Don Joaquín Díez-Canedo (1917-1999) se preciaba de haber publicado libros sin una sola errata, en tiempos en que no había computadoras ni asomaban esos inclementes y muchas veces necios correctores automáticos de textos y otra suerte de artilugios de edición. En una ocasión, el fundador de Joaquín Mortiz, uno de los sellos editoriales emblemáticos de la historia literaria moderna en lengua española, me dijo que estaba orgulloso de haber editado Terra nostra, voluminosísima novela de Carlos Fuentes, sin mácula impresa en las páginas de su primera edición, porque él personalmente se encargaba muchas veces de hacer la talacha de revisión de textos para que no se colaran fallos impresos. Aquel proyecto editorial, nacido en 1962, publicando apenas seis obras, acaba de llegar a su sexta década, toda vez que su crecimiento desde su fundación adquiriera unas dimensiones míticas, como puede comprobarse repasando el catálogo de autores de una pequeña colección que cambió el rumbo de la literatura mexicana: la Serie del Volador, donde figuran nombres como el de Juan José Arreola, José Emilio Pacheco, Augusto Monterroso, Rosario Castellanos, Rubén Darío, Martín Luis Guzmán, Jorge Ibargüengoitia, Ricardo Garibay, Angelina Muñiz-Huberman, Jaime Sabines, Paco Ignacio Taibo II, Agustín Yáñez, Juan Villoro, José Agustín y un tan largo etcétera que quita el aliento, pero al que hay que sumar nombres extranjeros como el de Apollinaire, André Breton, Ezra Pound, Gunther Grass, Saul Bellow, William Styron, Susan Sontag y, para que quede constancia, aquella extraordinaria traducción de José Emilio Pacheco del relato ¿Cómo es?, de Samuel Beckett y la extrañísima novela de Carlos Fuentes Cumpleaños. En los años 70 y primeros 80, cada año se publicaba en esta colección el Premio Nacional de Cuento de Zacatecas, que era una auténtica delicia y que muchos jóvenes corríamos a buscar para devorar sin demora. Estoy seguro que toda la literatura mexicana actual le debe muchísimo a estos libros de Joaquín Mortiz, que desgraciadamente, y como se volvió norma con la aceptación de las reglas del salvaje mercado, fue adquirido en 1985 por un gran consorcio editorial como es Planeta. Y su suerte ha ido cambiando poco a poco, siguiendo los vaivenes del mundillo y sin el lustre que le hizo resplandecer. No obstante, ahí siguen los libros que don Joaquín editó en esta editorial, a la que bautizó contrayendo el seudónimo que usaba el editor, Joaquín M. Ortiz, creado a partir de los apellidos de Teresa Manteca Ortiz, su madre. Como dice su sobrina nieta, la historiadora Aurora Díez-Canedo, Joaquín Mortiz nació con la llegada de la revolución del libro de bolsillo y el surgimiento de un nuevo público lector que hizo posible el auge de la narrativa hispanoamericana y su incorporación a la literatura universal. Aurora ha destacado que el éxito de ese proyecto se basó, por un lado, en el exilio republicano en México y “las tendencias hacia el cosmopolitismo vigentes en la sociedad mexicana después de 1940, que coinciden con un periodo de apertura y crecimiento económico que contribuyó a superar la cultura oficial de la Revolución Mexicana”. El resto se debió al talento y el magnífico ojo del gran editor, quien impulsó 16 colecciones, nueve exclusivamente literarias y las restantes con contenido de obras de literatura, y de los poco más de 500 títulos publicados hacia 1980, más del 80 por ciento fueron de o sobre literatura. Con un logotipo diseñado por el holandés Boudewijn JB Letswaart, desde sus comienzos el sello se convirtió en un clásico del diseño editorial en México, ilustrando sus ediciones con portadas de cuadros de Joy Laville (1923-2018) y trabajos del artista Vicente Rojo (1932-2021). Aurora Díez-Canedo F. consigna la opinión del escritor y periodista Jaime Avilés sobre cómo este proyecto sobrepasó el ámbito literario, ya que si bien movimientos como la llamada “literatura de la Onda” no reportaron mayores beneficios a la literatura en sí misma, “su aparición en una editorial tan prestigiosa como Joaquín Mortiz sí contribuyó sin duda a consolidar un espacio de mayor tolerancia social para los jóvenes y, si esto no sirvió para crear un sistema político más saludable en México, al menos redujo el control autoritario que la Iglesia y el Estado ejercían sobre los jóvenes mexicanos”. Un ejemplo de cómo los libros cambian la sociedad.
PITA AMOR, LA VIDA DE UNA POETA
La poeta, actriz y modelo Pita Amor (1918-2000), tía de Elena Poniatowska, tuvo una vida tremenda. Endemoniada, dice la escritora Sandra Frid (1959), quien acaba de publicar el libro Los demonios de mi cuerpo (Planeta), donde narra la vida de esta mujer intensa, enérgica y fuerte. Cuentan que padecía ataques de pánico durante su infancia; como la menor de siete hermanos, se sintió siempre relegada, pues sus padres no tenían tiempo para ella; niña rebelde, resintió la debacle económica de los Amor, que perdieron todo con la Revolución; desde joven se fue a vivir con un ganadero de 60 años, con el que nunca se casó; a los 41 años tuvo un hijo, Manuel, quien nunca vivió con ella, sino con su hermana, en cuya casa murió ahogado. Demonios de una de las escritoras mexicanas más brillantes del siglo XX, autora de obras como Yo soy mi casa (1946), Polvo (1949), Otro libro de amor (1955), Fuga de negras (1966), El zoológico de Pita Amor (1975), Letanías (1983), Mis crímenes (1986) o Liras (1990). Actriz de cine y teatro, fue modelo de fotógrafos y pintores como Diego Rivera, Juan Soriano y Raúl Anguiano. Avasalladora, histriónica, indomable, el libro de Frid trata de descubrir y comprender quién era Pita, su pasado. Proveniente de una familia hacendada de Morelos que perdió todo con la Revolución, su padre cayó en una profunda depresión y se refugió en su biblioteca escribiendo poesía. Su madre siguió fingiendo alcurnia y empeñó su casa. Pita sufría lo que hoy se conoce como ataques de ansiedad, se revolcaba en el suelo, sentía que iba a morir. Hacia los 40 años se embarcó en la maternidad y el niño, Manuelito, que nunca vivió con ella, murió ahogado en una pileta de agua a los dos años. Frid decidió no incluir en la novela que la poeta terminó sus días en medio de la pobreza, viviendo en el estacionamiento de un edificio. “Quise que de ella se recordaran sus poemas brillantes, el amor, los animales y la muerte”, ha dicho Frid en una entrevista. Su homenaje a Pita Amor es digno de aplauso.
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