Fotos de portada : Isabel Wagemann
No es casual que lo primero que me entregara Liliana Colanzi cuando nos conocimos en persona fuera una edición de El color que cayó del cielo, la única obra de H. P. Lovecraft publicada por Dum Dum Editora, en donde lo alienígena aparece descrito no como el lugar común del extraterrestre con características humanas, sino como un meteorito que produce un extraño resplandor. El libro que traduce ella, edita su editorial y prologa Edmundo Paz Soldán conversa en directo con su libro más reciente, Ustedes brillan en lo oscuro, obra que acaba de alzarse con la séptima edición del Premio Ribera del Duero al mejor libro de cuentos, convocado por la editorial Páginas de Espuma.
Su faceta de editora redunda en este interés. Dum Dum es un sello nacido en 2017 bajo el lema “Tenemos un pie en la selva y otro en Marte”, con el objeto de publicar obras olvidadas en Bolivia, así como también de abrir un espacio para los libros híbridos y los proyectos literarios extraños. Lo primero que publicaron fue Eisejuaz, de la escritora argentina Sara Gallardo (1931-1988); allí, un indio mataco cree escuchar la voz del creador en una lagartija y renuncia a la vida como la conocía hasta ese momento para seguir el supuesto llamado divino, con desastrosos resultados para su comunidad. Hasta ahora, la editorial ha publicado doce libros.
La luminiscencia en la escritura
Ustedes brillan en lo oscuro explora y actualiza para el mundo hispanohablante el universo metafórico del género de la ficción científica, así como también el de su primo cercano, la literatura fantástica. De los seis textos breves que conforman la publicación, “Atomito” y “Ustedes brillan en lo oscuro” —que da título al conjunto— pueden ser considerados dentro de la tradición de la ficción científica. El primero es un prodigio de la estructura con una narración hecha de fragmentos y personajes provenientes de las clases populares, indias y mestizas que deben enfrentar el peligroso desmantelamiento de una planta nuclear cercana a su comunidad. El otro relato se sustenta sobre el mismo tema de los residuos nucleares, pero se inspira en un hecho histórico concreto: el accidente radiológico de Goiânia de 1987. Un tercer relato, “El camino más angosto”, se aleja de las radiaciones nucleares, aunque continúa dentro del género de la ficción científica al referirse a la relación de una comunidad religiosa con el mundo exterior en clave distópica —los feligreses usan collares de la obediencia, por ejemplo, y se enteran de lo que pasa afuera a través del “metamaterial” o una “bolita rosada”—.
Los otros tres cuentos del libro están escritos en una clave fantástica particular donde un pequeño detalle evidencia lo siniestro detrás de la realidad. “La deuda” narra a la vez los destinos similares de dos mujeres que representan dos generaciones diferentes, mientras “Los ojos más verdes” es una interesante vuelta al tema del pacto demoníaco. “La cueva” fue el primer relato del conjunto que Colanzi escribió; allí trata de procesar terrores antiguos: “Cuando era más joven, a veces me golpeaba la comprensión de que los humanos no somos dueños del planeta ni somos nada, en comparación con el universo que habitamos. Entonces me entraba un vértigo terrible y una sensación de pérdida del sentido que me producía malestar físico y existencial”. Para desafiar la perspectiva antropocéntrica en el mundo y en el relato, la autora presenta en nueve fragmentos, en los cuales a veces no hay elemento humano, el ciclo de vida de una cueva, “cuyo eje es la mierda, el guano, el excremento generoso”.
Al malestar existencial consecuencia de comprender el aislamiento del ser humano cuando mide el tamaño del universo en comparación con su intrascendencia Lovecraft lo llamaba “miedo cósmico”. En El color que cayó del cielo el malestar viene de la sensación del ser humano ante un monstruo sin forma definida, y en Ustedes brillan en lo oscuro viene de comprender que la mierda es el eslabón fundamental en el mosaico de las criaturas” y que hermosos objetos radioactivos pueden matar dolorosamente. “Ya estoy reconciliada con la idea de nuestra insignificancia como especie”, explica la autora: “Ahora pienso con maravilla que tenemos la oportunidad de presenciar una pequeña parte de esa historia, y eso me hace sentirme responsable de las vidas sobre las cuales tenemos impacto”.
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—El monstruo es un personaje muy presente en tu literatura y en tu carrera académica, pues uno de tus cursos se titula Cyborgs, animals, and monsters. En tu cuento “Ustedes brillan en lo oscuro” el monstruo no es un ser vivo o una máquina, sino la radiación, la cual describes en términos poéticos, como un “velo lechoso, iridiscente, de múltiples matices, una luminiscencia azul como una estrella o como el fondo del mar”. ¿Por qué te interesa volver al monstruo desde tantos lugares diferentes e, incluso, desde la belleza?
—Mi atracción por el monstruo viene de mi interés por entender cómo una sociedad proyecta sus miedos en el otro y lo construye como salvaje, bárbaro u horroroso. El monstruo es un cuerpo social atado a su momento histórico. A lo largo del tiempo, el monstruo ha vuelto una y otra vez resignificado para decir cada vez una cosa diferente y hablar de temas que atañen a cada período. Me interesa comprender cómo ha vuelto. Quizá en la actualidad el horror no se trata ya del cuerpo monstruoso, sino de las violencias que este hace visibles. Si pensamos en la película La Llorona, de Jayro Bustamante, el personaje de La Llorona es un monstruo construido sobre la imagen de la Malinche, que fue la madre del primer mestizo y, por ende, del primer latinoamericano. Se la recuerda también como una mujer traicionera, pero en realidad lo que hay allí es el cuerpo estigmatizado de una mujer indígena. Pero Bustamante pone el foco del horror no en La Llorona, sino en el genocidio del que ella fue víctima. Algo similar ocurre con el personaje de la bruja. Las luchas feministas del presente la han reivindicado como una alusión al cuerpo sexualizado de las mujeres, como por ejemplo el de la vieja. Además, la bruja representa un poder femenino que resulta peligroso para el sistema patriarcal. Por eso, las reinterpretaciones actuales de la bruja no la muestran como malvada, sino como un ser atado al conocimiento del cuerpo, a saberes ancestrales, como la capacidad de dar a luz, el saber depurar los cuerpos a través de las hierbas. Me interesa cómo la cultura procesa sus fobias y cómo han cambiado los focos del horror. Lo que digo se puede ver en la obra de muchas autoras, para quienes el horror ya no es el cuerpo femenino, sino un sistema patriarcal violento que oprime o un capitalismo que conduce a la devastación medioambiental, a la contaminación y a la desigualdad social que genera violencia.
—¿Eres consciente de todos estos “tropos del monstruo” cuando escribes?
—No. Lo que pasa es que me voy contagiando de cosas que están allí, latentes, dentro y fuera de mí y dejo que el inconsciente trabaje. Por ejemplo, el cuento “Atomito” se me ocurrió cuando vi una publicidad estatal del proyecto de construir un reactor nuclear en la ciudad de El Alto. Allí aparece un personaje animado que es como un super héroe infantil, Atomito. El personaje me pareció inquietante porque hablaba de un proyecto nuclear a través de una voz infantil. De hecho, Atomito aparece en el cuento, y habla. En su monólogo lo que hice fue transcribir parte de la publicidad. Es cierto que el propósito de esta planta no es abastecer de energía nuclear ni crear armas, sino tratar alimentos y encontrar tratamiento para el cáncer; sin embargo, me preocupa que la están construyendo al lado de la segunda ciudad más poblada de Bolivia, y una ciudad indígena, además.
—No se trata de una planta para abastecer de energía nuclear ni para construir armas, pero tampoco lo era el Instituto Goiano de Radioterapia (IGR), la clínica privada en donde ocurrió el accidente de Goiânia, al que aludes en “Ustedes brillan en lo oscuro”.
—Desde hace años tengo interés por el tema de los accidentes nucleares. Me marcó mucho el libro de Svetlana Aleksiévich Voces de Chernóbil, pero no supe que en América Latina tuvimos un accidente importante hasta que una amiga brasilera me habló del de Goiânia, que ocurrió en 1987, el mismo año del accidente de Chernóbil. El accidente de Goiânia está relacionado con maquinaria para tratar el cáncer, que abandonaron y luego vendió y diseminó un chatarrero, sin saberlo, entre los vecinos de la zona, entre sus propios parientes, e incluso entre los niños y los animales domésticos. Toda esa gente entró en contacto con ese polvo que brilla en la oscuridad. Me pareció terrible que justo una sustancia que es hermosa pudiera ser tan mortal. Allí fue cuando comencé a escribir el cuento.
—A pesar de que eres una autora de ciudad, tus cuentos vuelven al campo y a la selva para denunciar situaciones colonialistas que se han mantenido durante siglos, sin apelar al costumbrismo. ¿Hay antecedentes literarios?
—“Atomito” no tiene pretensiones de ser realista. Construyo un escenario cyberpunk, sin la voluntad de hacer una representación mimética de lo real, sino de usar las herramientas de los géneros de la ciencia ficción y el fantástico para hablar de cosas del presente. Trato así de proyectar en un escenario alternativo al de nuestra realidad.
—“Atomito” y “Ustedes brillan en lo oscuro” vienen intervenidos por imágenes.
—Son guiños a cierta estética del videojuego. “Atomito” es un homenaje en versión reactor nuclear al relato cyberpunk de Miguel Esquirol «Cementerio de elefantes». Esquirol se refiere a un mercado que tiene rasgos similares al mercado popular del Alto, el más grande de Bolivia, en donde se encuentra de todo, desde productos pirateados hasta reciclados, rotos, nuevos, también tecnología reciente y antigua… Utiliza esas herramientas de una manera fascinante para construir un mundo futurista anclado en tradiciones indígenas, pero también con una imaginación del futuro.
—Mucho se ha hablado de la llegada de los géneros populares como el policial, el fantástico o la ciencia ficción a la literatura, pero ¿no será más bien un mito de cierto periodismo demasiado apegado al realismo?
—En nuestra tradición latinoamericana estos no son géneros menores, porque son centrales a la obra de autores como Jorge Luis Borges, Felisberto Hernández, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares y muchos otros que rompen con un modo realista. Una discusión fascinante se encuentra en los ensayos de María Negroni, para quien el fantástico latinoamericano en realidad es una deriva del gótico. Sandra Casanova Vizcaíno comenta que la denominación “gótico” fue poco aceptada durante mucho tiempo en la tradición latinoamericana porque se privilegió el término «fantástico» para hablar de esas mismas cosas: la idea del doble, los monstruos… El termino «fantástico» latinoamericano sale del Río del Plata, con la antología editada por Bioy Casares, Ocampo y Borges, que marca cómo se va a entender el fantástico después. A mí me parece interesante pensar en por qué se privilegió el fantástico para crear una tradición latinoamericana dejando de lado el término “gótico” porque hace referencia a una tradición foránea. El fantástico está asociado al Río de la Plata, pero hay otras tradiciones del gótico tropical que beben de otras fuentes y son interesantísimas.
—¿Cuáles son las dificultades que como escritora enfrentas cuando integras la condición híbrida boliviana con los llamados géneros populares y otros contenidos culturales de los más diversos lugares y épocas?
—Como toda ficción, lo mío es algo espurio, que no tiene pretensión de verdad. No tengo la voluntad de que digan. «Miren, así es lo ancestral en Bolivia». Es un poco lo que hace Mariana Enríquez, que mezcla Lovecraft con lo popular argentino. Lo mío también está por completo permeado por elementos menores sacados de muchos lugares.
—¿Cómo se asemeja la construcción de un lenguaje propio en la narrativa a la que haces con el idioma castellano al mezclarlo con las lenguas amerindias?
—Me gustan autores como Guimarães Rosa, que tuercen el lenguaje, lo rompen e introducen neologismos. Hay un cuento suyo —«Mi tío el jaguareté»— que por un lado tiene gruñidos animales y por otro lado tiene palabras del idioma indígena tupí, y para mí ese es un modelo. Así como me gusta resbalar en diferentes géneros populares, también me gusta que el lenguaje esté contaminado por varias realidades y que el texto mismo no establezca una diferencia con respecto a esos términos. Por eso muchas veces me han sugerido marcar esas palabras en itálicas o incluir un glosario, pero eso es establecer una distancia que no se produce en el habla. Me interesa acercarme a una oralidad en la cual no estás marcando con itálicas una palabra que proviene de otro idioma o que es un neologismo inventado por los jóvenes. Si hay algo que me atrae de la escritura es la posibilidad de intervenir en el lenguaje, manchándolo de diferentes formas.
¿Especie insignificante? ¿De veras?