No es ningún secreto que una buena narración es el vehículo más efectivo para conectar con los demás. Contar historias que logren suspender la incredulidad equivale a abrir una puerta en la mente ajena. Desde que el chamán de la tribu relataba —o inventaba— el destino de quienes se alejaron de la luz de la hoguera, hasta los «modernos» y kilométricos cursos de storytelling para empleados, pasando por el sacerdote que agita las escrituras desde el púlpito o el anuncio televisivo que busca relacionar el consumo de una bebida espirituosa con sofisticadas y coloridas aventuras nocturnas. Las narraciones, los ejemplos, las metáforas encierran el poder suficiente para hacerte creer que una tortuga puede tener las de ganar frente a una liebre o convertir a la hormiga en epítome de la abnegación laboral. Pero ¿y si este potencial, de sobra conocido por Saturnino Calleja (1853-1915) o por el legendario Esopo, hundiese sus raíces en la tradición oral del antiguo y lejano oriente?
Porque mucho antes de convertirse en estandarte de una de las religiones más relevantes de todos los tiempos, Siddhārtha Gautama fue león. Y ciervo. Y rey de los monos, y liebre generosa, y humilde agricultor, brahmán, miembro de familia pudiente e incluso espíritu de un árbol anciano. Y en el transcurso de todos esos ciclos vitales fue acumulando sabiduría a través de anécdotas simbólicas —algunas más sencillas, otras más imaginativas y extravagantes—, anécdotas que han viajado de boca en boca hasta nuestros días anunciando virtudes tales como la generosidad, el estoicismo, la humildad o la sinceridad.
Especializado en Estudios Budistas y residente en la histórica ciudad de Yamaguchi durante más de diez años, Villamor ha podido comprobar de primera mano la influencia que estas narraciones continúan ejerciendo no solo en el pensamiento budista nipón, sino en buena parte de la cultura asiática. Su estructura es sencilla y semejante: extensiones cortas que no superan el par de hojas, un párrafo introductorio que nos sitúa —a nosotros y al Bodishatta o encarnación previa de Buda— en un tiempo y ubicación remotos, versos recitados que contienen el meollo de cada pequeña historia y finales cerrados al estilo de los cuentos populares. Porque si bien su formato parece apropiado para ilustrar a los más pequeños de la casa en valores que, a fin de cuentas, tienen validez universal —y de ahí su similitud con el mentado Esopo—, estas Fábulas budistas también revisten un significado más profundo, no apreciable a simple vista y que nos interroga acerca del enfoque que adoptamos en nuestro paso por la vida; no en vano siguen siendo estudiadas por el académico orientalista y por el monje de la escuela Rinzai.
El volumen lo completan un glosario de términos para una mejor comprensión del budismo —puerta de entrada más que correcta a conceptos a veces abstrusos para mentes de formación occidental, desde el clásico nirvana hasta samsara, deva o dhamma, entre otros— y una concisa y valiosa nota explicativa sobre la germinación, particularidades y crecimiento de esta religión en Japón.
En suma, tanto si está buscando una lectura ligera sin renunciar al calado intelectual como si ha tomado la firme determinación de emular a Richard Gere (1949), tanto si solo le mueve la curiosidad como si siempre ha deseado saber más pero no tiene el tiempo necesario para abordar obras de mayor extensión —véanse las del gran divulgador Daisetsu Teitaro Suzuki (1870-1966)—, las Fábulas budistas recopiladas y traducidas por Efraín Villamor Herrero constituyen todo un aprendizaje para la vida. Para esta y para las que están por venir, por supuesto.
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Autor: Efraín Villamor Herrero. Título: Fábulas budistas. Editorial: Satori. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Siempre me han producido una mezcla de desprecio y conmiseración los occidentales que, al haber arrancado o ignorar el hecho religioso de su civilización, andan buscando sucedáneos baratos en Oriente. Es lamentable que unos hijos de la apostasía protestante como eran los Beatles mezclaran en su vida las fans, los millones y los conciertos con las drogas, las visitas al baba santón de moda y las versiones vulgarizadas y mal sugeridas de la filosofía oriental, que no es filosofía, sino un pensamiento religioso. Lamentable. Puñeteros occidentales mal criados y antojadizos. Ponéos a estudiar y reflexionar en serio, a mirar de frente la cada vez más próxima muerte y a salir de la mascarada en la que vivís para miraros al espejo y considerar quiénes sois realmente.