Desde el principio del cristianismo oficial, cuando aún se extendía éste por el imperio romano, hubo un detalle que acabó teniendo importantes consecuencias: peña que aspiraba a la salvación manteniéndose lejos de las tentaciones se retiraba a lugares aislados para vivir en soledad, meditación y oración. A esos margis se les llamó con el término griego monakos monos, o sea, monjes de toda la vida. Con el tiempo, muchos solitarios se fueron juntando en grupos y surgió la idea del monasterium (eso ya es latín), o lugar de convivencia donde un jefe electo, el abad, regía la comunidad. La primera idea de organizarse así la tuvo un fulano llamado Pacomio en el siglo IV, pero quien patentó en serio el asunto fue el abad Benito de Nursia, san Benito para los amigos, que fundó en Montecassino (Italia, año 543) el primer monasterio chachi de verdad. Nacía así un clero monástico sometido a los votos de pobreza, castidad y obediencia, dispuesto a realizar para sí y para el prójimo su ideal de existencia cristiana. Ora et labora, o sea. Reza y trabaja. Y fue un papa genial, Gregorio I el Grande, quien entre los siglos VI y VII supo ver el enorme potencial de una red de órdenes monásticas y monasterios puestos bajo su protección y sometidos a su autoridad: una franquicia de clérigos repartidos por una Europa donde se afirmaban nuevas monarquías a las que la Iglesia toreaba por los dos pitones en asuntos de influencia y poder. Todavía reciente el desparrame de las invasiones bárbaras, aquellos eran malos tiempos para todos; pero los papas estaban bien situados, pues los nuevos amos del cotarro habían respetado la mayor parte de sus posesiones. Ellos eran los únicos que tenían organización y recursos. Además, su clientela crecía con la evangelización de Irlanda, Inglaterra y las tierras más allá del Rhin. Y así, los tiempos oscuros del gran colapso acabaron alumbrando una Iglesia convertida en reina del mambo: principal fuerza política, social y económica de aquella nueva Europa, y también fuerza cultural, pues los restos de la tradición grecorromana que sobrevivieron al colapso imperial encontraron asilo y continuidad en la Iglesia y sus monasterios (lean el libro o vean la película El nombre de la rosa y se harán idea del ambiente). El caso es que aquellos papas, obispos y monjes se vieron en posesión, casi de chiripa y sin haberlo buscado, del monopolio de las ciencias. Como escribiría mil cuatrocientos años después el historiador Pirenne, sus escuelas, salvo raras excepciones, fueron las únicas escuelas; y sus libros, los únicos libros. De ese modo, los monasterios medievales salvaron lo que pudieron de la quema; y lo paradójico es que muchos de aquellos monjes ni siquiera eran cultos, o no demasiado. Tras la ducha fría del desastre, no todos en la Iglesia tenían la potencia intelectual de Isidoro de Sevilla (comienzos del siglo VII, más conocido por san Isidoro), cuyas Etimologías leemos hoy con placer y asombro. Su coetáneo el papa Gregorio I, por ejemplo, considerado uno de los mejor preparados de su época, escribía un latín cutre en sintaxis, gramática y vocabulario. Y se dio el caso de escribas de monasterio, amanuenses que copiaban textos antiguos (a la imprenta le quedaba un rato para ser inventada), que eran analfabetos de buena mano y se limitaban a reproducir con mucho arte y bonita caligrafía textos que eran incapaces de leer. Aun así, a pesar de que no siempre el alto y el bajo clero llevaban una vida ejemplar, fueron los monjes medievales quienes perpetuaron la tradición romana e impidieron, con su callado y admirable trabajo, que la Europa occidental (la oriental estaba de momento a salvo con el imperio bizantino) recayese en la barbarie. Y claro, fue a la Iglesia a quien las nuevas monarquías europeas, aún con el pelo bárbaro de la dehesa, recurrieron en busca de escribas, educadores, consejeros, cancilleres y otros altos cargos donde la cultura resultaba imprescindible. Uno de esos monarcas, decisivo para su tiempo, sería un rey de los francos llamado Carlos, más conocido por Carlomagno. De él hablaremos en su momento, pero antes registremos la aparición de alguien que, aunque no nació en Europa, iba a sacudirla como nadie desde las invasiones bárbaras: un camellero que en el siglo VII vivía en una ciudad de Arabia llamada La Meca, casado con una señora rica que le permitía tumbarse a la bartola y retirarse al desierto a meditar sus cosas. Y allí, por lo visto, se le apareció en sueños el arcángel Gabriel y le dijo que Dios le encargaba predicar una nueva religión. El caso es que, hacia el año 622, aquel elemento se puso en serio a la faena. Y ya ven ustedes. En el siglo XXI, o sea ahora mismo, aún sigue la cosa. El nombre lo habrán adivinado, claro. Se llamaba Muhammad y lo conocemos por Mahoma.
[Continuará].
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Publicado el 23 de julio de 2022 en XL Semanal.
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Yeeeeeaaaahhh!!!!!
Los paralelismos me son inevitables, lo siento. Será algún tipo de virus.
Es que, ante el empoderamiento medieval de la nueva religión, pienso en el actual empoderamiento de la religión buenista, que promete la gloria y el poder, la salvación de este mundo, a todos sus adeptos y el sentimiento de superioridad ante todos los demás. Y surge la idea del «ministerium», lugar y estado ideales desde donde impartir e imponer esta doctrina, con su abad más importante: Pedromio. Y también su máxima: otium et patientia (holganza y resistencia). Y para quienes deseen profundizar más, la obra «El hombre de la rosa», nunca mejor dicho. La nueva religión buenista: monopolio del pensar, únicas escuelas, principal fuerza social, política y económica. Atención: entramos de lleno en una nueva Edad Media.
Y encima con crisis de energía… recuerde lo que dijo Umberto Eco sobre la carencia de electricidad y el retorno a la Edad Media en un plis plas. Saludos
Crisis de la energía, por supuesto. Ya lo dice el refrán: ande yo caliente y en super-puma y llorese o ríase la gente.
Querido ya mirado Arturo , a quien leo
Lo que me he podido reir con el simil de la «franquicia de clérigos». Me he puesto a imaginarla comparándola con los signos de mercadotécnia de, por ejemplo, las más conocida casa de preparación y venta de hamburguesas del mundo, con sucursales en todo el mundo: allí estarían los colores elegidos por la marca madre (negro y blanco en especial), los fundadores reverenciados (Apóstoles y mártires), los esloganes o literatura concisa representativa y descriptiva de la marca (Ora et labora, por ejemplo), los signos descriptivos (la cruz, los peces), los manuales o protocolos a seguir por los franquiciados (las reglas de las diferentes órdenes y del Vaticano) y hasta los mensajes subliminales (en retablos, altares, fachadas de catedrales) y, por último el producto terminado (la promesa de vida eterna).
Sólo la broma y la risa, tan perseguida en la citada «El nombre de la rosa» puede permitirnos a los creyentes imaginar las últimas consecuencias del simil propuesto y, a la vez, seguir permitiéndonos la devoción austera y sincera que caracteriza a nuestras creencias.
Efectivamente el tema de las franquicias es muy interesante. Quizás son los primeros estudios de mercado de la historia y la primera multinacional. Y había una franquicia para atender a cada segmento de mercado con sus peculiaridades propias. La franquicia benedictina para propiciar el ora et labora, el estudio y las hierbas medicinales. La franquicia franciscana, para atender a los amantes de la naturaleza y a los buenistas del perdón universal. La franquicia de los dominicos y la incendiaria inquisición, experta en torturas psicológicas y en introyecciones de autoinculpación, para vigilar y someter a la grey pecadora. La del Opus Dei para los amantes de la hiper ortodoxia. Las franquicias femeninas para atender a enfermos, desamparados, fabricar dulces y servir sumisamente a las franquicias masculinas. Las franquicias militares para la lucha contra el infiel y su exterminio (hospitalarios, templarios). Las múltiples franquicias educativas (maristas, escolapios, etc.) para el adoctrinamiento de la grey desde niños. Atender a cada matiz dentro de la riqueza de variabilidades del ser humano para que no quedara un resquicio de mercado por cubrir. Y todos ellos imbuidos del esíritu economicista inventando el mejor sistema de recaudación de la historia, aunque las rebajas llegaran a partir del disidente Lutero. La venta de humo, como ahora mismo hacen las criptomonedas, las empresas de seguros, los gobiernos, el futbol, las apuestas de todo tipo y muchos otros más, se va perfeccionando con el tiempo hasta llegar a la venta de parcelas en el Cielo. Puedes cometer cualquier barbaridad contra tus semejantes que si pagas por ello, se te perdona. Se va creando una gran burbuja inmobiliaria celeste y en el siglo XVI revienta por los cuatro costados.
Excepcional la novela «La `piel del tambor» de APR que trata el tema de la gran contradicción entre la burocracia y la jerarquía de la Iglesia oficial y la sencillez y la humildad de la Iglesia a pié de calle, la real, la que no entiende de franquicias ni de repartos comerciales de poder sobre las almas. La he leído creo que tres veces y recomiendo encarecidamente esta historia detectivesca en la que la fé y la jerarquía chocan por la interpretación de la sociedad y del pueblo y en la que el sicario religioso termina rendido al amor carnal. Los diálogos entre el esbirro, el padre Quart, y el padre Ferro, el párroco, son tremendamente sugerentes. Como simpre, a la vista, con esta novela, la maestría de don Arturo.
Creo que las dos iglesias han existido siempre desde el comienzo. Quizás muy al principio solamente una. El Director Comercial San Pablo inició la jerarquización, los estudios de mercado y las separación entre ambas iglesias.
Qué placer es leer estas entregas de «Una historia de Europa»…son medicina y son golosina!
Los que le seguimos hace tiempo comprendemos sus ironías y sarcasmos, pero algunos pueden ir más allá porque seguimos gobernados por los mismos y sigue habiendo analfabeto en amplio sentido de toda nacionalidad o creencia. Tal vez alguna palabra que pueda resultar ofensiva… con el vocabulario que tiene Vd se podría modificar? Es que después les da por tirar bombas, autoinmolarse…
Un escritor como APR en regímenes como el q impera en Cuba, mi patria, estaría preso o exiliado. Demasiado desenfado, excesiva ironía, apabullantes burlas… Una delicia leerlo.
Para cuando todo esto en un librito???