Con un año y medio, Emma ha descubierto la fórmula de la invisibilidad. No la ha inventado. Nadie se la ha enseñado. Sin embargo, en lo más profundo de su ser anterior al lenguaje, Emma sabe todo lo que hay que saber para, en caso de necesitarlo, salvarse de las leyes de la materia y desaparecer.
Abiertas contra el miedo,
a la oscuridad
y en mitad de un sueño.
El secreto está en cerrar los ojos y, hundiendo la cara en un cojín, en un conejito de peluche, en cualquier criatura amable que esté al alcance, viva o no —vale un regazo, vale también una cortina que tu bisabuela bordó para ti antes de que tú nacieras si lo que toca es practicar la incorporeidad en vertical, aunque eso tú todavía no lo entiendas, lo de los recuerdos no vividos, digo—, reírse. Reírse mucho. Reírse por la inocencia y por la ocurrencia. Reírse de algo. Reírse con todo. Reírse como si al otro lado el mundo ya no existiera. Porque, al otro lado, el mundo nunca existió. No juzgó. No dolió. Reírse porque nadie te ve.
Pruébalo: funciona. Puede que en este momento estés haciendo algo real. Puede que no tengas tiempo para tonterías o que pienses que, si te tomas en serio las fantasías de una niña pequeña a la que ni siquiera conoces, la gente a tu alrededor te mirará raro. Te mirará. Pero dará igual. Dará igual porque, ahora, lo único que importa es que cierres los ojos y te rías. Ahora todos somos Emma y la vida se escribe sola.
Hay que volverse invisible para seguir leyendo. Para seguir contando. ¿Cuándo dejamos de celebrar la posibilidad y empezamos a contenerla? En las esperas, en las veredas, en los matices. En los pulmones. Como si el instante que nos sobra no fuese más que que un trayecto hacia la negación de sí. Como si nos sobrase un instante.
Soy la que escribe cuando ya nadie mira, cuando ya nadie ve. Soy la que escribe como si no hubiese bordes. Como si no hubiese ojos. Pongo mis adentros en todo lo que escribo, en todo lo que hago, porque, si no los pusiera, a todo lo que escribo, a todo lo que hago, le sobraría continente. Las palabras y los actos estarían llenos de dominios vacíos, huecos de mí misma cartografiados e inhóspitos como el trazado de una tierra sin habitar y deshabitados como un automatismo o una era donde todos cierran por fuera.
Exquisitamente sentimentales y reconfortantes sus palabras, sra García. Las estrellas verdes siempre nos alcanzan en lo más profundo…