Ahora que ha pasado la fiebre del Premio Planeta, y podemos hablar bajito de este tema sin que se nos echen encima, ¿qué escritor no ha soñado con ganar un premio literario? Y no hablo de los autores consagrados que pululan por revistas como esta, que ellos no lo necesitan y saben cómo funciona esto. Hablo de los que empiezan, de esos que llaman jóvenes promesas ―categoría en la que, por edad, nunca entré―. Son muchos los que ven en ello la solución al gran problema de entrar en el mundo editorial. Un autor novel es como un joven en busca del primer empleo. Recuerdo aquel anuncio de los ochenta, el de la pescadilla que se mordía la cola, donde un joven desesperado buscaba su primer empleo y era rechazado por no tener experiencia previa; y, al no contratarle nadie, nunca llegaba a tener aquello que le exigían para salir del paro, inmerso en un bucle pernicioso. En el mundo editorial pasa algo parecido. Cuando te presentas a los agentes o editores diciendo que, ese manuscrito que con tanto mimo les ofreces, es tu primera obra o, aunque no lo sea, todavía eres virgen en el terreno de la publicación, te miran con malos ojos o, directamente, ni te miran, eres invisible, ―salvo que seas famoso, político, o comas pastas con algún escritor de postín―. Y ahí te puedes quedar para los restos, amontonando manuscritos en el armario, salvo que… ¡Te premien! O, seamos más modestos: quedes entre los finalistas de algún premio importante. Entonces sí, entonces ―piensas― te van a hacer caso. Así hay tantos noveles que se presentan con desesperación y esperanza ―ambas cosas son compatibles― a los galardones a novela inédita más sonados de las letras españolas.
Pero es que los premios tienen su intríngulis y, hasta que no te metes en este mundillo, lo desconoces; hay que fijarse en muchas cosas para no patinar si la inspiración y los hados te acompañan y premian. Pensaba en esto hace pocos días, cuando acudí a la entrega de un premio bastante prestigioso y transparente ―hasta donde yo sé―, pero de escasa difusión.
Los premios importantes, esos que tienen una gran editorial detrás y muchos ceros en el cheque-regalo ―en realidad, un adelanto sobre los derechos de autor―, son complicados de ganar ―por decirlo suavemente y sin meterme en más jardines―. Quedar finalista sí es posible ―que me lo digan a mí― pero, además de ser también un milagro, sirve de poco. A veces es incluso contraproducente, pero al menos consigues que los agentes se interesen y te lean. Si has llegado hasta ahí, algo tendrás. Y poco más.
Vamos, pues, a los del siguiente escalón. Muchos son auspiciados por corporaciones locales o entidades de menor relevancia: desde el «Premio Ciudad de tal» hasta el «Premio de la asociación de amigos del perro perdiguero» hay una variedad amplísima de oportunidades para abandonar el anonimato. O no.
Las bases son sencillas, los plazos asumibles y la letra pequeña enrevesada. Pero entre estos hay todo un mundo de colores.
Si la cantidad del premio es contundente y hay una gran editorial detrás, va a ser difícil que lo gane un desconocido. Las oeneges no funcionan en este sector y, quien se juega mucho, lo hace sobre seguro: aunque parezca que el premio lo da el ayuntamiento o corporación de turno la sombra de la editorial está muy presente. Algunos de estos premios, de fama nacional, han desaparecido arrastrados por la crisis y, los que todavía quedan, miran el retorno de la inversión con la misma diligencia que hoy en día emplean los bancos para estudiar las garantías de una hipoteca.
Por el contrario, si no se organiza en colaboración con una editorial medianamente conocida, es decir, que tenga distribución nacional, más vale que el premio sea sustancioso porque puedes darte por desaparecido. Es muy probable que la obra se venda en cuatro sitios de la localidad que organiza el certamen y para de contar. Puede ser como guardarla en un cajón a cambio de una cantidad y, cuando confías en tu obra, es duro asumir ese entierro en vida. Si buscas darte a conocer, mal. Si buscas la recompensa económica, dependerá. Si quieres completar currículum, toda piedra hace pared. Por tanto, importa más la editorial que haya detrás que quién ponga el nombre a la convocatoria.
De ahí que elegir el premio adecuado ―esto es, que no esté viciado de origen, que dé visibilidad, y que el libro premiado llegue a los lectores más allá de la localidad organizadora― sea un arte, una labor tan complicada como encontrar ese primer empleo. Y hasta libros hay para ayudarte a encontrar el que tu obra necesita.
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