Al protagonista de esta gruesa novela no lo conocemos por su nombre de pila sino por su apodo. En el colegio y en las calles de Bilbao unos le llaman Cangrejo, otros Grejo y algunos Grejito o incluso Crustáceo. Nos quedamos sin saber si tiene o no ocho apellidos vascos, si se llama Pedro o Gorka, si sus padres son oriundos o maquetos, todo lo cual, en esa tierra tan peculiar, tiene su importancia. No es casual sin embargo que el narrador nos prive de esa relevante información. El héroe de esta novela habita en las sombras. Desde las primeras páginas sobrevuela una pregunta: por qué este chico es así, tan terco y feroz, tan ofuscado y violento.
Cangrejo se halla siempre en el mismo lugar, atrapado en un día sin horizonte. Esa frustración, ese odio a sí mismo lo pagan su madre y sus abuelos, con quienes convive. Por su madre no siente compasión ni gratitud, sólo repulsa. Si a ella la insulta y amenaza, a sus abuelos los maltrata como si fueran pellejos humanos indignos de su atención. Cangrejo aprende algo de sus desmesuradas vivencias, pero tampoco demasiado. No estamos ante una novela clásica de aprendizaje y maduración. Al igual que su vida atropellada, los episodios del extenso relato galopan como un potro desbocado. El vocabulario y aun la sintaxis golpean fuerte en el rostro y a veces también en la boca del estómago. Destacan exabruptos y cacofonías elegidos a conciencia para incomodar al lector, así por ejemplo: “Poco a poco aprendían las leyes del comercio, de ese capital que regulaba un mundo ancho y demasiado complejo al que bien le podían dar por el mismísimo culo”; “Si están lejos de Ametzola es porque no es sitio seguro aquel donde hay amenaza de lluvias de hostias”.
Así como el personaje se esconde tras el apodo, la Bilbao real también se nos oculta. Aquí no hay jóvenes abertzales ni kale borroka, no hay trasfondo político ni temor reverencial al demonio colectivo del hacha y la serpiente. El Bilbao de la novela es y no es el Bilbao histórico de los años noventa, de igual modo que Cangrejo es y no es el narrador, escribe y no escribe cuando se encierra en su cuarto, tiene y no tiene aspiraciones, proyecto, futuro. Esta calculada ambigüedad es en cambio el terreno firme que pisa Guillermo Aguirre. El autor, en efecto, nos lleva por donde quiere y hasta donde quiere, ni más lejos ni más cerca. Su mostrar es un ir ocultando, su iluminación un juego de sombras, y su escribir un callar el nombre ficticio de las cosas.
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Autor: Guillermo Aguirre. Título: Un tal Cangrejo. Editorial: Sexto Piso. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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