La literatura es, ante todo, un punto de vista sobre las cosas, que es la manera natural de decir que se tiene una visión del mundo o, si se quiere ser pedante, una Weltanschauung. Es lo primordial en literatura. Si uno tiene esa visión, da igual lo tosco o lo hosco que sea, lo que diga traspasará la barrera del lenguaje. Un Stendhal o un Baroja entraron en el Olimpo porque tenían esa visión propia y singular de las cosas.
El humor, en literatura, tiene mucho que ver con la eficacia lingüística. Hay que saber escribir muy bien, con maestría y agilidad, y controlando al máximo los efectos del lenguaje, para lograr arrancarnos la sonrisa o la carcajada. La torpeza nunca será graciosa. La prosa de Juan Aparicio está perfectamente armada y a ratos es irónica y fina, y otros, cuando hace falta, contundente y cáustica. Pero siempre está cargada de intención, nada es gratuito o superfluo.
La eficacia lingüística tiene que ver con la inteligencia, que a su vez determina la calidad de la emoción, una emoción que en esta novela es elegante, controlada y, por supuesto, inseparable de la vida. En Pensilvania tengo la impresión de que todos los puntos de la experiencia vital del autor han acabado conectándose, finalmente, para cuajar algo que apunta al éxito merecido, perseguido y ojalá que perdurable. En un mundo esclavo de la inmediatez, con un mercado saturado de novedades intrascendentes, esta obra brilla con luz propia y destaca por el buen quehacer literario. Es lo que tiene llevar años impartiendo talleres literarios: se llega a ser un maestro de la escritura.
La última vez que le vi, Aparicio me confesó que se sentía atraído por la autoficción, que iba a cambiar de registro. En un principio aquello me dio miedo. Soy de los que piensa que demasiada luz proyectada sobre el marionetista mata el interés que uno pueda tener por las marionetas. Reconozco que abrí Pensilvania con cierta aprensión. Me esperaba una confesión a calzón descubierto, una burda bajada de pantalones, un triste desenmascaramiento.
No podía estar más equivocado.
Por suerte para sus lectores, Aparicio es demasiado inteligente para arrancarse la careta, y lo que ha logrado es una novela, una auténtica novela, quizás la mejor de sus novelas, donde resulta indistinguible la realidad de la ficción. No veo la supuesta ruptura, a ese nivel, con sus anteriores novelas, y es lógico: la imaginación de su autor es tan desbordante que resulta imposible contenerla dentro del verismo.
A partir de las emociones que desencadena en el narrador la muerte de esta Rebeca, protestante furibunda que lo acogió durante casi un año en su casa de Pensilvania cuando era joven, Aparicio articula un texto poético y reflexivo, lleno de humor, en torno a la construcción de la propia personalidad. El enfrentamiento, en ese momento en el que uno todavía no está hecho, con un personaje tan intelectualmente en las antípodas (“podría haber estado en Marte” ha dicho el autor) y tan empeñado en llevarle por el buen camino, resulta crucial para su autoafirmación y lo marcará de por vida.
La plasticidad de las anécdotas y el rico tamiz de pensamiento que las envuelve hacen de este texto el más lírico, profundo y posiblemente, repito, el mejor de Juan Aparicio hasta la fecha. Una novela muy recomendable.
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Autor: Juan Aparicio Belmonte. Título: Pensilvania. Editorial: Siruela. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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