Andaba Frederic Raphael, afamado guionista, de vacaciones en Francia cuando Stanley Kubrick le hizo llegar un puñado de páginas fotocopiadas de una novela. Se había cuidado de ocultar el nombre y el autor. Kubrick llevaba veinte años soñando con llevar esa novela a la pantalla y pensaba que Raphael era la persona que podía ayudarlo a hacer realidad el sueño. Al cabo de unos días, Kubrick llamó y le preguntó: ¿hay una película ahí? Raphael, hombre ilustrado, quiso saber a su vez: ¿es de Schnitzler o de Zweig? De poco le había servido al ilustre director ocultar la autoría de la obra ante la sagacidad literaria del guionista. Raphael veía una buena historia, pero le chirriaban los carruajes por la Viena de fin de siglo y toda su parafernalia. Pero Kubrick, en ese embrionario estadio del proyecto, solo tenía una cosa clara: no habría ni carruajes ni nada similar, pues la historia se desarrollaría en el Nueva York del siglo XX. El resultado final, la película postrera de Kubrick, Eyes Wide Shut, constituye una de las más brillantes adaptaciones de una obra literaria al cine. La historia de Arthur Schnitzler, Traumnovelle (traducida al castellano como Relato soñado), hace el viaje desde la elegante y melancólica Viena fin de siècle hasta el vivaz y multiforme Nueva York contemporáneo. La historia no solo no se diluye, sino que adquiere intensa visualidad y remozada profundidad.
En Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola, la historia es sometida a una intervención quirúrgica de mayor calado, yendo desde el Congo colonial hasta la guerra de Vietnam. La novelita de Conrad, El corazón de las tinieblas, se transmuta en una historia de personajes igualmente poliédricos, pero envueltos ahora de una lírica visual y un trasfondo onírico que transmiten con superior maestría el mensaje original: la complejidad y la crueldad humana y la lucha por la supervivencia en circunstancias extremas.
Estas ocasiones en que películas basadas en una obra literaria acaban por superarla en calidad artística deben movernos a reflexión: las historias —las obras de arte todas— están para ser renovadas, reformadas, manoseadas. Cada obra de arte valiosa interpela a la posteridad: poned vuestras sucias manos sobre mí. Buscad inspiración en mí. Parafrasead. Adulterad. Reproducid. Plagiad.
Escribo en Google: películas que estaban mejor que el libro. En un artículo de una de las más celebradas revistas de cine de nuestro país, tras la inevitable advertencia de que cine y literatura conforman dos lenguajes diferentes e inconmensurables, aparece una lista no precisamente minúscula: Psicosis, Desayuno con diamantes, Tiburón, El resplandor, ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (¡de nuevo Kubrick!), El padrino, La naranja mecánica, Cuenta conmigo… Tecleo ahora: canciones que estaban mejor que las originales. La lista es también nutrida: al decir de algunos entendidos, los Guns n’ Roses mejoraron el Knocking on Heaven’s Door de Bob Dylan; los M-Clan el Maggie May de Rod Stewart; y Frank Sinatra hizo de My Way el éxito que no habían sabido hacer sus autores primigenios.
En todo semillero de talentos se dedica gran cantidad de tiempo a observar a quienes pueden servir de modelo. Y, punto y seguido, a robarles sus ideas y sus técnicas. Robar, como suena. «Este tipo de robo», afirma Daniel Coyle en El pequeño libro del talento, «cuenta con una larga tradición en el mundo del arte, en el deporte y en el diseño, donde con frecuencia recibe el nombre de ‘influencia’». Steve Jobs robó las ideas del ratón del ordenador y los menús desplegables a Xerox. Los Beatles robaron a Little Richard los gritos agudos que aparecían en algunas de sus canciones más celebradas. Se ha achacado la mayor creatividad de los hermanos pequeños, cuenta Coyle, a que estos han tenido oportunidad de observar a sus hermanos mayores, extrayendo conclusiones acerca de lo que funciona y de lo que no, y de replicar —otro eufemismo amable— los comportamientos que funcionan.
A menudo se alzan voces quejumbrosas contra las versiones de temas musicales o de remakes cinematográficos. Se quejan los autores de la obra original: me sentí como si me hubieran pedido prestado el coche y me lo devolvieran pintado de otro color, decía el compositor de un tema versionado. Pero yo sé de alguien que descubrió a The Smiths por una versión de Mikel Erentxun.
El robo y el manoseo no ofrecen más que ventajas. A quien sustrae, como hemos visto, le facilita un modelo de éxito, de excelencia, que, con el tiempo, hará suyo y enriquecerá con sus propias particularidades. ¿No aspiró Séneca a ser Catón y Epicuro? ¿No es al fin y al cabo la cultura romana toda un plagio adecentado de la griega? ¿No es la historia de la filosofía poco más que anotaciones al margen de los diálogos de Platón? La reflexión no es mía: la he tomado prestada.
¡Notición! ¡Acaban de descubrir la tradición! Ánimo, hombres modernos, os veo con capacidad de descubrir que cada día amanece.