En La Fuerza para cuñaos, libro publicado por Timunmas, Todopoderosos nos ofrecen su visión, siempre particular, del universo Star Wars. Juan Gómez-Jurado y Arturo González-Campos, dos de los creadores de este post podcast cultural, han escrito un manual loco y divertido para conseguir que tu cuñao te siga al Lado Oscuro. En este fragmento del primer capítulo narran una breve historia del frikismo en España.
Breve historia del frikismo en España
Si has comprado este libro, seguramente no eres una persona normal. Llevas años escuchando que lo que a ti te gusta no es lo normal y no paras de recibir la incomprensión de los normales. Por eso queremos empezar con este cuento:
«En un cementerio, un hombre chino colocaba un cuenco de arroz sobre la tumba de su mujer. Un occidental que lo vio, se echó a reír y le dijo:
—¿De verdad cree que su muerto vendrá a comerse el arroz?
A lo que el chino respondió:
—Tanto como usted cree que el suyo vendrá a oler sus flores.»
«Lo normal» es uno de los conceptos que más odio. Cualquier persona que utiliza esa expresión como positiva ignora que no existen cosas normales y cosas raras, sólo hay cosas que vemos habitualmente y normalizamos y cosas que no. Como decía Hannibal Lecter: «Uno se enamora de aquello que ve cada día». Menos los no normales, que nos enamoramos de lo que el día a día no nos deja ver.
La expresión «friki» viene un poco de eso, es la forma que tienen los «normales» de recordarnos que nuestra afición no es la que la sociedad aprueba. Hemos suavizado la expresión original freak («monstruo»), pero sigue siendo una forma de llamarnos diferentes, raros, los que hacen cosas no normales.
Por eso no me gustan los «normales», porque miran en una única dirección, porque no quieren saber lo que hay detrás de la esquina, porque prefieren aceptar a preguntar.
Con el movimiento friki está ocurriendo algo parecido a lo que pasó con el movimiento gay, ha sido necesario que sus miembros alcancen una edad y una posición económica y de poder para que se generen productos adecuados para el colectivo y para que los frikis salgan del armario y luzcan sin miedo su condición y sus gustos.
Esos niños que coleccionaban cómics en los 80, que buscaban sin descanso información sobre sus sagas de ciencia ficción favoritas, que esperaban ansiosos a que alguien viajara al extranjero para que les trajera gadgets, libros, camisetas… Esos jovenzuelos ochenteros han crecido, y en muchos casos, al haber sido niños que leían más que los otros, investigaban más que los otros y tenían más inquietudes que los otros, ahora ocupan cargos más altos que los otros y, por lo tanto, tienen mayor poder económico.
Pero no han perdido su pasión; los frikis siguen queriendo tener ese cómic, esa camiseta, esa edición especial de su película o serie favorita, esa figurita… Sólo necesitan a alguien que les indique cómo y dónde conseguirlas. La vida de un friki en los 80 es una historia de frustraciones y deseos inalcanzables; una historia como la mía.
1980. Tenía once años, iba por El Corte Inglés con mi madre y vi por primera vez algo que no se vendía en España: una camiseta friki.
Era una camiseta de Mickey Mouse disfrazado de Superman, tampoco era el colmo de lo friki, pero hasta ahí llegaba este país en esas cosas. Pedí a mi madre que me comprara la camiseta y ella me miró con esa cara que ponen las madres de «lo tengo que querer porque es mi hijo, pero ahora mismo lo estampaba contra el mostrador de oportunidades».
—Es que me gusta.
Mi madre tiró de mi mano en dirección contraria mientras decía una de esas frases que hacen grandes a las madres:
—Y a mí también me gustan muchas cosas y no las tengo. Lo más curioso es que esa visita a El Corte Inglés era para comprarme «un traje mono» para ir a una boda. Vestido con pantaloncitos de pinzas, camisa y corbata y jersey de pico, me sentí en aquella boda más disfrazado, más ridículo y menos yo que si me hubieran dejado llevar esa camiseta.
2016. Tengo cuarenta y siete años, un armario reventado de camisetas frikis y un montón de gente que me dice que ya no tengo edad para ponérmelas. Pero las sigo llevando porque por dentro pienso: «Eres tú el que ya no tienes edad para disfrutarlas.»
¡YO NO SOY PACO PORRAS!
¿Sabías que a los frikis sólo nos llaman frikis en España? Perdón por el trabalenguas, voy a tratar de explicarlo. La RAE (Real Academia de la Lengua, que se me olvida que esto podrían leerlo cuñaos) define «friki» de tres maneras:
1. adj. coloq. Extravagante, raro o excéntrico.
2. m. y f. coloq. Persona pintoresca y extravagante.
3. m. y f. coloq. Persona que practica desmesurada y obsesivamente una afición.
Y con esto nos tenemos que aguantar los frikis, con una definición que vale tanto para nosotros como para un jubilao de mi calle que va por los contenedores buscando gomas de butano porque dice que la gente las tira nuevas.
En España un tío que lo sabe todo sobre la obra de Tolkien o que se ha estudiado tochos enormes de teoría de la estructura de la programación de datos binarios no es muy diferente de esos señores que van al sorteo de la lotería de Navidad disfrazados de caniche.
¿DE DÓNDE VIENE LO DE FRIKI?
Pues viene de la tele, de donde vienen casi todos los delirios. Allá por principios de siglo, la tele empezó a nutrirse de una serie de personajes extravagantes que hacían sus monerías en los programas de moda: Paco Porras, un adivino que leía el futuro en las frutas, la pitonisa Lola, una bruja que encendía velas negras a quien la insultara, Toni Genil, un hombre que se hizo famoso por cantar de rodillas (para la gente más joven, hemos de aclarar que todo lo que estoy contando es real, para cuando os digan que la tele que veis ahora es horrible)… También estaban Leonardo Dantés, que bailaba con un pañuelo, o Juan Miguel, un peluquero casado con Karina (¿a que no pensabas leer estos nombres en un libro sobre Star Wars?).
A estos personajes se les dio el nombre de frikis por su característica freak, como de personaje de película de Tim Burton pasado por Berlanga. Hasta se llegó a hacer una «película» (si la has visto justificarás esas comillas) con estos personajes como protagonistas que llevaba por título FBI: Frikis Buscan Incordiar (me parto, ja).
Es complicado saber en qué momento esta definición, que servía para denominar extravagancias televisivas, pasó a servir también para llamar a una persona que ha leído toda la obra de George R. R. Martin y es capaz de hablar durante horas de todas las referencias literarias y culturales que aparecen en «Juego de Tronos», pero dice mucho del respeto de este país por la gente que pretende ir más allá de lo que nos ofrece la telebasura.
Has de saber que lo que nosotros llamamos friki en el resto del mundo es un geek o un nerd, pero que si en cualquier país del mundo dices: «Soy un friki» no van a entender que eres aficionado a un tipo de cultura popular sino que, probablemente, tengas dos penes.
UNA NUEVA ESPERANZA
Estamos viviendo la edad de oro del frikismo (desgraciadamente no tenemos otra palabra, así que permitidnos usar ésta). Tras años de que nuestras películas, libros, cómics, etcétera, hayan sido considerados subcultura, productos infantiloides y facilones, el éxito de Harry Potter, de las películas de superhéroes como El Caballero Oscuro, de series como «Juego de Tronos», ha hecho que mucha gente que miraba por encima del hombro esta «cultura popular» se haya visto obligada a pensar que «algo tendrá el agua…» y echar un vistazo a esas zonas de las estanterías por las que pasaba rápido cuando iba a la librería.
Algunos, por supuesto, han seguido arrugando la nariz y estirando el meñique con desprecio, pero cada vez son más las universidades que incluyen la cultura popular como objeto de estudio y cada vez más los periódicos que cubren sus noticias, las webs que tratan de ella y hasta los podcasts (alguno nos suena) que están dedicados a demostrar que no hay fronteras entre lo que «normalmente» se ha llamado cultura y esos productos que, camuflada bajo una capa de entretenimiento, esconden una carga de profundidad que sirve de igual manera para explicar el ser humano, sus inquietudes y el tiempo que lo acoge.
La única diferencia es que unos usan a Dios, otros la filosofía y nosotros usamos a Superman.
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Autor: Arturo González-Campos y Juan Gómez-Jurado. Título: La fuerza para cuñaos. Editorial: Timunmas. Venta: Amazon y FNAC
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