El único emperador romano del siglo IV en el que todavía vale la pena detenerse se llamó Constantino, y fue importante por varios motivos. El principal es que, sin ser cristiano (no se convirtió oficialmente hasta que estuvo en el lecho de muerte), fue el primero que vio las ventajas de unir aquella nueva religión a su política. Andaba el hombre en plena guerra civil con otros emperadores (recordemos que Roma era para entonces un desmadre imperial) cuando tuvo la inspiración, que él atribuyó a un sueño donde se le apareció Jesús, de combatir bajo el signo cristiano y ganar así la batalla de Puente Milvio a su enemigo Majencio. Hay quien atribuye el asunto a la influencia de su madre, que se llamaba Helena y era cristiana y bastante beata; pero la razón real fue que los cristianos habían crecido (ya eran seis millones y medio en esa época) hasta convertirse en un verdadero poder, y podían ser un pegamento adecuado para unir el imperio, que a esas alturas estaba fragmentado entre la zona de oriente y la de occidente. Así que Constantino empezó a comerse el pico con los papas y los obispos de entonces: a Silvestre I le regaló un palacio donde hoy está San Juan de Letrán y construyó una basílica en la colina del Vaticano, donde habían crucificado a San Pedro. Pero el verdadero golpe de efecto fue el llamado Edicto de Milán, que dio libertad de culto a todas las religiones pero benefició en especial a la que estaba de moda, que era la cristiana; a la que además se devolvieron todos los bienes confiscados por los anteriores emperadores, lo que no era ninguna tontería. Aún tardó el cristianismo medio siglo, ya con el emperador Teodosio, en convertirse en religión del imperio (año 380, Edicto de Tesalónica), pero el nuevo rumbo estaba claro. Desde entonces, cercanos al poder oficial y crecidos en el suyo propio, los jefes cristianos, o sea, los papas y obispos, a cambio de garantizar la lealtad de sus feligreses y controlarlos como Dios mandaba, influyeron cada vez más en la política general, con una íntima relación iglesia-estado que habría de tener toda clase de consecuencias para Europa y el mundo (una relación, o injerencia, que se prolongaría durante dieciséis siglos y que todavía hoy colea de vez en cuando). De cualquier modo, como prueba de lo que es la hijoputez humana (cristiana y no cristiana) es que, apenas instaurada oficialmente la nueva religión, sus dirigentes empezaron a machacar a la competencia azuzando a sus fieles contra los paganos, destruyendo templos, derribando estatuas y asesinando a sacerdotes rivales. Y ya en la temprana fecha de 324, sólo diez años después de su puesta de largo, los obispos ordenaron la destrucción del Logoi katá kristianón (Discursos contra los cristianos) del filósofo neoplatónico Porfirio y de cuantas obras de éste y otros autores consideraron heréticas. El hecho de que el tal Porfirio fuese un cabrón venenoso que había alentado las persecuciones en tiempos de Diocleciano, aunque explica el asunto, es lo de menos: lo interesante es que se consagró así la molesta costumbre de prohibir y quemar libros adversos (y a ser posible, también a los autores) que durante muchos siglos la iglesia cristiana, en sus diversas derivaciones católicas y no católicas, practicaría con leña, cerillas e ígneo entusiasmo. Por lo demás, mientras el cristianismo crecía y se enfrentaba ya a las primeras disidencias internas (arrianos y otras heterodoxias), Constantino hacía méritos para pasar (como en efecto pasó) a la historia como Constantino el Grande. Fundó lo que podríamos llamar monarquía europea hereditaria, hizo una importante reforma administrativa, mantuvo a raya a los invasores francos, germanos y sármatas dándoles las suyas y las del pulpo, y recuperó alguna provincia perdida por anteriores emperadores. También creó un protocolo cortesano a la manera oriental (el monarca como figura sagrada, súbditos que debían arrodillarse y otros etcéteras) que luego sería imitado hasta la exageración por las monarquías medievales europeas. Pero lo que iba a tener mayores consecuencias fue el desplazamiento del centro de poder desde la península itálica, prácticamente abandonada por los emperadores, al oriente griego. Eso dejó la antigua capital del imperio en manos de los representantes de la iglesia cristiana: papas y obispos que desarrollaron a fondo el ritual de la Iglesia y sus mecanismos de influencia política, convirtiéndose a partir de entonces en los dueños de Roma. Pero es que, además, al cambiar de sitio la capital imperial, Constantino la trasladó a la ciudad de Bizancio, refundada en el año 330 con el nombre de Nueva Roma y que acabaría llamándose Constantinópolis. La Constantinopla que hoy todos conocemos como Estambul.
[Continuará].
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Publicado el 11 de junio de 2022 en XL Semanal.
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Nada nuevo bajo el sol. Nada ha cambiado. Desde aquellos tiempos, el relato y la manipulación de las mentes, medios para el dominio social y el mantenimiento del poder. Los falsos sueños proféticos (que nadie a puesto en duda en 16 siglos; ¿Cómo es posible que, si realmente tuvo ese sueño y gana la batalla, no se convirtiera de inmediato al cristianismo?) y la religión adoctrinadora entonces. Hoy, en este remedo de democracia, la posverdad, la manipulación histórica, la educación para la cudadanía, etc.; en definitiva, los nuevos relatos. Y el adoctrinamiento sectario y las fanáticas ideologías como la nueva religión. Hoy, los postlíderes ya no sueñan; no les hace falta.
¿Religión de moda el cristianismo en 313? Pues sí, señor, el rojo mártir caló en el gusto de la gente. Y es curioso, porque siendo una moda, no fue pasajera, sino que duró varios siglos y atrajo a innumerables ‘teenagers’ de nombre casposo e ‘influencers’ como la madre de Constantino. No veas lo molón que quedaba confesar a Cristo delante de las fieras o el hacha. Lo más de lo más. Ahora en serio, creía que tenía usted más sustancia.
Creía que tenía usted lectura comprensiva de más sustancia.
Probablemente el mayor logro que ha conseguido jamás Reverte como escritor es que un elemento como yo esté leyendo historia…
No es historia, es literatura. En historia hay que conocer y fiscalizar todas las fuentes, además de establecer hipótesis fundadas usando la terminología científica. Las patrañas no son historia.
Como siempre señor Arturo, sus reseñas históricas son impecables, e instructivas, de ese mundo antiguo apasionante.
Poder, religión, política, hijaputez; aún siguen siendo condimentos que perduran tan nítidamente como en aquellos tiempos.
¿Mejoramos los humanos, con el paso del tiempo?. Creo que muy poco, si bien los adelantos en ciencia y tecnología, nos permiten en muchos aspectos vivir más y mejor, en otros casos, niños, ancianos, mujeres y hombres, en todo el mundo, viven su existencia como un calvario (quizás por eso, puedan acceder al cielo, tal vez esta sea su única esperanza); falta de agua, mala alimentación o nula, sin acceso a la salud, sin una vivienda digna, e incluso también la guerra. No soy hipócrita, y debo decir, que a pesar de saber esto, uno continúa con su vida, que sabe, no es tan mala como la de esos millones de seres humanos que se han estrellado contra la vida, solo por haber cometido el error de nacer.
¿Qué puedo hacer? me pregunto, admiro a los que al menos salen a la calle a protestar, pero incluso esa protesta en mí Argentina se ha convertido en una fuerza de poder manejada por cuatro sinvergüenzas que se dicen «referentes sociales» y en realidad solo son vivos que controlan a un ejército de personas sin trabajo que viven de un magro plan del Estado, mujeres y hombres sin destino cierto, que deben agachar la cabeza para recibir tan solo unas migajas de pan.
¿Qué puedo hacer? me pregunto…tal vez muy poco, la Democracia me temo que no alcanza, indignarse tampoco, denunciar, sin justicia es en vano. Quizás, solo se pueda esperar, y tratar de entender este mundo, que es el único, y estudiar historia como lo hacen tantos, como usted señor Arturo, para que los humanos no tropecemos mil veces con la misma piedra.
En aquellas épocas de la humanidad, en donde no existían los teléfonos celulares y las claves de acceso, el calentamiento global no era un problema, si era un riesgo los ataques imprevistos de fuerzas enemigas, que podrían dejar tierra arrasada. Si el emperador pasó una mala noche y se levantó de mal humor, ese día podía ordenar arrasar una ciudad entera.
Hoy también el humor de hombres poderosos puede causar estragos. Pero creo yo, que ha surgido un nuevo y temido humor, el de la sociedad global, que es una enorme e intrincada red neuronal, que los hombres poderosos al menos sí no le temen,la empiezan a respetar.
Por esto escribir en un simple blog, puede llegar a ser un arma muy poderosa, depende como se quiera utilizar…para hacer el bien o para hacer el mal.
Hoy, si el «emperador» ha pasado una mala noche puede ordenar invadir a sangre y fuego otro país; si ha pasado mala noche puede romper relaciones diplomáticas y comerciales con un país con el que las había buenas y hacer quebrar un montón de empresas mandando a los trabajadores al paro…
Lo triste es que pasen los siglos y los siglos y sigamos dependiendo de las malas noches de estos sujetos.
Constantino, lo peor que le pudo pasar a la fe en Cristo Jesús; desde la simpleza religiosa al margen del poder corruptor hacia la ritualidad excluyente podrida y embriagada de poder.