¿Cuál es la mejor forma de transmitir algo que te apasiona, una historia, unos personajes reales con los que te has encontrado y que quieres que la mayor cantidad de gente posible conozcan? Para mí, ésa es la pregunta clave. Cuando oí por primera vez hablar de las «calculadoras de Harvard» (concretamente, de Henrietta Swan Leavitt, la descubridora del primer método viable de medición de la distancia de las estrellas, y que vivió casi en el anonimato), me quedé maravillado de conocer que la base de la revolución astronómica del siglo XX provenía de un puñado de mujeres que habían sido contratadas para hacer un trabajo en el que no se esperaba que pensasen. Más tarde, buscando más información, cayó en mis manos un libro estadounidense de los años 30 dedicado a las científicas de aquel país. Y en la primera, la química Ellen Richards, me topé con el nombre de la que había sido su profesora, la astrónoma Maria Mitchell, en Vassar College.
Fascinado, seguí ese hilo. Me hice con correspondencia y el diario de Mitchell, así como un par de tempranas biografías, y ante mí se desplegó una vida que parecía traer consigo todos los elementos de una novela: su infancia cuáquera en la isla de Moby Dick; sus viajes por Estados Unidos y Europa en un momento en el que las mujeres no viajaban solas; su épico descubrimiento de un cometa, que se convirtió en un asunto de Estado; su contratación como primera profesora de Vassar College, la pionera universidad de élite exclusivamente para mujeres; su expedición, con sus alumnas, para observar el eclipse de Sol de Colorado en 1879; su constante lucha por los derechos de las mujeres y su papel en la ciencia, que la terminó convirtiendo en sufragista. Y sobre todo, sus escritos, de un estilo y un contenido que no desentonarían nada en nuestros días.
Cuando tuve todo eso en mis manos, en mi cabeza y en mis anotaciones, me di cuenta de que había llegado al fin de mi viaje. Tenía que escribir sobre ello, pero no centrándome sólo en las calculadoras: si aquel puñado de mujeres pudo reunirse para cambiar la historia de la ciencia, fue porque se habían dado antes una serie de cambios y circunstancias que lo prepararon. Y en ellas tuvo mucho que ver Maria Mitchell y su labor. Pero, ¿cuál sería el género que mejor me serviría para transmitirlo? ¿El ensayo? ¿La ficción?
Pronto comprendí que tenía que ser una novela. Porque, más allá de los aspectos científicos o históricos, el material que tenía entre mis manos poseía una enorme humanidad, necesitaban algo más que una mera crónica. Y así nació Gabriella, la protagonista, un personaje de ficción que muy bien podría haber sido real, que sufre los padecimientos y los problemas de ser una huérfana a mediados del siglo XIX. Con ella, le di al lector los ojos para descubrir a estas maravillosas mujeres. Y así fue como nació Las calculadoras de estrellas.
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Autor: Miguel A. Delgado. Título: Las calculadoras de estrellas.Editorial: Destino. Edición: Amazon y FNAC
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