Emilio Calvo de Mora es un aforista y poeta nacido en Córdoba en 1966. Es autor de los poemarios El espejo de los sueños (Antorcha de Paja / Diputación de Córdoba, 1985) y Curso de escritura automática (Calixto Torres, 2017), del libro de relatos Cuentos del astronauta zurdo (Editorial Juan de Mairena, 2008), un volumen diarístico titulado Caballos perdidos en la tormenta (2020), así como de las obras de aforismos Catedral en construcción (2021) y Un poquito de swing, por favor (2022), dedicada íntegramente al jazz, estos tres últimos publicados por Cypress. Mantiene un blog sobre cine, poesía y jazz, entre otros asuntos, al que dedica las más altas atenciones y cuyo nombre es el mismo de su primer libro (El espejo de los sueños).
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La virtud más extrema mira de reojo al puro vicio.
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Perder el norte es, a veces, ganar todos los demás puntos cardinales.
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Ejercí la filantropía hasta que tuve que solicitar la ajena.
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El cuerpo entero es un tumor benigno. El alma es un asunto de poetas y de clérigos. Sin metáforas no habría Dios ni habría lírica.
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El escritor carece de pudor. Ni misericordia tiene. Arroja a sus personajes a las kareninas vías del tren.
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Es más fácil creer en dioses de la antigüedad, aunque sepamos que son invenciones, que creer en héroes de la actualidad, aunque sepamos que son verdaderos.
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Hay libros a los que entras como en el cuerpo de la persona a la que amas.
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Hablar solo es confiar en que Dios exista.
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La religión es una ecuación cuya incógnita es el tiempo.
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Hay algo de halago en el hecho de que no le caigas bien a alguien.
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Sed de absoluto, hambre de Dios. El jazz es una catedral para quien lo escucha con los ojos cerrados. Como si rezara.
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Un vicioso es alguien que se ha hecho adicto a sí mismo.
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Las maletas son apátridas.
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Soy una gárgola. La catedral me crece debajo.
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Del jazz que amo puede decirse sin signo de vanidad que me ha hecho mejor persona. Ahora soy un filántropo de mí mismo. Me satisfago a conciencia. Ocupo con él la parte que no podría colmarse con casi ningún otro bálsamo. Porque es bálsamo la palabra que mejor le cuadra. Lenitivo que mengua la brusca fornicación de las horas.
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