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6 poemas de Mijaíl Kuzmín

6 poemas de Mijaíl Kuzmín

Canciones de Alejandría fue la obra que hizo célebre a Mijaíl Kuzmín (1872-1936) en el panorama lírico ruso de la Edad de Plata. Aunque no estuvo exenta de polémicas, tanto por el contenido homoerótico como por las reminiscencias formales, que enseguida lanzaron a la crítica a establecer paralelismos con otras obras europeas similares, se puede decir que la opinión fue clara y unánime: el ciclo alejandrino de Kuzmín inauguraba algo insólito en la lírica rusa. Estas particularidades, tomadas del decadentismo francés y del gusto imperante por el orientalismo, convierten sus versos en una rareza literaria; un canto a la libertad con total ausencia de complejos y de culpas. Kuzmín describe el paraíso tal y como él se lo imagina, desde el anacronismo de mitos y culturas dispares, desde la valentía que exige lo prohibido y la sonoridad y el ritmo que la predominancia del verso libre, usado en la poesía rusa anterior en contadas ocasiones, da a la obra. Versos que celebran la belleza y la alegría desde la claridad y la fuerza de lo frágil.

Zenda adelanta seis poemas de la nueva edición del libro que publica Visor, con traducción de Dimas Prychyslyy.

***

IV

La gente ve casas y jardines
y el mar, purpúreo por el atardecer,
la gente ve gaviotas sobre las olas
y mujeres en las azoteas,
la gente ve guerreros con sus armaduras
y en las plazas, a los vendedores de empanadas,
la gente ve el sol y las estrellas,
arroyos y ríos cristalinos,
pero yo tan solo veo por todas partes
tus atezadas mejillas que palidecen,
esos ojos grises bajo las oscuras cejas
y la incomparable esbeltez de tu talle.
Así es como ven los ojos de los enamorados:
tan solo aquello que les ordena el sabio corazón.

***

VI

No en vano leímos a los teólogos
y tampoco estudiamos con los retóricos en balde,
sabemos el significado de cada palabra
y podemos interpretarlo todo de siete formas distintas.
Puedo encontrar cuatro virtudes en tu cuerpo,
y, por supuesto, también siete pecados;
con gusto aceptaré esa dicha suprema;
pero de todas las palabras tan solo dos son invariables:
cuando me hundo en tu gris mirada
y digo «te amo», cualquier retórico
entenderá «te amo», y nada más.

***

VII

Si yo fuera un antiguo comandante,
sometería Etiopía y a los persas,
destronaría al faraón,
me erigiría una pirámide
más alta que la de Keops
y sería
el más glorioso de los habitantes de Egipto.

Si yo fuera un ladrón muy astuto,
saquearía la sepultura de Micerino [2],
vendería las piedras a los judíos de Alejandría,
adquiriría innumerables tierras y molinos
y sería
el más rico de los habitantes de Egipto.

Si yo fuera un segundo Antínoo,
ahogado en el sagrado Nilo,
a todos volvería locos con mi belleza,
en vida me levantarían templos
y sería
el más poderoso de los habitantes de Egipto.

Si yo fuera un gran sabio,
derrocharía todo mi dinero,
rechazaría los cargos y las ocupaciones,
cuidaría los huertos ajenos
y sería
el más libre de los habitantes de Egipto.

Si yo fuera el último de tus esclavos,
me quedaría encerrado en un calabozo,
vería una vez o dos al año
el dorado adorno de tus sandalias
cuando por casualidad pasaras ante las mazmorras
y sería
el más feliz de los habitantes de Egipto.

——

[2] El autor se refiere a la pirámide de Menkaura, una de las tres grandes pirámides de Giza. (N. del T.).

***

IV

¿Acaso no es cierto
que en vinagre se deshacen las perlas,
que la verbena purifica el aire,
que es tierno el arrullo de las palomas?

¿Acaso no es cierto
que soy la primera de Alejandría
en cuanto al lujo de los tocados,
en cuanto al valor de los blancos caballos y sus plateados arneses,
en cuanto al largo de sus negras melenas con agudeza trenzadas?,
¿que nadie sabe
delinearse los ojos con más lujuria que yo,
ni contener en cada uno de sus dedos
un aroma distinto?

¿Acaso no es cierto
que, desde que te vi,
no veo nada más,
no oigo nada más,
no deseo nada más
que ver tus ojos
grises bajo esas pobladas cejas
y oír tu voz?

¿Acaso no es cierto
que yo misma te di un membrillo mordido,
te mandé a las más experimentadas de mis confidentes,
pagué tus deudas hasta
vender todas mis posesiones,
y todas mis joyas
ofrecí a cambio de las mieles del amor?
¿Y no es cierto
que todo fue en vano?

Supongamos que es verdad
que en vinagre se deshacen las perlas,
que la verbena purifica el aire,
que es tierno el arrullo de las palomas.
Pues ha de ser verdad,
ha de ser verdad
también
que algún día llegarás a amarme.

***

II

¿Qué se puede hacer
ante el carmesí de las nubes del ocaso
sobre el cielo verdoso,
cuando a tu diestra se divisa la luna naciente
y una enorme e hirsuta estrella,
mensajera de la noche,
palidece veloz
y se derrite
frente a tus ojos?
¿Qué hacer ante la ancha senda
entre los árboles —delante de los molinos
que un día tuve
y vendí para comprarte unos brazaletes—,
por la que vamos juntos
y se interrumpe tras la curva
frente a la acogedora
casa,
así, tan de repente?
¿No es cierto que mis versos
—para mí tan preciados
como para Calímaco
o para cualquier otro de los grandes los suyos—,
en los que vierto todo mi amor y mi ternura,
y los pensamientos livianos de los dioses
—alegría de mis despertares,
cuando el cielo está claro
y huele a jazmín en la ventana—
se olvidarán
mañana como todo?
¿Que dejaré de ver
tu rostro
y oír tu voz?
¿Que el vino se acabará,
que se evaporarán los aromas
y las telas más caras
serán polvo
en unos siglos?
¿Acaso dejaré de amar
estas delicadas cosas queridas
por su fragilidad?

***

¡Ay de mí! ¡Abandono Alejandría
y largo tiempo pasaré sin verla!
Recorreré Chipre, amada por la Diosa,
veré Tiro, Éfeso y Esmirna,
veré Atenas, sueño de mi juventud,
Corinto y la lejana Bizancio,
y la corona de todos mis deseos,
la meta de todas mis aspiraciones:
conoceré la grandiosa Roma.
Lo veré todo, todo lo veré, excepto a ti.
¡Ay!, he de abandonarte, dicha mía.
¡Largo tiempo pasaré sin verte!
Conoceré todo tipo de bellezas,
naufragaré, hasta cansarme, en otras miradas,
besaré otros labios,
a otros rizos brindaré mis caricias
y otros nombres susurraré
a la espera de nuevas citas en otras arboledas.
Lo veré todo, todo lo veré, excepto a ti.

—————————————

Autor: Mijaíl Kuzmín. Traductor: Dimas Prychyslyy. Título: Canciones de Alejandría. Editorial: Visor. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Cesar
Cesar
2 años hace

Primera vez que leo al autor. La poesia, suelo leerla por casualidad, pero en este caso un estilo muy particular. Directo y sin frases retorcidas. El verso IV, me ha conmovido. Gracias

Carlos
Carlos
2 años hace

Me hacen saber si les puedo enviar algunos de mis poemas a ese, mi correo electrónico que aparece aquí. Los poemas que publicaron, están muy bien estructurados y su contenido es fantástico en la retórica de los versos. Muchas gracias!

Carlos
Carlos
2 años hace

Por favor, soy autor de muchos poemas, y tengo dos producciones, si creen posible, me contactar a este mismo correo electrónico.