Los primeros años me vedé la tentación de escribir sobre Roma. Quería evitarme el ridículo de descubrir mediterráneos en cada plaza, cuesta o museo, de una ciudad obesa de siglos, descrita en miles de libros, que el mundo se conoce de pe a pa. Toneladas de papel me insinuaban silencio. Mi timidez ocultaba una dosis de orgullo: me resistía a ser parte del manido guion en que Roma hace de ciudad fascinante y yo de fanático de la cultura, azotacalles intelectual, anhelante por salir a su encuentro.
Tomé cautelas. La primera fue negarme a ver fantasmas, tentación habitual del escritor de viajes. Escribir cosas como «su nariz era como la de Calpurnia», «todavía se oye la ninfa Egeria en la caverna de Numa», etc. La segunda fue no rehuir los caminos trillados. Visité y leí, leí y visité al dictado de la tradición. Perderse por una ciudad puede que sea muy romántico, pero yo prefiero las visitas con guía, y en Roma conviene sacar las entradas con tiempo. La tercera fue armarme de paciencia. Así como los libros traen más libros, cada visita en Roma traía más visitas, expediciones sin fin por una ciudad que me parecía imposible de circundar. Conducido de una piedra a otra, fui sepultado por un dramatis personae sin final aparente.
Me obsesioné. Fui derrotado. Tras cinco años en la ciudad, partí consciente de que aún me quedaban muchas vetas que sacar al mármol romano. El libro tal y como está contiene setenta capítulos cortos. Un poco de todo. Noticias de emperadores que cambiaron el mundo, calas sobre escultura, pintura o arquitectura, fragmentos de historia política o de las ideas, algo de gastronomía, apuntes sobre escritores extranjeros o italianos, amores topográficos célebres u ocultos, etc.
Aunque el título no miente (los capítulos se ofrecen en desorden, ni por temas ni por fechas, sin más designio que favorecer un ritmo fluido y ameno de la lectura), lo cierto es que, una vez acabado, he entendido que hay dos motivos clásicos de los que el libro nunca se aparta: Carpe Diem y Memento Mori. Vivir en Roma —yo pude gracias a mi trabajo como diplomático— me parece vivir entre estos dos lemas latinos. Entre el gozo salvaje de saberse vivo en un mundo que puede ser muy bello y la melancólica seguridad de que todos marchamos hacia la ruina final. Espero haber logrado transmitir al lector esas dos sensaciones, tan contradictorias, y sin embargo, tan inseparables.
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Autor: Juan Claudio de Ramón. Título: Roma desordenada. Editorial: Siruela. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Un autor que quiere escribir un libro sobre Roma queda, finalmente, sobrepasado y publica lo que buenamente ha podido decir de su objeto. Muy bien. Independientemente del resultado, es un planteamiento honesto y sugestivo. Ya estamos un poco cargados de coleccionistas de patrañas.