He devorado las trescientas páginas de este ensayo en unas pocas horas, con pasión y con miedo: me estaba gustando demasiado, y yo también, claro, soy una madre ambivalente. Begoña Gómez Urzaiz ha escrito un libro inclasificable y necesario, en el que combina de una forma rigurosa, honesta y actual el rigor y la empatía, la lectura de tesis y el análisis de Instagram, sus propias dudas y la observación de su entorno, para contestar a esa sentencia que todos hemos pronunciado o escuchado: “¿Qué clase de madre abandona a su hijo?”. Ellas, nosotras, cualquiera.
Porque —pasadas ya aquellas tesis grandilocuentes sobre la realización de la mujer— tener hijos sigue siendo… rellenen los puntos suspensivos con los adjetivos y frases hechas que les representen: extraordinario, lo mejor del mundo, etc. Pero tener hijos es también una demanda infinita de tiempo, de entrega, de cuidados, de dinero. Ser madre es no poder activar nunca el modo avión, estar siempre disponible, ser siempre para dar, cuidar, estar.
Y, a la vez —con pareja o en tantísimas familias monomarentales— deslomarnos para mantenerlos económicamente e intentar resetearnos cada noche para también mantenerlos anímicamente: que no nos vean desfallecer de cansancio, de miedo, de desesperanza.
Huir, renunciar, abandonar es una tentación prohibida pero existente. Por eso este ensayo es necesario para todas las mujeres que han elegido no tener hijos y para todas las que eligieron tenerlos y, aún así, se han atrevido a pensar: “Lo quiero más que a nada en el mundo, pero si pudiera rebobinar, la verdad, no lo tendría”.
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La vida son los puntos suspensivos. Lo que podríamos ser y no somos, lo que querríamos hacer y no nos atrevimos, lo que queremos crecer y… Crecemos, claro. Crecemos con ellos, torcidas, necesariamente desviadas y cambiadas, con menos tiempo y menos libertad. Begoña Gómez Urzaiz se ha atrevido a escribir este libro, a mezclar sus inquietudes con las de muchas mujeres admirables (las actrices y escritoras célebres que dejaron a sus hijos en busca de ellas mismas y las trabajadoras infatigables que migraron dejando atrás a sus hijos para poder alimentarlos) y a retratarnos a muchas de sus lectoras.
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Sarah Fischer, una fotógrafa alemana, sintetizó lo que obtuvo al renunciar a su trabajo y quedarse en casa con su hija: “incontinencia, aburrimiento, aumento de peso, tetas caídas, fin del romance, falta de sueño, volverme tonta, carrera en decaimiento, falta de apetito sexual, pobreza, cansancio y falta de ilusión”. Me quedo con las tres últimas y añado el miedo; por ser exactos, tres miedos, demoledores los tres: el miedo a que le pase algo, el miedo a no poder darle lo que necesita, el miedo a no volver a ser nunca tú misma.
En muchas conversaciones me he encontrado madres que no dudan: “dan tanto”, “es amor puro”, “no podría vivir sin ellos”. Algunas veces, pocas, he escuchado un egoísmo insoportable: “¡Y no estarás sola! ¡Te cuidarán!”. Yo espero que no, que nuestros hijos y, sobre todo, nuestras hijas tengan la sensatez de cuidarse a sí mismos y ser libres. Sus madres estamos siendo consecuentes con nuestra decisión de embarazarnos y parir; aquí estamos, cuidando, cuidando, cuidando; intentando, en ratos perdidos y robados a la culpa y al sueño, ser nosotras y no ser solo madres. Por favor, que ellos sean libres.
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La autora cita también un consejo de Elizabeth Wurtzel a Emily Gould: “Investiga mucho y después escribe sobre ti misma”. Ella lo ha seguido, pero, en realidad, ha escrito sobre todas, sobre muchas de nosotras, las madres imperfectas, las madres que queremos seguir siendo mujeres. Porque lo personal es político, siempre.
Para mí la maternidad es un agujero negro que nos devora y del que apenas conseguimos asomar para coger aire. ¿Y entonces? ¿Tenemos hijos? ¿Qué tipo de madre podemos ser? No hay respuestas perfectas, pero yo tengo clara mi salida: seguir dando y seguir intentando ser yo, seguir escribiendo y seguir leyendo, seguir encontrando mujeres y autoras que me acompañen y no me dejen dudar sola.
Así que gracias, compañera. Gracias por hacerlo fácil, empático, comprensible, honesto y, sí, tan duro como es.
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Autora: Begoña Gómez Urzaiz. Título: Las abandonadoras. Editorial: Destino. Venta: Todostuslibros.
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