Recurro a la memoria literaria para contrarrestar la melancolía que produce tanto esfuerzo cultural inútil, parafraseando a Ortega, y empiezo recomendando la lectura del artículo de Juan Cruz en El País, titulado «Un pacto nacional por la cultura«. Luego recordaremos a Wislawa Szymborska, a Stefan Zweig, a Goethe y a otros grandes de la cultura europea, y también a la República de Weimar, auténtica República de las Letras hasta el ascenso de Hitler al poder, no olvidemos que lo alzó el clamor popular en las urnas, como a Trump.
A esta polaca, que no pudo terminar sus estudios por problemas económicos, le concedieron el Premio Nobel de Literatura en 1996, lo que viene a ser lo mismo que si nos lo hubieran dado a nosotros por tener la suerte de leerla. Lo recuerdo como si fuera hoy. Sonó el teléfono en la redacción de El Mundo, me soltaron su nombre como quien suelta una sartén ardiendo, lo que aproveché para encender el enésimo cigarrillo de la jornada, y me puse a cavilar qué podía hacer con esa información. Veinte años después, “perdido para siempre lo perdido”, que dijo Ángel González, recuerdo sus poemas con el agradecimiento con el que se recuerda todo lo que nos han ayudado a caminar mejor.
Antaño nos sabíamos el mundo al dedillo:
tan pequeño que cabía en un apretón de manos,
tan fácil que se describía con una sonrisa,
tan común como el eco de las viejas verdades en los rezos.
La historia nos saludaba con fanfarrias de gloria:
echaba arena sucia en nuestros ojos.
Aún nos esperaban rutas lejanas y sin salida,
pozos envenenados, pan agrio.
Nuestro botín de guerra es el saber del mundo:
tan enorme que cabe en un apretón de manos.
Ese “Antaño” con que empieza el poema nos incumbe a todos. Es el territorio de la infancia donde estuvimos a salvo, a cubierto y protegidos. Vivíamos en un mundo seguro como escribe Stefan Zweig en sus memorias de un europeo, que él tituló acertadamente El mundo de ayer. Una Europa fallida entonces por la arrogancia totalitarista que borró en menos de diez años la libertad y la cultura adquiridas tras siglos de civilización. Una Europa fallida ahora por la construcción de una unión de países del Norte y del Sur que poco o nada tienen que ver unos con otros; un ficticio intento de colocarnos las gafas de la economía para adorar el auge financiero, sin contar con el drama de las emigraciones en masa ni con los nacionalismos criminales que amenazan de nuevo la estabilidad mundial.
Por eso me uno a Szymborska y a Zweig, porque hablan de ese espacio personal de la infancia en el que se goza de seguridad y de felicidad, precisamente porque la desconocemos al estar instalados en ella. Lo dijo Fernando Pessoa: “Por qué para ser feliz hace falta no saberlo”.
En su dorada adolescencia, recuerda Zweig que en el colegio leían a Nietzsche, iban a las exposiciones de arte, entraban en los ensayos de la Filarmónica y aprendían poemas de memoria. Pero ser judío le jugó una mala pasada. Hitler, tras acabar con la República de Weimar(*), fue aniquilando cualquier vestigio que no cupiera en sus planes megalomaníacos. Stefan Zweig se exilió en Brasil con su esposa, Lotte Altmann, y ambos tomaron una dosis suficiente para no levantarse jamás. Tenía sesenta años y, hundido por el pesimismo y la degradación de las ideas, sintió que el mundo de ayer se había acabado.
(*) Weimar fue el hogar y la inspiración de Lucas Cranach el Viejo, Martin Lutero, Johann Sebastian Bach, Johann Wolfgang von Goethe, Friedrich Schiller, Friedrich Wilhelm Nietzsche, Arthur Schopenhauer, Franz Liszt, Walter Gropius, Fritz Lang… Y allí se encuentran las tumbas de Goethe, Schiller y Nietzsche, el Archivo Musical de Turingia y la Biblioteca de Anna Amalia. La República de Weimar vivió una efervescencia cultural impresionante pero el ascenso del nazismo fue la clave de su hundimiento; comenzaba el período más siniestro para Europa y el mundo. En 1933 un tal Adolf Hitler, primo hermano de Nosferatu, decidió montar una orgía demoniaca.
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Pistas:
- Stefan Zweig. El mundo de ayer. Editorial Acantilado
- Wislawa Szymborska. Antología poética. Visor
- Goethe. Poesía y verdad. Alba editorial
- Peter Gay. La inclusión de lo excluido, La cultura de Weimar. Argos Vergara
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