La anécdota con la que hoy dan comienzo estas romanzas es pequeña y casi vulgar frente al gigante que fue Ortega, pero a la vez da buena cuenta de la personalidad de este filósofo extraordinario. Como buen raciovitalista, creía en la necesidad de relacionar el yo con el medio en el que se desarrolla. El proyecto vital del ser humano consiste en decidir en cada momento cómo actuar, como desenvolverse entre las famosas circunstancias. Y una buena muestra es el origen de su famoso apellido: Ortega y Gasset. En concreto, el origen de esa conjunción copulativa que separa ambos apellidos, y que tantas chanzas ha traído consigo a lo largo de los años. Resulta que, siendo apenas un joven pensador, Ortega y Gasset decidió añadir esa «y» para no tener que hacer frente a la secuencia «ga-ga» cacofónica que necesariamente hubiera aparecido en caso de suprimirla. Como digo, parece una anécdota peregrina, pero refleja bien la actitud de un hombre hecho a sí mismo, capaz de adaptar las circunstancias a una personalidad única.
Quizá la mayor de las circunstancias a las que hubo de hacer frente Ortega fuese esa realidad histórica repleta de contradicciones llamada España. Ha pasado un siglo desde la publicación de La España Invertebrada, un pequeño ensayo que ya desde el inicio se convirtió en un éxito notable, y que cien años más tarde sigue dando de qué hablar. Para conmemorar la efeméride, un grupo de filósofos e historiadores van a reunirse en Madrid para discutir la vigencia del texto. Indudablemente, la idea sigue viva. Es fácil advertir que durante un siglo nadie puso remedio, ni autoritarismos ni liberalismos, a esa sensación de hallarnos frente a una España descosida, que como bien dice Ortega fue perdiendo progresivamente los apéndices de su imperio, y que sigue caminando irremediablemente hacia su núcleo inicial (creo que era Sánchez-Albornoz quien dijo que Castilla hizo a España, y también la deshizo). Ortega lo comprendió, además, en un momento donde la historia no era conocida con el nivel de detalle que hoy alcanzamos, casi surge de la mera intuición, de la inteligente observación de una inercia.
Con sus errores, el ensayo me parece de una agudeza extraordinaria. Percibe claramente que el hecho histórico que catapulta la expansión hegemónica de España, es decir, la unión entre Castilla y Aragón, y las sucesivas incorporaciones de los distintos reinos y colonias, tiene su germen en un proyecto de vida común. Del mismo modo, capta que la posterior decadencia viene motivada por el particularismo, es decir, porque varios territorios derivan hacia proyectos privativos, ajenos a lo común. La solución que parece sugerir Ortega es una suerte de globalización que vuelva a imponer lo común sobre el particularismo. Además, ha de ser Europa quien asuma la personalidad española, no España la mentalidad europea. Alemanias e Inglaterras ya existen, no hacen falta otras. Lo importante es que cada uno aporte sus matices a una sociedad global. Sin embargo, un siglo más tarde, la solución parece cada día más lejana, y aquellos proyectos particularistas cada día les aportan más a sus acólitos algo que a Ortega le parece esencial: la capacidad de desear. Que nos pillen confesados en la escombrera.
Eso de que el «núcleo inicial» de España es Castilla, al igual que el fatalismo nacional, es otro de los absurdos de la generación de 1898 que ha hecho fortuna y no se va ni con agua caliente. Castilla se convirtió en el principal reino de España muy tarde, cuando la idea de España -no sólo como pasado, sino como destino- ya estaba firmemente arraigada en los reinos cristianos. De hecho, los precursores de la unidad nacional son reyes de León y de Pamplona, y el que hace la unidad de España como la conocemos hoy es un rey aragonés. Para conocer a alguien, hay que conocer su historia, no lo que nos cuente su vecino. Para saber qué es España y su absurda situación actual hay que leer Historia, ¡no los Episodios Nacionales, Historia! Tenemos un gran problema con los literatos en España desde hace bastante tiempo: no leen más que literatura, y de su tiempo, que por lo visto es la única que entienden, abundando en el autismo intelectual que Ortega llamaba ‘barbarie de los especialistas’. NY así nos va, y vienen los extranjeros y nos descubren tal cosa o tal autor español, porque aquí los ‘intelestuales’ están todavía en la guerra civil y mirando de reojo las ‘tendencias’ y su ombligo. Anda ya.