En el año 2016, Manuel Foffo y Marco Prato, dos jóvenes romanos, mataron a Luca Varani, saltando así a las noticias y convulsionando a una ciudad que no comprendía lo que había sucedido. Nicola Lagioia se adentra en ese misterio en una novela de pulso escalofriante en la que se habla más de los verdugos que de las víctimas porque, como el mismo autor expresa, a todos nos resulta más fácil ponernos en el papel de víctima y pensar en la pesadilla de ser atacado de alguna manera. Articula por tanto su novela en girar el miedo a que te suceda y convertirlo en el miedo a ser el ejecutor, y para ello nos presenta a dos jóvenes que no parecen diferenciarse de cualquier otro, con problemas de relación con su familia, que no difieren esencialmente de las de nadie y que hacen pensar al lector en que realmente cualquiera puede cometer el asesinato, ya que seguramente esos dos jóvenes jamás hubieran pensado que iban a ser protagonistas de su propia noticia. El autor ficciona unos hechos conocidos en los que Marco y Manuel se conocen por personas en común y quedan en una fiesta en la que se produce una relación entre ellos que parece van a repetir en un segundo encuentro pese a los azares de la primera. Será entonces cuando inviten a Luca, este de los suburbios y con carencias económicas, también gracias a una tercera persona que usa de sus servicios, y acaben con su vida. Y es esta ficción la que resulta atronadora para el lector que lee desde los asesinos y no desde la víctima o la policía, ni siquiera desde un familiar, como cualquiera puede llegar a realizar algo así. Explora de este modo el límite que la mayor parte de nosotros vemos como una barrera infranqueable pero que puede tener agujeros por los que se cuela la duda, el mal, la posibilidad. Una posibilidad que parece convertirse en real incluso en la propia ciudad de Roma, ese lugar idílico que se presenta aquí con una decadencia fea que impregna las calles a partir de un mísero ratón, un lugar sin gobernante pero con dos papas. Una ambientación convertida en personaje, en mundo, en sociedad y suciedad que sirve como causa y consecuencia del hecho central de la historia. Y es precisamente la capacidad del autor para no dejar al lector olvidar la veracidad de los hechos presentados la que convierte la historia en pesadilla. Porque cada detalle, cada mota, cada vocablo, están destinados a que los lectores sepan que toda la novela es, en esencia, real.
Dicen que el trabajo de un escritor es convertir lo sucedido en algo verosímil, pero esta vez el autor ha ido más allá. Tras una labor de investigación exhaustiva se esconde algo más profundo, que es la eterna pregunta que se hacen los familiares de las víctimas: ¿por qué? Y la respuesta de una sociedad contemporánea a esa pregunta nos la deja el autor en la novela, desde la que nos mira a los ojos y nos dice: «¿Y por qué no?, ¿por qué tiene que haber un motivo?, ¿por qué lo necesitas?«. Y es que quizás la necesidad del motivo sea una manera de mantenernos lejos de los asesinos, pero esa no es la intención del autor, que bombardea con frases concisas y miradas frontales a lo largo de una trama que se vuelve incómoda en la misma medida que imposible de soltar. Pero lo realmente llamativo, con lo que el lector se queda una vez finalizado el libro, es con la sensación que el autor ha conseguido meterle bajo la piel, que es esa doble lectura de la que hablaba al principio y que bien podría resumirse diciendo «líbrame del mal». Sea como sea y a uno u otro lado.
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Autor: Nicola Lagioia. Traductor: Xavier González Rovira. Título: La ciudad de los vivos. Editorial: Literatura Random House. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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