El silencio resuena entre las paredes de una casa, el silencio cae sobre la imagen de un hombre que corta cebolla, es el Inquisidor. Teresa escucha con el cuerpo y con el alma.
“Decidme quién sois”, pregunta el Inquisidor, e insiste a lo largo y ancho de este único acto que nos propone el autor. El Inquisidor, hombre de oración, insiste en poner en duda la integridad de Teresa, insiste en la doble intención y en la vanidad de una mujer que no teme a la muerte ni al exilio. El Inquisidor como metáfora de una razón sin grietas, de una filosofía platónica que sólo cree en lo que puede ver, extrañamente en contradicción a la ingente cantidad de visionarios que a lo largo de la historia del cristianismo han escrito sus visiones. Parece que el poder no asume la contradicción, que no entiende de paradojas, parece que el poder huye y teme a la mujer que habla en silencio con Dios (o consigo misma).
El inquisidor nos hace espejo del temor que se nos aparece cuando no entendemos al otro, cuando el otro se escapa a nuestras lógicas, “¿Acaso es cada ser espejo de otro?”, dice el Inquisidor, quizá teme verse reflejado en la profundidad de Teresa, de saberse loco como ella.
“La imaginación es la loca de la casa”. Cuando la casa se ve amenazada por la subversión de las mariposas, la autoridad que controla la casa quiere acabar con ellas, pero no le basta con destruir la estructura, quiere ver cómo esas mariposas claudican y se corrigen, quiere ver morir en soledad a las que se apartan del mundo, a las de hablar torcido.
Todo sucede en la cocina de este monasterio-casa, el “castillo” fundado por Teresa y sus hermanas. Esto me hace pensar en las moradas, libro seguramente de gran influencia para Mayorga, en el que Teresa de Ávila hace una alegoría de los grados de la vida espiritual, desde lo ascético a lo místico. Y me pregunto: ¿Si el alma tiene un castillo interior, qué tiene el cuerpo? De alguna manera la Teresa de Mayorga nos responde que no hay que separar una cosa de la otra, que cuerpo y alma van de la mano, que el dolor que el cuerpo siente no es otra cosa que el gemido del espíritu en presencia de Dios. Me imagino a San Juan de la Cruz (otro místico) subiendo la montaña y cantando su noche oscura, me imagino a Teresa leyendo sobre un poyete en la celda de su castillo interior. La mística es el disfraz que suele tomar la subversión.
Marina Garcés (filósofa y ensayista) es quien termina con un pensamiento largo esta Lengua en pedazos. Primero desgrana, desde la duda, el acto de cortar cebolla y nos entrega una visión llorosa y difusa sobre la verdad, después siembra la idea sobre el consuelo en la lectura y los fantasmas que rondan la imaginación, luego nos invita a reflexionar sobre la subversión y el desorden. Cierra este ensayo dando luz verde a la imaginación, nos propone atravesar las dualidades para elevarlas al rango de sensaciones complejas: de paradojas.
Así como Mayorga dedica este libro a sus padres, yo dedico esta —mi primera— reseña a todas las personas que alguna vez pusieron un libro en mis manos, porque a veces “habiendo libro no es menester más”.
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Autor: Juan Mayorga. Título: La lengua en pedazos (Premio Nacional de Literatura Dramática). Editorial: La Uña Rota. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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