De páginas web de citas para supremacistas blancos a foros de «incels» —célibes involuntarios y misóginos—, la periodista judía Talia Lavin ha recorrido las profundidades de internet y se ha infiltrado entre neonazis para documentarlo en La cultura del odio, un libro que ahora Capitán Swing ha publicado en castellano.
En La cultura del odio, Lavin adopta diferentes identidades «calculadas» para sacar información a miembros de páginas web frecuentadas por estos grupos de odio, un proceso que la escritora destaca como «aislante»: «A veces sentía que yo misma, Talia Lavin, era otro personaje que estaba interpretando», añade. Uno de estos perfiles fue Ashlynn, con el que se adentró en una red de citas para supremacistas blancos bajo el nombre de usuario «ashlyn1488» —aludiendo a las 14 palabras del terrorista nacionalista blanco David Lane y al 88 de «Heil Hitler»— y la imagen de una «rubia, con armas, habitante de un complejo agrícola». Lavin, quien define su físico como «la viva imagen de una judía», basó la personalidad de Ashlynn en el antisemitismo, papel que le supuso estar «de patas arriba todo el tiempo» y para el que tuvo que «silenciar las partes de su persona que los supremacistas querían matar», además de informarse sobre armas y memorizar el calendario de época de caza para entablar conversación.
Allí descubrió que los supremacistas blancos «son personas ordinarias» que comparten una visión del mundo «tan coherente como otra», con su «propia lógica interna», e incide en que tratar el movimiento «de irracional o de sinsentido implica no darle el crédito suficiente como amenaza». «Hay una subestimación persistente del supremacismo blanco como poder, de lo mucho que se ha infiltrado en los partidos políticos, específicamente en el Partido Republicano, y de cómo se ha convertido en parte de la gobernanza del Estado», sintetiza.
La periodista destaca que este movimiento es internacional y, aunque «el método americano hace mucho ruido por involucrar armas y asesinos», cada país «tiene su propia forma de extrema derecha adaptada al entorno local», como es el caso de la «idea de la Reconquista» y el crecimiento de Vox en España.
Lavin recuerda que uno de los momentos más satisfactorios al escribir el libro fue cuando desveló su verdadera identidad ante un neonazi ucraniano con el que estuvo hablando durante cinco meses para tratar de que se enamorara de Ashlynn. «Soy antifascista y estás a punto de quedarte con el culo al aire», escribió Lavin tras pasar toda la información recopilada sobre el dirigente de un canal neonazi en Telegram a un periodista que publicaría un artículo la mañana siguiente. El joven ucraniano solo tenía veintidós años, un patrón que Lavin asegura que se repite, ya que «el tabú de la esvástica atrae a jóvenes».
Lavin cree que los adolescentes son personas «apasionadas» que están en una «edad susceptible» en la que «sienten la necesidad de pertenecer a algo», a lo que los supremacistas blancos responden con «comunidad» y «les dan un propósito», el de defender la raza blanca y emplear su rabia para cometer actos de violencia. Precisamente este aislamiento que sufren los jóvenes jugó un papel importante durante la pandemia, «una oportunidad dorada» para que el supremacismo blanco ganara terreno, apunta Lavin.
Todos los círculos en los que se adentra Lavin están integrados por hombres y «motivados únicamente por la misoginia» en el caso de los incels, puesto que a la periodista le resultó más complicado acceder a entornos de mujeres, que «tienen un poco más de juicio» para detectar falsas identidades. Una semana después de publicar La cultura del odio, el FBI se presentó en casa de Lavin para alertarla de la existencia de amenazas de muerte y de violación a la periodista, quien ya era consciente de la situación, pero eso no la ha frenado de empezar a escribir su próximo libro: Lone Wolves Run In Packs (Los lobos solitarios corren en manada). «Seguiré luchando hasta que no se amenace a mi gente queer ni a mi gente judía y no veo que esto vaya a pasar pronto», concluye.
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