El periodista Matías Prats Jr. reflexiona en su primera novela, El futuro que olvidaste, sobre la salud mental, el periodismo y la élite deportiva, y asegura que “ya se ha acabado el tabú de que quien va al psicólogo está loco o es muy flojo” y “hay que hablar con naturalidad, dejarse de eufemismos y nombrar que una depresión es una depresión y no un bajón anímico”.
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—Es su primera novela y habla de la desaparición de una tenista en el litoral catalán. ¿Cómo y cuándo surge esta historia?
—Yo me lancé porque me empujaron a hacerlo. Lo primero que llegó fue la propuesta de una editorial importante, Harper Collins, que vio en mí un potencial del que yo todavía no había tenido conocimiento ni sospechaba que podía tener como autor o novelista. De hecho, a mí la etiqueta de escritor me queda grande. Pero me lancé y resultó ser una experiencia muy enriquecedora. La historia la tenía desde el momento en el que me lo pidieron. Quería que tuviera algo que ver con el deporte y el periodismo, que son mis dos grandes pasiones. Son temas familiares para mí, y ahí yo podía moverme con cierta habilidad y comodidad. Quería, además, que fuera un personaje femenino, y el tenis me encanta, así que escogí esa disciplina. Tampoco elegí un periodista de tele o de radio, que es donde yo me muevo, sino de prensa, para investigar, informarme, mimetizarme… Ha sido una gran experiencia y aventura para mí.
—Todo se resume en que Paula, a pesar de sus éxitos deportivos, nunca llegó a ser feliz. ¿Hay algo que le ha inspirado para tomar esta decisión tan determinante?
—Estoy convencido de que solo conocemos la capa superficial de las conquistas, la fama, el dinero, el éxito o el triunfo, pero lo que hay detrás de todo se esconde. Es renuncia, sacrificio, frustración, presión… Es ahí donde he querido bucear y hacerme muchas preguntas, como por qué la tenista más famosa de la historia española no ha llegado a ser feliz pese a sus innumerables éxitos. También es importante saber qué ha pasado, porque quizás era su falta de ambición, un problema económico, de amor… Los deportistas son de carne y hueso, y en deportes individuales la presión es asfixiante. Estás tú contra el rival en una pista, donde no le puedes echar la culpa a nadie.
—¿Se ha romantizado durante mucho tiempo la figura heroica de los deportistas?
—Son héroes, claro que lo son. Protagonizan hazañas indescriptibles. Nadal es un héroe, un gladiador, un privilegiado, un superdotado… Lo es todo. Pero también lleva mucho detrás. Sufren igual que nosotros y no tienen todos los días buenos. A veces se levantan sin ganas de entrenar, un día de competición pueden tener dolores de tobillo, estómago o un problema familiar. De ahí la importancia de la salud mental. No hay ni un solo deportista de élite que ya no recurra a un profesional. Ya se ha acabado el tabú de que quien va al psicólogo es que está loco o es muy flojo. Las cosas hay que nombrarlas por su nombre. Hay que hablar con naturalidad, dejarse de eufemismos y nombrar que una depresión es una depresión y no un bajón anímico. Con un suicidio no se ha dejado de luchar. Y hay deportistas que lo han hablado en Juegos Olímpicos, por ejemplo, como Naomi Osaka o Simone Biles. Estaría bien que nos hablaran más de cuál es la función de los psicólogos deportivos.
—¿Cómo ha elaborado esta historia para acercarse a la realidad lo máximo posible?
—Haciéndome muchas preguntas, siendo muy curioso, investigando y hablando con profesionales. A mí me ha ayudado una psicóloga que ha tratado a varios de los mejores deportistas de España y me ha explicado lo que se les pasa por la cabeza. Quería entender por qué ese grado de exigencia, de autoexigencia máxima, de no estar nunca conforme, de frustrarse con una derrota… Hay que tener en cuenta que en el deporte normalmente pierdes más que ganas. Con lo cual, se debe aprender a gestionar la derrota.
—Le dedica este libro a su madre. ¿Qué significa para usted?
—Es una persona muy especial, cercana, y la tengo como ejemplo de vida. Ha superado muchas dificultades y es una muestra de amor y generosidad. También la tengo con mi padre, pero le conoce todo el mundo. Él ya se ha llevado el reconocimiento, el cariño, los éxitos, y era de justicia reconocer la labor de mi madre, que es una persona anónima, pero también se ha preocupado por mí, me ha educado, me ha formado y me ha atendido. Era el momento de reivindicar la figura de las madres y los hijos.
—Ha estado en Mundiales, Eurocopas, vueltas ciclistas como el Giro de Italia… ¿Con qué se queda de todo esto y qué le gustaría vivir como profesional?
—Me faltan unos Juegos Olímpicos. Es una asignatura pendiente, una espinita clavada, pero creo que tarde o temprano lo cumpliré. Es el acontecimiento deportivo más impresionante, en el que se juntan todos los deportes y deportistas en la Villa Olímpica. No obstante, he tenido la oportunidad de hacer un montón de cosas bonitas. He visto a España ganar el Mundial y la Eurocopa, he estado con Nadal en Roland Garros, en la Fórmula 1… Pero para mí el aprendizaje mayor fue en el Giro de Italia, cuando te mandan solo con un compañero y te vas 25 días de ruta por otro país, con dificultades técnicas, lluvia, un volcán que erupciona, distancias de 400 kilómetros y durmiendo cada día en un sitio. A mí me sirvió para espabilar y para conocer el sacrificio de un ciclista. Son héroes también, y eso que el ciclismo siempre se ha puesto en duda.
—Volviendo al plano literario, ¿tiene algún otro proyecto en mente? ¿Seguirá en esta misma línea?
—No he pensado en nada, pero creo que la respuesta la tienen los lectores para ver si el libro tiene buena acogida. Si el libro gusta y la gente no se arrepiente de leerlo, haré una segunda edición, otra historia o una biografía de alguien. Me lo pensaría. Pero creo que la pelota no está en mi tejado. Yo lo he hecho sin ser muy pretencioso ni ambicioso. Es un libro ágil y fresco, no es muy extenso, pero mi intención es que la gente pase un buen rato y se sienta identificada.
Respecto de la salud mental – y la falta de atención que recibe, por la verguenza que todavía tiene mucha gente de admitir sus emociones (como si esto fuera una debilidad) -, hagamos una analogía con la salud corporal: imaginemos que alguien sientiera verguenza de sufrir dolor de rodillas, o problemas respiratorios, o palpitaciones, etc., y decidiera ignorar esos síntomas… Tendría sin duda una calidad de vida más pobre, y con el riesgo de que ese problema de salud «ninguneado» se agravara, causando más dolor, y hasta una muerte prematura. – Afortundamente, nadie teme reconocer que su cuerpo es falible, y tiene órganos que requieren atención y cuidado, por razones genéticas u otras… – La salud emocional, psicológica… debería ser vista de la misma manera, más aún cuando ya está claro que nuestros patrones de conducta son aprendidos e inconscientemente incorporadoes en la infancia, según nuestro entorno familiar (que puede ser a veces extremadamente disfuncional). La misma atención que ponemos en nuestra alimentación… es la que debemos prestar a nuestros manejos emocionales (saber poner límites, no ser un «people-pleaser» – que complace a todos a expensas de sus propias necesidades, manejar adecuadamente el enojo -y no acumularlo y finalmente explotar como una olla a presión-, identificar los propios deseos y no vivir cumpliendo los mandatos que nos endosaron nuestros padres, etc.).