La pintora inglesa Dora Carrington (1893-1932) mantuvo una relación tortuosa con el hispanista Gerald Brenan, quien sintió hacia ella una atracción intelectual y erótica y le consideró el gran amor de su vida, como revela la correspondencia entre ambos.
Aquella fue «una relación muy tortuosa, de gran entrega por parte del joven Brenan tanto a los encantos intelectuales como físicos de Dora, quien vivía en dos triángulos superpuestos». El primer triángulo lo formaba con el escritor Lytton Strachey, con quien vivió la mayor parte de su vida, y con Ralph Partridge, «un gran amigo de Brenan en la época de la guerra, con el que se casó», y en el otro triángulo el tercer vértice era el propio Brenan, «con quien tuvo una relación en Inglaterra y luego, cuando este vivía en España, a través de las cartas».
«Además de pintora, Dora es una gran escribidora de cartas, y vemos en sus misivas ese amor tan tortuoso, con el que Brenan lo pasa fatal, tanto por la atracción erótica como por el interés intelectual mutuo. Es un tira y afloja continuo», apunta Martín-Domínguez. Esa relación «marcó mucho a Brenan en sus capacidades sentimentales a lo largo de toda su vida, incluso cuando se casó con Gamel Woolse y escribió a Dora para decirle que ya podrían tener una relación de amistad más tranquila«.
«Brenan siempre la tuvo como el gran amor de su vida», señala Martín-Domínguez, que cree que la relación de Dora con Strachey, «una de las grandes cabezas del grupo de Bloomsbury», pudo ser «paternofilial» y el problema «es que ella le tenía como una luminaria y oscureció sus capacidades artísticas al dedicarse de forma excesiva al servicio del gran patriarca de Bloomsbury». La relación Brenan-Carrington acabó «con una ruptura muy dramática», que el hispanista describió en sus cartas, durante una visita a la casa de campo donde Dora vivía con Strachey y Partridge. «Él se retiró a sus aposentos de noche tras una discusión, pero Dora entró y tuvieron una relación sexual impuesta por ella. Esa noche llegó la separación definitiva, que Brenan consiguió soportar gracias a la distancia que impuso, con sus estancias en España«. Sin embargo, Dora venía a visitar a Brenan en España, «se veían a hurtadillas, y Brenan pedía permiso a Partridge para besar a Dora», según Martín-Domínguez, que resalta que «la sexualidad abierta en Bloomsbury es uno de los grandes temas y de los puntos clave del grupo».
Además de Dora, Martín-Domínguez dedicará su ponencia en la Casa Gerald Brenan a Leonora Carrington, otra pintora inglesa que comparte apellido, aunque sin parentesco con la anterior, y con la que el periodista conversó en su casa de México antes de morir en su película El juego surrealista. «Leonora no admitía el papel secundario de musa que hemos visto en las actitudes de los surrealistas hacia la mujer. Fue una protofeminista, y quizás por eso está en la vanguardia del arte actual». Añade que «en los años 60 ya hizo carteles en México en defensa de las mujeres artistas y no se sintió inferior a ningún miembro del grupo de los surrealistas. Fue una de las más jóvenes del grupo, la protegida de André Breton y tuvo una relación intensa con Max Ernst«.
«Siempre fue una feminista de pro, y lo pagó caro, porque cuando tuvo que irse de Francia por la llegada de los nazis, vino a España, y cuando llegó a Madrid, por influencia de su padre, le inyectaron calmantes, la metieron en un coche y la llevaron a un psiquiátrico en Santander, donde fue tratada con equivalentes a electrochoques y no solo sobrevivió, sino que fue una mujer con la cabeza muy bien puesta».
Dora y Leonora tienen en común, «como muchas otras mujeres, haber estado oscurecidas en el mundo artístico» y a la sombra de los hombres. «Dora nunca fue muy reconocida hasta que se hizo una tesis en EEUU y se rodó una película sobre ella, y Leonora era también una marginal en el grupo surrealista, pero ahora es una luminaria con influencia creciente, y este año la Bienal de Venecia se celebra bajo su advocación», resalta Martín-Domínguez, que cree que es «un buen momento para recuperar a dos mujeres cuya obra debe ser reconocida».
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