En enero de 1975, según consta en los créditos de la obra, cuando España estaba a punto de echar el cierre a casi cuarenta años de dictadura, en la ya por entonces prestigiosa editorial Seix Barral, cuyos últimos títulos llevaban el sello inconfundible de escritores como Caballero Bonald, Cabrera Infante, Carlos Fuentes, Francisco Ayala, Carson McCullers, Giorgio Bassani, Octavio Paz y José Hierro, entre otros, salía por primera vez a la luz —con una soberbia cubierta de Alberto Corazón— Tiempo de destrucción, de Luis Martín-Santos, la obra recuperada de un autor que, con Tiempo de silencio, había dejado un imborrable recuerdo en los lectores. La edición y el prólogo de aquel ya lejano Tiempo de destrucción corrió a cargo del prestigioso profesor José-Carlos Mainer, que hizo un esfuerzo sobrenatural para poner en orden el caos de unos folios que era preciso clasificar, desbrozar y reconducir hasta lograr la consistencia necesaria. Toda una fascinante aventura que valió la pena.
Las razones por las que Tiempo de destrucción no fue publicado hasta 1975 son conocidas entre los curiosos y seguidores del escritor guipuzcoano. Su padre, don Leandro, general del ejército vencedor de la Guerra Civil, tras la temprana e inesperada muerte de su hijo Luis quiso responsabilizarse del material inédito que había dejado su vástago. Y, sorprendentemente, pretendió enmendar buena parte del manuscrito de Tiempo de destrucción, acabar la novela por su cuenta y, ya de paso, eliminar aquellos pasajes comprometidos que él consideraba que podían echar a perder el buen nombre de la familia. Se erigió así en una especie de general en su laberinto que no supo encontrar la puerta de salida, y sólo con su muerte desistió de su empeño, ante el mutismo y la perplejidad de todos los demás, incluido Carlos Barral, que nunca estuvo dispuesto a publicar un engendro de esa clase.
Mientras tanto, en una carta del siempre activo Carlos Barral a Castilla del Pino, fechada en Barcelona el cuatro de noviembre de 1964, cuando sólo hacía unos meses que Martín-Santos se había estrellado en su coche, se anuncia que, aunque van para largo, ya están en marcha los trabajos de análisis y reconstrucción de la novela. Un par de años antes, el propio Martín-Santos, en una entrevista concedida a la hispanista Janet Winecoff, respondía, convencido, que ya estaban en proceso “varias obras de tipo destructivo”. Se aprecia una obsesión por su nuevo libro, con el fin de demostrar que no iba a quedarse en uno de esos escritores de una única obra.
Benet, al que no conviene creerle todo cuanto dijo a lo largo de su vida, llegó a asegurar que Tiempo de destrucción era una novela superior a la primera, “más seria y menos folletinesca”, afirmación que cuenta con el apoyo de Mainer cuando en la edición de 1975 no tiene inconveniente en manifestar que Tiempo de destrucción gana en complejidad a Tiempo de silencio, puesto que, en el fondo, su punto de partida estilístico es la experiencia acumulada en su primera obra.
La edición de 2022 de Galaxia Gutenberg es espléndida de principio a fin. Al inicio de la misma han tenido el buen gusto de reproducir algunas páginas manuscritas de la novela, donde destacan las correcciones a mano del propio autor; algo que, según Mauricio Jalón, permite al lector “hacerse una idea de cómo trabajaba el autor sus textos”.
Y no menos acertado es el hecho de que se haya incorporado —ausente en la edición de 1975— un primer capítulo introductorio, titulado “Lo que quiero contar”, que lleva la firma del propio Martín-Santos. Un “largo exordio” en el que el autor nos explica lo difícil que es entrar en el hueco oscuro de un corazón, al tiempo que cita a otros escritores como Conrad, Stevenson y Beyle. Martín-Santos sabe lo que quiere contar. Y sabe, además, que “sólo en la sorpresa de lo inesperado se manifiesta la originalidad del hombre”. Se considera a sí mismo un privilegiado observador atento que utiliza técnicas tan sencillas como el picotear de aquí y de allá, renunciando así a la habitual secuencia cronológica, que, tras Galdós y Baroja, parecía andar de capa caída.
Agustín, el sufrido protagonista de Tiempo de destrucción, aunque se supone que es el alter ego de Martín-Santos, que cambia aquí el oficio de médico por el de juez, nos recuerda la figura de su amigo y compañero de aventuras Juan Benet, como se aprecia en esta descripción: aguda mirada, “bajo la frente un poco estrecha, bajo el mechón de pelo negro caído a un lado, a ambos lados de la gran nariz ligeramente corva, noble”.
Nada nuevo bajo el sol. Nada completamente distinto a lo que ya conocíamos como la palma de la mano, y, sin embargo, en Tiempo de destrucción parece todo renovado, revitalizado, distinto, insólito hasta la genialidad. Ahí está el Martín-Santos que juega —como lo hizo Joyce, como lo harán Cortázar y Cabrera Infante después— con las palabras, que mima cada uno de los vocablos y expresiones que emplea. Así, de esta manera, se refiere a las “celestinerandas proclivaciones”, a la “rebelión emborbonada”, a los “mortuorios redondeles”, a la “elocución de lo laboriosamente embotellado”, etc. Y llega hasta el punto de ponerse a tiro de cualquiera de las más celebradas greguerías del inolvidable Ramón Gómez de la Serna, cuando compara una raqueta de tenis envuelta en su funda protectora con la cabeza de Medusa.
Martín-Santos recurre, una y otra vez, a lo largo de estas densas páginas, a esas descarnadas y originales ironías a las que ya nos tenía acostumbrados, marca de la casa, como cuando indica que donde se asientan las iglesias y las catedrales españolas, siempre, inexorablemente, se encuentra una reconocible basílica romana y, si aún ahondamos más, algunos residuos megalíticos, con lo que “el lugar queda enriquecido y las plegarias ascienden más directamente”.
Mauricio Jalón, siguiendo las enseñanzas del viejo Plinio, habla en su epílogo de esa particular belleza de las obras inconclusas, “que producen una fascinación mayor que las acabadas, porque en ellas se pueden seguir los pasos del pensamiento”. Y habla, asimismo, con buen criterio, de la prosa rotunda y de la inventiva incesante de Martín-Santos, repartidas por todos los rincones de un libro inmerecidamente eclipsado que, al final, nos resulta grato y refrescante.
El lector de Tiempo de destrucción experimenta la sensación de estar ante algo no ya importante, enorme, valioso, sustancial; sino, sobre todo, ante algo que podía haber sido, además de todo ello, grandioso e irrepetible, extraído de eso que el propio Martín-Santos denomina el magín de las magias. Cuando se espesa la letra hay que dejarse guiar por el encanto de la música que desprenden las palabras. Toda prosa caudalosa arrastra remansos líricos. El gozo de la lectura, en fin, multiplica por diez el esfuerzo.
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Autor: Luis Martín-Santos. Título: Tiempo de destrucción. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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