Gonzalo Millán Arrate fue un poeta nacido en Santiago de Chile en 1947. Fue una de las figuras más destacadas de la denominada generación del sesenta, de la que fue su representante más joven. Una vez terminados sus estudios en Concepción, ingresa en Santiago en la Escuela de Artes de la Comunicación de la Universidad Católica, pero llega el golpe militar del 11 de septiembre de 1973 y Millán se va al exilio. Salió a México, pero no podrá entrar, así es que se verá en Panamá con su mujer y su hija y con una visa de solo una semana. De ahí pasa a Costa Rica, donde vivirá un año para finalmente asentarse en Canadá, país en el que obtendrá un Máster en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de New Brunswick y fundará, junto con otros chilenos, la editorial Cordillera. Regresa a Chile en 1984, pero en 1987 se marcha y se instala en Holanda, donde residirá una década. Vuelve definitivamente en 1997 y desempeña una extensa labor docente. Millán trabajó también poesía visual y tuvo un destacado papel en las artes plásticas, llevando a cabo exposiciones individuales en Chile, Canadá, Estados Unidos, Suecia y Holanda. Fundó y dirigió en Chile la revista de poesía El espíritu del vall. Fue también traductor del inglés, francés y neerlandés. Algunas de sus obras más destacadas son Relación personal (Premio Pedro de Oña, 1968), La ciudad (1979, 1994, 2007), Vida (1984), Seudónimos de la muerte (1984), Virus (1987), Dragón que se muerde la cola (1987), Strange houses (1991), Trece lunas (1997), Claroscuro (Finalista del Premio Altazor de Poesía, 2002), Veneno de escorpión azul. Diario de vida y de muerte (2007), Gabinete de papel (2008), La poesía no es personal (libro armado con respuestas que dio Millán en diversas entrevistas) (Alquimia Ediciones, 2012). Obtuvo premios como el Premio Pablo Neruda en 1987, Premio del Consejo Nacional de la Cultura 2003, Premio Altazor de Poesía 2006 y el Premio de la Crítica y Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura 2006. Murió en Santiago de Chile, el 14 de octubre de 2006.
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En un reloj de arena
Sentado en escalonadas y repletas graderías,
diviso entre la arena del embudo
la pinta pálida y perdida de tu rostro.
En el fondo los huecos oradores juveniles
repiten sólo viejas consignas,
y til eres el único entre los opacos granos
que me dice algo en su caída.
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A la Plaza de Armas me iré entre palomas
Me pagas con mala moneda, mujer,
y con un sueldo vital el empleo
que te hago de mi amor y de mi tiempo.
Me voy a jubilar un día de estos
y me retiraré a vivir gastado,
sólo con mis pobres rentas.
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Letra de canción para una melodía vieja
Me escuece y arde esta vieja areola.
Se me enrojece y descama
cuando me tocan tu vida
o cuando yo mismo la rozo
yendo hacia atras con mis dedos.
Como temo me la alivie
la pomada del tiempo,
te rasco y me hiero
y hago saltar la costra y la sangre
para aceptar la cicatriz
de que no tienes olvido.
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Lata
Ya no te bastan mis ojos
para corroborar tu belleza.
Buscas en las calles
ajenos espejos, otros ojos,
la cabeza de un clavo
es una luna diminuta.
Contemplas una lata
de sardinas con agua de lluvia.
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El demoledor
Dormíamos abrazados
como dos gotas de agua
cuando nos despertaron
unos golpes en la puerta
de la antigua casa.
Soy el demoledor, dijo
sonriendo a mi esposa,
un extraño,
y entrando se acostó
entre nosotros al revés
en el medio de la cama.
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Temores
A veces
las gatas
tienen
perritos.
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Hoy no haré trabajo voluntario
Para Andrés y Mauricio Millán
Aunque en las calles lluevan
palos y piedras hoy debo
atravesar la ciudad revuelta.
Nada podrá detenerme,
ni barricadas llameantes
ni gases lacrimógenos.
Avanzo como un ciempiés
bajo una cascara de huevo
llevando a casa de mi padre
una pequeña tina de baño
para mi hermano recién nacido.
Y no puedo detenerme.
Después escribo.
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Nido
No me alabo. Hago por ti
lo que por su hembra
un pájaro carpintero:
el nido en un árbol podrido.
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Drogadicto
Un drogadicto necesita
unos 2.000 dólares semanales
para su hábito.
Yo necesito mucho menos,
escuchar tu voz,
de vez en cuando
divisarte por la calle.
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Al frente
Salgo del hospital
con un tobillo quebrado.
Los olmos desfilan
por la orilla del camino
de regreso al frente,
marchando en un solo pie,
enyesado por la nieve.
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Niño
Encontrarán siglos después,
cuando sólo queden los envases
de una sociedad
que se consumió a sí misma,
sus restos
de pequeño faraón dentro
de un refrigerador descompuesto,
enterrado
bajo unas pirámides de basura.
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Rascacielos condenado a la demolición
Huele como a moho de ascensor
donde unos ecos se aprietan.
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En la autopista
Por la carretera vacía
como arteria de cadáver,
algo rosado
rueda con el viento:
la pierna de una muñeca.
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Piscis
Los ojos de los peces
estaban
siempre mirándonos,
abiertos y voraces,
desmesurados como soles.
Y lo ignoramos
con nuestra ceguera
de gusanos,
atentos unicamente
a1 dolor del anzuelo.
Gracias por toda la información. La foto de Gonzalo que ilustra este artículo es del fotógrafo, poeta y escritor chileno Ricardo Cuadros, residente en Paises Bajos.