Bosch ha cambiado de título, pero todo sigue igual. Y eso es una buena noticia. La serie basada en las novelas de Michael Connelly sigue los pasos del taciturno detective de Los Ángeles una vez abandona el cuerpo de policía. Como en las novelas, Harry Bosch se pasa al bando de los private eyes para seguir impartiendo cierta medida de Justicia. Basada parcialmente en El otro lado del adiós, el protagonista indaga el paradero del hijo perdido de un multimillonario moribundo mientras —como es habitual en la serie— la trama se complica con otros hilos argumentales.
La serie, que en España sigue emitiéndose en Amazon a razón de dos capítulos a la semana tras haberse estrenado cuatro de una tacada (en EEUU pertenece a la antigua Imdb TV) sigue funcionando igual que la anterior, con el mismo equipo creativo, mismos escenarios y una narrativa con un ojo puesto en los personajes y otro en el puro embrollo policial, siempre con rigor y seriedad. Un spin-off que, en realidad, solo potencia ciertos personajes secundarios que ya existían en la anterior.
¿Maniobra para alejar la serie del escasamente prestigioso estamento policial en EEUU? No sabemos, pero la jugada es perfecta en términos de serie veterana (siete temporadas en la era del streaming es una verdadera brutalidad). Bosch fue una de las series pioneras en el mundo de la televisión por internet, por mucho que la actual saturación de la multitud de plataformas y la inanidad de la mitad de sus productos (incluyendo la nueva explosión del relato noir en todas sus formas, empezando por el true crime) parezca haberla condenado a cierto tipo de indiferencia.
Pero si han llegado hasta aquí es que a ustedes, como a mí, eso les da igual. La apología del tipo duro con un corazón de oro le funciona a las mil maravillas a Titus Welliver, excelente actor de reparto que aquí ha encontrado la plaza adecuada para dar un particular do de pecho “bogartiano”. La suya con Bosch es una fusión de actor y personaje casi perfecta: uno percibe la satisfacción de uno paladeando al otro, sin fricciones o histrionismos. Su afinidad con el autor Michael Connelly, que ha dedicado alguno de los libros al actor, es perfectamente comprensible.
Pero el verdadero protagonista de la serie vuelve a ser la ciudad de Los Ángeles. Una urbe imposible, inabarcable, compleja, yerma y de alguna manera atractiva, retratada de una manera mundana, alejada del glamour que uno podría entender de una serie ambientada en las colinas de Hollywood. Harry Bosch ganó un dineral con la adaptación de uno de sus casos, pero sus intereses no son precisamente espurios.
Quizá el gran atractivo de Bosch, y de Bosch: Legado, es ser distinta a todas las series policiacas actuales por, precisamente, parecerse un poco a todas ellas. La suya es una apuesta por el clasicismo, por la vieja escuela, por vivir al margen de las modas y precisamente adaptarse bastante bien a todas ellas. Habrá quien piense que ello equivale a no tener personalidad, pero lo cierto es que Harry Bosch (e hija) es ya un nombre capaz de medirse con los más grandes personajes típicos de la novela negra, uno capaz de descubrirnos la razón de ser, la fuente de la vida (o la muerte) de todo un género.
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