dice
y piensa, sin motivo, en el zapato
que ha visto abandonado en una acera.
“Pero es de noche y he llegado a casa”.
Y entonces, otra vez,
mira sus manos.
Un hombre parte el pan y se pregunta
si puede el tiempo
rozar una belleza
por más que muera un poco
cada día.
(Inédito)
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